Don Pedro Hinojos de Herrera salió de casa del gobernador convencido de que sus palabras no habían caído en saco roto. Don Ernesto Valdemoro, un hombre serio, bajo de estatura y algo grueso, le escuchó con atención y demudó su expresión al oír el aviso del viejo marino.
—¿Está usted seguro de ello, don Pedro?
—Completamente seguro señor gobernador. Qué más quisiera que se tratase de una absurda broma o de una chanza, pero mi fuente es fiable...
—¿Y se puede saber quién es esa fuente?
—Por ahora he de callar al referirme a él, pero ha de saber que el interesado solo trata de ayudar, sin ningún tipo de animo de lucro por su parte, aunque eso sea difícil de entender hoy en día —dijo, Don Pedro.
—Me resulta difícil, no lo dude. A diario tengo que lidiar con todo tipo de personas no ya interesantes, sino interesadas y que se pegan a mí como los percebes al casco de una nao.
—Es un trabajo muy duro el suyo —dijo el marino y Don Ernesto Valdemoro le miró sin llegar a saber si había algún tipo de retintín en sus palabras o era sincero, aunque solo fuese por una vez en su vida.
—Sí, muy duro y de una alta responsabilidad, así es... ¿Qué ocurriría si yo le creyera a usted, don Pedro y después todo lo que me ha contado no fuera más que una confusión? ¿Cómo explicaría a todas esas personas que esperan a que tropiece para lanzarse sobre mí como tiburones al olor de la sangre, que no fue más que un error?
—No es ningún error, ni una confusión. Esos piratas atacarán en cuanto llegue ese barco.
—Una cosa es cierta. Esa galeaza vendrá y nadie está enterado de ello salvo dos o tres personas y aún me pregunto cómo lo supo usted.
—Y yo ya se lo expliqué. Mi contacto sabía de su llegada al igual que conocía la ruta y la carga que transportan.
—Su contacto es un pirata, ¿verdad? Nadie más podría saber con tanta exactitud esa información. Es un pirata y por eso no ha venido él en persona a mi audiencia. No llego a explicarme como una persona honrada como usted pudo llegar a relacionarse con ese tipo de personas.
—Es muy largo de contar, señor gobernador, pero baste decir que mi contacto está arrepentido de su anterior vida y quiere cambiar, por eso nos ayuda desinteresadamente.
—Un ofrecimiento desinteresado con la esperanza de que sirva para borrar sus años de delitos ¿no? No creo que sea desinteresado en absoluto, sino todo lo contrario —remarcó el gobernador.
—Sea como fuere, salvará muchas vidas y eso, imagino, es lo primordial, ¿no es así?
Ernesto Valdemoro sonrió para sí. Don Pedro era una persona muy inteligente y había sabido darle la vuelta a la tortilla con magistral elegancia.
—Eso es lo más importante —reconoció —. Está bien, voy a creer en su palabra, don Pedro y eso es cuanto usted me está ofreciendo porque no dispone de ningún tipo de prueba con que abalar su palabra, pero, le conozco desde hace mucho tiempo y no tengo motivos para desconfiar de usted. Movilizaré a la guardia y estaremos preparados para ese...presunto ataque. Si todo sale bien, entonces consideraré otorgarle a su contacto ese perdón que parece buscar. ¿Está usted de acuerdo, don Pedro?
—Sí, excelencia, estoy de acuerdo y...muchas gracias.
Al volver a su casa, Diego y su hija le esperaban impacientes.
—¿Qué tal fue todo, padre?
—Me ha prometido que tomará cartas en el asunto —contestó el anciano.
—¿Le ha creído? Preguntó, Diego.
—Sí, así ha sido. Estaba muy interesado en conocer la fuente de esa información.
—¿O sea, a mí?
—No le hable de ti, hijo. Pero tampoco mentí, solo omití ciertas cosas...
Diego parpadeó confundido un par de veces. Le había llamado hijo. Eso solo podía significar que le había aceptado como a uno más de su familia.
—No me mires así. Eres mi hijo desde el mismo momento en que decidiste compartir tu vida con Rosana. Tú puedes llamarme padre si ese es tu gusto o don Pedro si no tienes aún la suficiente confianza.
—Padre estará bien.
—Y yo me alegro de que lo hagas así... Don Ernesto, el gobernador, me dijo que si el ataque era repelido gracias a tu ayuda, estaría interesado en concederte el perdón...y creo que era sincero en su ofrecimiento.
—Eso ya se verá, padre —dijo Diego, aunque estaba bastante emocionado —. Lo importante ahora es estar pendientes de la jugada de ellos. No sabemos a ciencia cierta si seguirán a rajatabla el plan que había dispuesto Williams o si lo modificarán en algo. Creo que deberíamos estar con los ojos abiertos porque sin duda alguien vendrá a la ciudad para obtener toda la información posible antes de que se decidan a atacarnos.
—¿Quieres decir, espiás? —Preguntó el marino.
—Yo sería lo primero que haría. Lo averiguaría todo antes: El número de hombres de la guarnición, las defensas con que cuenta la ciudad, las personas que habría que eliminar pues pudieran llegar resultar muy molestas, todo en resumen. Y para ello enviaría a varios de los míos con esa misión.
—Entonces no deben verte, Diego —dijo, Rosana —. Te reconocerían y estarías en peligro.
—No había contado con eso —reconoció, Diego —. Además tampoco sabría reconocerlos. Únicamente alguien que viviera aquí se daría cuenta de ello... De todas formas será difícil averiguar quienes son, esta es una ciudad muy grande y a ella acuden personas de todos los lugares.
—Yo me encargaré de eso —dijo Rosanna —. Llevo aquí toda mi vida y la gente me conoce, no me será difícil descubrir si hay alguien por ahí haciendo muchas preguntas.
—Puede ser peligroso, hija mía —dijo, don Pedro —. Debería ser yo quien lo hiciera.
—Usted, padre ha pasado más tiempo en la mar que en nuestro hogar y no es que esté reprochándoselo, entiéndame, pero es la pura verdad —dijo la joven.
Don Pedro asintió al reconocer que llevaba razón.
—Está bien, Rosana, tú te encargarás de ello, pero deberás prometerme que tendrás muchísimo cuidado...
—Lo tendré, padre. Está tarde investigaré y...
—¡Y yo la ayudare! —Gritó Carlota saliendo del escondite en el que estaba oculta escuchándolo todo.