La hija del daimyo

Capítulo 13

Nene fue arrastrada al carro y vio como a Tsuneoki se lo tragaba la oscuridad, preguntándose si su amigo seguía vivo. Deseaba que así fuera. No sabía con seguridad a donde se dirigían y al estar las calles oscuras, tampoco conocía la dirección a seguir. Pensó en la posibilidad de coger a Ranmaru y saltar del carro, pero lo descarto. Recordó cuando lo ayudo a bajar del caballo en Azuchi y no podría con el estando inconsciente. Saltar sola también estaba descartado. No lo dejaría solo.

Se colocó al lado de su amigo pero no supo indicar como se encontraba. Respiraba, de eso estaba segura al poner la mano cerca de su cuello. Escucho a Katsuei susurrarle cosas a Tadamasa, quien se mantenía en silencio mientras conducía. Intento pegarse más a ellos para conseguir información.

 

- ¿Has dejado algún cabo suelto? – pregunto Katsuei preocupado.

- Ya tengo a alguien encargándose de tus torpezas – respondió molesto Tadamasa.

- ¿Qué crees que hará Mitsuhide con ella?

- Eso solo lo sabe el.

 

No hicieron más comentarios pues el carro se paró súbitamente. Nene alzo la cabeza y vio que estaba ante las puertas de un campamento. Cientos de antorchas iluminaban caminos improvisados. Un soldado se acercó a ellos y saludo.

 

- Llama a Mistuhide. Estoy seguro que querrá ver la sorpresa que le traigo.

- El general ha pedido no ser molestado de ninguna de las maneras – dijo el soldado – tendréis que esperar a mañana.

 

Tadamasa resoplo y se dirigió al carro para ayudar a bajar a una impresionada Nene. ¿Cuándo había reunido Mitsuhide semejante ejercito? ¿Desde cuándo lo llevaba planeando? No sabía cuántos hombres estarían bajo su mando, pero temía la derrota de Hideyoshi cuando se enfrentaran. El joven empujo a Nene al interior del campamento y la escolto hasta un pequeño cobertizo construido con piedras. No tenía ninguna ventana, por lo tanto, una vez encerrada allí, no vería absolutamente nada. Antes de que su captor cerrara la puerta, pudo ver como Ranmaru era llevado a una tienda aun inconsciente.

La luz del sol atravesó la negrura del interior. Un soldado cogió la lámpara que llevaba uno de los hombres y entro con paso firme. Katsuei hizo señas a los demás soldados de que lo siguieran, y estos obedecieron entrando y llenando toda la habitación. Solo entonces accedió el general, caminando pesadamente y golpeándose el muslo con el látigo enrollado.

Nene estaba apoyada contra la pared más alejada, con los brazos caídos en los costados. Se había quitado la ropa y dejado el simple kimono blanco interior, para estar más cómoda. Por lo general, Katsuei no solía fijarse en el aspecto de las personas que interrogaba, pero esta vez era diferente. No pudo evitar admirar su figura sin adornos. Para ser apenas una mujer, en sus ojos brillaba aquella molesta expresión de valentía que tanto odiaba. Estos eran grandes y rasgados, y lo miraba con descaro, herencia de su padre. Llevaba sueltos los largos y espesos cabellos. Al contrario que muchas mujeres espía, a las que había interrogado, Nene no se mordió el labio inferior para atraer la atención hacia la boca. Se limitó a encararse con él en silencio, con la dignidad de una diosa.

                El general respondió al saludo de los guardias, se situó frente a ella y le dirigió una mirada glacial. Atónito, comprobó que la expresión de la joven no había cambiado al ver entrar a los soldados. ¿Es que no tenía miedo?

 

-              ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Dónde está Ranmaru?

-              ¿Estas dispuesta a confesar? – pregunto él.

-              ¿Cuál quieres que sea mi confesión? Para confesar algo, tengo que saber de qué se me acusa.

-              Él ha confesado, tú deberías hacer lo mismo. Así será todo más fácil.

-              ¿Disfrutas con esto? – la voz de Nene se dirigió a la puerta. Creía que allí estaba Tadamasa. Luego miro a su captor – Ranmaru no ha podido decir nada. Aunque lo torturéis, siempre dirá la verdad.

-              ¿Cómo estas tan segura?

-              Confió en el – sonrió Nene y volvió a mirar a la puerta.

-              No está aquí – respondió el joven general – estoy yo solo. Visto que no quieres confesar, tendré que pedirte disculpas por adelantado. Perdóname.




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