Estaban a un día de abandonar por una temporada su pueblo, su reino, para embarcarse en una aventura de la que no sabían qué esperar. Daveth tenía una mezcla entre entusiasmo y miedo. Él no era estúpido, pese a las buenas cosas que se podrían encontrar, también las había malas.
Estaban preparando la comida, colocando los platos de madera y los cubiertos. El aroma del pollo recién hecho y de la sopa que había hecho la madre de Daveth los tenía a todos con las tripas rugiendo. En cuanto escucharon los golpes en la puerta, Yael corrió a toda prisa para abrirla. Taric lo saludó revolviendo su cabellera castaña.
—¡Huele que alimenta! —exclamó el rubio cuando vio la mesa ya preparada.
—Por un momento pensé que tendríamos que empezar sin ti —le dijo Yannick.
—Ya veo que la idea de empezar sin mí te entristecía —bromeó.
Taric cruzó la mirada con Daveth, ambos sonrieron. No tardaron en sentarse a la mesa y disfrutar del pequeño banquete que habían preparado.
—Mmmmhmmm —Taric soltó un ruido de placer al degustar el pollo recién hecho—. Esto está buenísimo, Freyre.
—Gracias —le sonrió—. Por fin alguien que aprecia lo que cocino.
Al instante Yannick miró a su esposa.
—Pero si siempre alabo todo lo que cocinas.
—Si tú lo dices…
Daveth observó como sus dos hermanos se divertían con la situación. Como siempre, Arlet no malgastaba ni un segundo en devorar su comida.
—Por favor, pareces un animal —le dijo Daveth—. Joder, Arlet.
—Déjame —le dijo esta, con la boca llena.
—Eres realmente asquerosa.
—Asqueroso tú, que no te duchas —le espetó.
Daveth abrió la boca, indignado. De repente los más adultos de la mesa parecieron volcarse en la conversación de los pequeños.
—Sí que me ducho.
—Apestas.
Daveth no pudo evitarlo, levantó un poco su brazo para oler. Nada. Él no apestaba.
—No apesto.
—Por eso nunca te abrazo.
—Tú no abrazas a nadie.
—También es verdad —dijo Arlet, sonriendo—. Pero si abrazara, a ti no te daría ni un abrazo. Hueles a sudor siempre.
—Quizá sea porque siempre estoy fuera, moviendo mis piernas de un lado a otro.
Algo de lo que Daveth dijo hizo que el rostro de Arlet se iluminara por completo. Terminó de masticar su comida y tragó rápidamente.
—El otro día hablé con Daveth de una cosa —su voz, demasiado dulce para ser verdad, mostró que algo planeaba. Daveth la miró con desconfianza—, y creo que sería una muy buena idea.
Los padres de Daveth se miraron entre sí, después fijaron sus miradas en su hija mediana. Mientras, Taric desmenuzaba el hueso del pollo.
—¿Y de qué idea estás hablando? —le preguntó Yannick.
—Bueno —movió sus pestañas con rapidez—, una que sinceramente me haría sentirme muy plena conmigo misma.
—Arlet…—su madre insistió.
—Vale —soltó un bufido, como si con sus caras largas le hubieran cortado el rollo—. Me gustaría ir con vosotros al Bosque de las Brujas.
Taric se atragantó con el agua y Freyre negó bruscamente con la idea.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Por favor, Arlet —dijo su madre, como si la simple duda le molestara—. Eres una cría, no vas a ir a una misión suicida.
Arlet miró a su padre, en busca de una opinión diferente a la de su madre, pero para su desgracia, se encontró con la misma negación ante su idea alocada. Daveth luchó para no lanzarle una sonrisa victoriosa.
—Al menos dejadme unirme a la guardia.
—Pero si no tienes dieciocho años —dijo Yael con toda su buena fe, ganándose una mirada fulminante de su hermana.
—Tu hermano tiene razón, Arlet —dijo Freyre—. El requisito es tener la mayoría de edad, y tú no la tienes.
—¡Pero la edad es por la madurez e inteligencia y yo ya la tengo!
Ninguno dijo nada, no querían negarle en la cara que ella no tenía razón. Taric carraspeó.
—A ver, la niña no es tonta.
—Vaya —formó una mueca—, gracias, tío Taric.
—De nada, princesa —le sonrió él.
Arlet, en total silencio, miró a sus padres. Ellos no parecían tener nada más de lo que hablar, pues negaron al mismo tiempo.
—¿Pero por qué? —exclamó—. ¡Daveth empezó a ayudarte a los diecisiete!
—Arlet, te he dicho que no. No insistas.
—¿Pero por qué? ¡Es injusto!
—No es injusto.
—Él pudo empezar antes que yo.
—Pero ni tú eres Daveth, ni la situación es la misma.
Daveth sintió como su cuerpo se congelaba. Su mente divagó entre los recuerdos del pasado. Recuerdos que le aceleraban el corazón de una forma tortuosa. Sintió como el hambre abandonaba su cuerpo. Alejó su plato de él y se levantó de la mesa.
Todos los presentes lo observaron, excepto Taric, quien estaba demasiado concentrado en devorar su plato de comida. La tensión que flotaba entre sus padres y él era palpable.
—Creo que voy a salir.
Arlet y Yael no notaron el cambio del ambiente. Freyre mostró un agudo dolor en su mirada, mientras que Yannick mostraba una especie de arrepentimiento. Pero ninguno intentó detener a Daveth cuando salió de su pequeña casa.
Sintió y saboreó ese sabor amargo que siempre acudía a su boca cuando recordaba aquella noche. Y por primera vez desde lo ocurrido, Daveth sintió la molestia al saber que sus padres nunca volvieron a preguntarle cómo estaba después de eso. Era como si ellos mismos buscase huir mucho más que él de aquel suceso, de lo que significó para mucha gente.
A Daveth le dieron ganas de llorar, de golpear algo y hacer que su rabia interna cesara. Si tan sólo pudiera volver al pasado y arreglar lo que pasó…
Antes de que le diera tiempo a saber lo que hacía, se vio a sí mismo entrando después de tantos años en la pequeña y humilde iglesia de su pueblo. Se encontró a algunas personas rezando. Se sentó en uno de los bancos más alejados y soltó un pesado suspiro.