Ciudad Madre estaba a dos días del Bosque de las Brujas. Cuando se hizo lo suficientemente de noche como para no ver por dónde pisábamos, decidimos parar a descansar. Aquella noche iba a ser una de las últimas tranquilas, pues estaba casi seguro que cuando pasáramos el Bosque de las Brujas ninguno podría pegar ojo.
—Ay, ay, ay —escuché quejarse a mi abuelo—. ¿Es que nadie me va a ayudar a bajar?
Papá apretó la mandíbula y se giró para ayudarlo. Al principio pensé que su aparente malhumor tendría que ver con que mi abuelo hubiese venido con nosotros, pero luego recordaba que él mismo le había dejado. ¿Entonces qué le pasaba? ¿Y qué era lo que le había hecho ceder?
—Ayuda a preparar las hogueras —me pidió mi padre cuando desmonté de mi caballo.
Asentí antes de darle la rienda de mi animal para que los atara en algún árbol cercano. Me acerqué al equipo de caza donde Jasir ayudaba a encontrar los materiales necesarios. Cuando quisimos prender fuego, este apareció de la nada, rugiendo ante nosotros. Del susto, Jasir se tropezó y cayó de culo en el suelo. Soltó un quejido.
Como si mi cuerpo supiera exactamente donde estaba ubicada, mi mirada dio con ella al instante. Se quitó la capucha, dejando su cabello y una sonrisa juguetona al descubierto.
—Cortesía de la casa.
Jasir se quedó quieto, pestañeando con una ligera sorpresa frente a las llamas de una de las hogueras. Le di una suave palmadita en el hombro y me agaché para añadir algunos pequeños troncos mientras algunos preparaban la poca carne que teníamos para hacer.
—Tengo leones rugiendo en mi tripa —comentó Taric, llevándose una mano al abdomen—. ¿Sólo tenemos esa carne? Nos vamos a quedar con hambre.
—Es lo que hay —dijo mi padre—. Los ancestrales nos dejaron unos pocos frutos y hortalizas. Pero no creo que nos duren más de cuatro noches.
—Podrían habernos dado algo más.
—No podemos llevar mucha más carga. Tendremos que confiar en el grupo de caza y en la propia naturaleza. Recolectaremos todo lo comestible que encontremos por el camino.
Taric asintió distraídamente y comenzó a poner la poca carne que teníamos en un pincho sobre el fuego. Ya distribuidos alrededor de las diferentes hogueras, comenzamos a comer cuando la carne estuvo hecha. Yelisa y sus chicas, el grupo de cazadores y yo nos sentamos frente a la misma. Y no fue hasta que Yelisa se giró para buscar a alguien, cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿Qué estás haciendo? —siseé.
No le importó mi clara negativa reflejada en mi tono de voz. Me miró tras haberle indicado a la bruja que se nos uniera.
—Invitarla a sentarse con nosotros.
—Yelisa —advertí.
—No. Ahórrate tus quejas. Me lo prometiste, Daveth.
Aguanté el gruñido que quiso salir de mi garganta y cerré la boca. Muchas miradas siguieron a la bruja hasta que está se sentó entre Yelisa y yo. Intenté acercarme a Jasir todo lo posible para evitar rozarla. No era el único incómodo.
—Ten —Yelisa le ofreció algo de carne—. Esos frutos apenas te quitarán el hambre.
Observé a la pelirroja de reojo. Con algo de desconfianza agarró el trozo de carne y lo olió. Fui el único que se dio cuenta porque el resto siguió hablando.
—No tiene veneno—susurré, malhumorado.
—Ya veo —le dio el primer mordisco—. ¿No te ha dado tiempo a envenenarlo?
No le respondí. Llevé mi mirada al fuego y seguí comiendo. Jasir, quien se sentaba a mi otro lado, me dio un suave golpe con su hombro.
—¿Todo bien? Estás algo tenso.
—Todo bien.
Se me hizo difícil unirme a la conversación que estaban teniendo. Mientras me terminaba la carne y los frutos mi mente estuvo en blanco.
—¿Qué fue de las demás?
Parpadeé, volviendo a la realidad. Miré a Yelisa y después a la bruja. Al parecer estaban esperando a que hablara. Noté sus ojos más naranjas de lo normal.
—¿Va todo bien?
La bruja miró a Yelisa y las llamas de sus ojos parecieron tranquilizarse.
—¿Me has dicho algo?
—Te había preguntado...
Algo le hizo dudar. Yelisa intercambió una mirada con sus compañeras de ciudad.
—¿Qué me habías preguntado? —si estaba interesada en que se lo repitiera no lo parecía.
—Algo que no me incumbe. Olvídalo.
—No voy a hacer ningún brebaje con tus entrañas si me preguntas lo que sea que quieras saber.
—Yo...Bueno —carraspeó—. Pensé que...—chasqueó la lengua y fue directamente al grano—. ¿Qué les pasó a las demás?
Todos sabíamos a qué se refería Yelisa. La mandíbula de la bruja se tensó y sus ojos brillaron más.
—Murieron —se limitó a decir.
—¿Por alguna enfermedad?
—Ojalá —negó con la cabeza—. No, no fue por eso.
—¿Y sabes por qué...?
—No creo que debas seguir —le aconsejó Jasir.
—Él tiene razón —dijo una de las chicas, con algo de terror—. No creo que sea necesario.
—¿Por qué? Mi ira no es peor que la vuestra.
—Eso explica que no nos haya matado —susurró Jasir para sí mismo, o eso pensó él, porque todos los de esa hoguera lo escuchamos. Se puso rojo en cuanto sintió la mirada de la bruja sobre él
—¿Quién te ha dicho que no lo he planeado?
La sonrisa hambrienta de ella hizo palidecer a Jasir. Después rodó los ojos.
—Sólo era una broma. Puedes volver a respirar.
A Jasir le costó tragar saliva.
—No hace gracia. Esas bromas están fuera de lugar —le dije.
—Pareces tomarte todo a pecho.
—No me lo tomaría así si midieras tus palabras.
—Al menos yo sé callarme en los momentos oportunos.
—¿Insinúas que yo no?
Su sonrisa burlesca fue una clara respuesta. ¿Se estaba riendo de mí? Preferí callarme cuando vi como la mayoría de las chicas y del grupo de caza parecían tensarse, o más bien aterrarse ante nuestra pequeña discusión, como si ella en algún momento pudiera explotar.