La Hija del Diablo

9. Castigo eterno

Maldita bruja.

Estuve el resto de la noche con una maldita erección. Cuando creía que mi cuerpo se relajaba, mi mente volvía a jugármela. Una y otra vez recordé el momento en el que, tentado por la curiosidad, había echado un vistazo sobre mi hombro. Sólo fueron dos segundos. Dos malditos segundos en los que me la jugué absolutamente todo. Dos segundos que comenzaron a ser mi castigo eterno.

Podía recrear la imagen de su piel blanca. De su espalda tensa, de sus hombros cubiertos de pecas, de sus curvas y de los hoyuelos de la parte baja de su espalda. No dejé que mi mirada llegase más abajo. Entonces mi cuerpo reaccionó, y la furia nubló mi mente.

Todo era por su culpa. Todavía podía revivir lo furioso que había estado por hacer aquella escena en el lago. Me enfurecí por el simple hecho de que tuviese la cara de hacer eso, y por lo que me hizo sentir. Porque aunque mi mente la detestaba, mi cuerpo había despertado sus instintos más primarios con sólo ver su piel desnuda. Y eso era simplemente vomitivo.

Me sentía asqueado. ¿En qué había estado pensando para acercarme tanto a ella aquella noche? ¿Es que se me había ido la cabeza? ¿O quizá eran hechizos suyos? Hacía mucho que no me acercaba tanto a una mujer, y menos de aquella manera. Pero es que ella...me enfureció. Me hizo perder los estribos. En lo único que pude pensar era que quería hacerle probar de su propia medicina. Y lo logré. Me regocijé delante de sus narices. Y joder, se sintió jodidamente bien acorralarla como a un maldito cervatillo inofensivo. Con la diferencia de que ni ella era inofensiva, ni yo era el cazador.

Pero, ¿y ahora? Si hubiese sabido que aquella peligrosa cercanía entre ambos iba a mantener mi cuerpo así, me lo habría pensado dos veces.

—Me aburro —comentó Arlet jugando con un cuchillo.

—Habértelo pensado antes colarte en este viaje —le espeté sin mirarla.

La escuché bufar.

—Últimamente estás más desagradable de lo normal.

—Y que lo digas —escuché comentar a mi abuelo.

Dirigí mi mirada hacia él. Sonrió más cuando vio la molestia en mi expresión.

—Dejadlo en paz, el muchacho apenas ha dormido —me defendió Taric.

—Este chico y el frío...—mi abuelo negó con la cabeza—. No tiene remedio. Deberías rezarle más al Dios de luz y dejarte de tonterías.

Rodé los ojos. Si él supiera que el frío había sido el menor de mis problemas.

—Me rugen las tripas —Taric se apoyó en un árbol, con los brazos cruzados.

—Tú siempre tienes hambre —sonrió Arlet.

—La comida alimenta la mente, no lo olvides, princesa.

Arlet rio por lo bajo y continuó jugando con su cuchillo. Lo movía entre sus dedos con tanta agilidad que lo hacía ver fácil.

—¿Dónde has aprendido a hacer eso? —quise saber.

Sus ojos verdes no abandonaron el cuchillo en movimiento.

—En clase.

—A mí eso nunca me lo han enseñado.

—Ni a mí —sonrió de esa forma retorcida tan propia de ella—. He aprendido yo sola. A veces las clases se me hacían tan aburridas que empezaba a hacer eso con lápices o palos. En las clases de lucha empecé a hacerlo con cuchillos.

Paró el movimiento del cuchillo en seco cuando escuchó al grupo de caza llegar. Al contrario que ella, que sonrió, yo me tensé de pies a cabeza. La bruja, o mejor dicho, Ignis, había pedido a Jasir acompañarlos a cazar y él, ante tal petición, no pudo decirle que no.

Había sido todo un alivio no tenerla cerca durante ese rato. Para mi cuerpo y para mi mente también. Todavía recordaba la forma que mis labios tuvieron de pronunciar su nombre por primera vez. Incluso en la oscuridad pude sentir esa tensión que se apoderó de su cuerpo.

No dejaba de recordar sus ojos, chispeantes y atónitos. Su cuerpo, inmóvil contra el árbol. El mío acorralándola. Su respiración agitada. La sensación de victoria creciendo en mi interior. La diversión. La satisfacción de saber que estaba jugando con ella tal y como ella había hecho conmigo.

Me jodía admitirlo, pero lo había disfrutado. Joder que si lo había hecho.

Sin embargo, cualquier rastro de diversión abandonó mi cuerpo cuando ella habló. «Te deseo suerte» había dicho con aquel tono amenazante y sombrío. No era la primera vez que me amenazaba, pero sí la primera vez que me tomé sus palabras en serio.

—¡Por el Dios de luz! —exclamó mi abuelo, devolviéndome a la realidad—. ¡Ya era hora!

Jasir sonrió con el animal muerto en sus brazos. Dejó el cuerpo del jabalí en el suelo. Mi amigo se quedó mirando su presa con una gigantesca sonrisa.

—Ha sido impresionante.

Taric parecía estar demasiado hambriento como para escuchar nada más. Se hizo con un cuchillo y comenzó a despellejar al animal.

—¿Habéis tenido algún percance por el camino? Habéis tardado más que otras veces —papá se acercó, primero miró a Taric y al animal, y después a Jasir.

El pelinegro, que parecía acalorado, se dejó caer en el suelo.

—Pues sí. Nos ha costado encontrar algún animal que valiera la pena —comenzó a explicar mientras observaba a Taric preparar el animal—. Sin hablar del viento que hacía en aquella zona.

—Y aún así habéis llegado con comida —dijo Yelisa, regalándole una sonrisa de enhorabuena.

Jasir sonrió.

—En realidad, todo ha sido gracias a Ignis.

Ignis.

Como si su simple mención activara algún tipo de alarma en mí, mi mirada no paró hasta dar con ella. Observé como le daba dos conejos a las chicas de Yelisa para, seguidamente, comenzar a acercarse hacia nosotros. Desde mi posición me pareció ver sus ojos naranjas unas tonalidades más oscuras.

Veía que su nombre no estaba tardando mucho en ir de boca en boca. Me inquietó un poco que Jasir hablara de ella como si fuesen compañeros de toda la vida.

—Se nos estaba haciendo algo tarde y decidimos irnos con las manos vacías —siguió hablando Jasir—. Pero entonces ella vio a una manada de jabalíes. Estaban demasiado lejos, y teniendo en cuenta el viento, era muy difícil darle a uno si no nos acercábamos —sus ojos brillaban, como si recordar aquello fuese algo fascinante para él—. Jamás había visto a nadie disparar como ella. Ni con tan buena puntería —alzó su mirada hacia nosotros—. En serio, deberíais haber visto cómo disparó aquella flecha. Tuvo en cuenta todo: la distancia, el viento, el follaje de las ramas y de los arbustos. Y consiguió darle al jabalí. Desde la distancia a la que estábamos y el ángulo, ni yo ni mis compañeros habríamos podido siquiera rozar al animal con la flecha.



#14590 en Fantasía

En el texto hay: amorymiedo, brujasmagia

Editado: 30.01.2023

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