Daveth
La luz había vuelto a reinar en el bosque. En cuanto Ignis se desmayó en mis brazos, todo volvió a cobrar vida. La luz volvió a circular desde las raíces de Árbol Madre, comunicándose por todo el bosque. Todo gracias a Ignis. Ella había sido nuestra salvadora aunque me costara admitirlo.
No pude reaccionar cuando un montón de nitxes me la arrebataron de mis brazos. Se la llevaron al interior de Árbol Madre. Quise ir tras ellas pero se me negó la entrada. La reina Nayina me observó desde su pequeña estatura.
—Vamos a tratarla lo mejor posible —su voz retumbó en mi cabeza.
—Está muy herida —dije con un nudo en la garganta.
Si miraba al frente podía observar como la tumbaban en el suelo y comenzaban a inspeccionar sus heridas. Tenía mucha sangre, gran parte de los animales oscuros, pero también suya.
La reina de las nitxes movió sus antenas.
—No debes preocuparte.
—Yo no...
Un montón de nitxes me rozaron cuando entraron a Árbol Madre y fueron directas hacia Ignis. Nayina se dio la vuelta y fue hacia la pelirroja. Aunque quería entrar y saber en qué condiciones estaba, no lo hice. Sólo podía visualizarla peleando con aquella espada en llamas como si hubiese nacido para eso. No dudó. No le temió a nada. Luchó hasta el último segundo, hasta que no pudo mantenerse en pie.
—Hijo...—la voz de mi padre sonó a mis espaldas. Agarró mi hombro y tiró de mí—. Creo que es mejor que nos apartemos.
—Pero ella...
—Ella va a estar bien —me aseguró, y no tuve más remedio que confiar en él.
Nos volvieron a acompañar hasta el árbol donde horas antes Ignis nos había llevado y nos recomendaron que intentáramos dormir. ¿Pero cómo iba a poder dormir después de lo que había pasado? No sólo me inquietaba los tantos secretos que Ignis seguía guardando, sino el beso que me había dado. Porque había ocurrido. No había sido un sueño.
Escuché unos pasos y miré a Jasir saliendo del agujero que daba a la rama del árbol donde estaba tumbado. Se sentó delante de mí en silencio. La paranoia de que él supiese sobre el beso me acompañó hasta que habló.
—¿Hablaste con tu abuelo al final?
—Sí —respondí mirando hacia arriba, donde Ignis debería estar durmiendo en vez de siendo atendida.
—¿Y cómo fue?
Volver con mi abuelo y pedirle perdón había sido lo más fácil. Escucharle volver a decirme lo mismo, que le quedaba poco, fue lo peor. Me explicó que por eso papá le había permitido acompañarnos. No era un secreto lo mucho que se aburría mi abuelo en Ciudad Madre. Pese a su edad, tenía mucha energía y necesitaba gastarla. Y teniendo en cuenta lo poco que le quedaba según él, no quería quedarse sus últimos días siguiendo la misma rutina en Ciudad Madre. Quería estar con nosotros, viviendo y disfrutando.
—Bien.
—¿Estás seguro?
No respondí, porque si lo hacía mi voz temblorosa iba a desmantelar lo mal que me sentía. Preferí tomar una profunda bocanada y pestañear un par de veces para ahuyentar las lágrimas.
—¿Si te pregunto algo que contestarás con total sinceridad? —cuestionó con un tono de voz más sombrío.
Sólo pude escuchar a mi corazón descontrolarse. Me estaba poniendo nervioso y él ni siquiera había dicho nada.
—Supongo —murmuré.
—¿Dónde estabais Ignis y tú antes de que los animales oscuros llegaran? Todos os vimos llegar corriendo de la mano.
Me tensé. ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía responderle sin mentir ni ocultar la verdad? El recuerdo del beso me tenía paralizado y más perdido que nunca. Ni siquiera lo vi venir, primero tenía a Ignis mirándome con esos relucientes ojos naranjas, y después tenía sus suaves labios sobre los míos. Y lo único en lo que pude pensar fue en Deline. Y entonces me aparté.
—Daveth —siseó al ver que no le respondía.
—Ninguno de los dos podíamos dormir, así que me llevó a otro sitio para ayudar a despejarme.
—Se me ocurren muchas formas para ayudarte con eso.
Me incorporé del tirón, enfrentándole con la ira en mis ojos.
—¿Qué estás insinuando?
—Estás acojonado, solo hay que verte.
—¿Acojonado?
—¿Qué mierdas pasó antes de que los animales oscuros llegaran? —está vez fue él quién me enfrentó—. Y no me mientas, Daveth.
Volví a pensar en el beso. En lo que Ignis se había atrevido a hacer antes que yo. En lo que eso podía significar para mí. En el pasado que todavía seguía arrastrando. En lo que yo no merecía. En lo que me asustaba. En Deline.
—Ignis...—tragué saliva— me besó.
Jasir se mantuvo en silencio, con sus ojos verdes clavados en mí. No reaccionó, no dijo nada. Estaba seguro de que lo que le acababa de contar le había inquietado.
—¿Y tú...?
—Me aparté —dije al instante.
No quería que Jasir pensara que había sido capaz de devolverle el beso a Ignis. O quizá quien no quería pensar en eso era yo.
—No sé qué decirte, Daveth —se sinceró, rascando su nuca con cierto nerviosismo.
—No hace falta que digas nada —le dije con sequedad.
Me tapé el rostro con mi brazo y esperé a que él se fuera. Lo escuché levantarse y después alejarse.
—Sólo ha sido eso, ¿no? Un beso
—Sólo ha sido eso.
Un beso que había sido capaz romperme y arreglarme. De equilibrarme y empujarme. De alejarme del pasado y de mantenerme más aferrado a él. Ahora me tocaba a mí decidir qué quería hacer, si ser esclavo de un pasado o el capitán de mi presente.
⚝
No había podido dormir en toda la noche, y me daba pánico saber la razón de ello. Le había dado vueltas a todo lo que había pasado horas atrás. A la paz que sentí estando con ella. A la calma. El equilibrio. La felicidad. Y después al caos que trajo consigo el beso.
Conforme más me acercaba, más nítidas eran las voces de Arlet y mis amigos. Una tela separaba la cama donde estaba la pelirroja de las miradas cotillas de todos los que se asomaban por las puertas de Árbol Madre.