Ignis
En momentos como aquel era cuando más necesitaba esconder todo rastro de sentimientos. Me encargué de cubrir mis facciones con una máscara para evitar verme tan temerosa como el resto. Porque aunque apenas conociera al abuelo de Daveth, yo también estaba nerviosa por su estado.
El curandero se había encargado de revisarlo en cada parada que hicimos para descansar, pero no logró descubrir qué le podía estar sucediendo. Muy a su pesar, nos dijo que lo que le estaba ocurriendo estaba fuera de su alcance. Todos sabíamos que en este caso, las sabidurías del curandero no podrían ayudar a Darel, porque si aquello es de lo que le había advertido a Daveth, su tiempo estaba contado.
Todos se habían dispersado por la zona, conversando en pequeños grupos. Aunque no lo pareciera, absolutamente todo el grupo estaba pendiente del más anciano de todos. Era como si su estado les pesara a todos. Lo conocieran más o no, estaban preocupados.
—¿Cómo van tus piernas? ¿Las sigues teniendo entumecidas? —Le preguntó Arlet con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
Darel, quien se hallaba recostado sobre unas raíces aéreas de uno de los gigantescos árboles, se golpeó un par de veces cada pierna de forma cómica.
—Quizá mi cuerpo empiece a entrar en proceso de hibernación.
—Abuelo, eso es una tontería.
Darel le mostró una sonrisa torcida. Arlet intentó devolvérsela.
Por lo que sabía, ella no sabía nada sobre lo de su abuelo. Por supuesto que estaba al tanto de su mal estado, pero no de lo que eso podía significar. Pero ella no era tonta. Sabía que las cosas estaban peor de lo que la gente le hacía pensar. Arlet se estaba tragando toda su preocupación y la estaba convirtiendo en sonrisas. Eso me preocupaba. La peor forma de pasar el dolor era conteniéndolo. Era como tragarse una bola llena de espinas. Te hace sangrar y tarde o temprano esa sangre termina saliendo.
—Abuelo.
Daveth apareció junto a Yelisa, Taric, Jasir y su padre. Los cinco habían estado hablando con el curandero alejados de los demás.
Daveth se arrodilló al lado de Darel y le tendió un vaso de madera.
—Ten —Se lo acercó—. Jeffrey lo ha preparado para tu fiebre.
Con Jeffrey se refería al curandero. Darel asintió y elevó sus manos exageradamente temblorosas hacia el vaso que le tendió su nieto. El silencio que se formó entre los presentes se volvió pesado.
—¿Te ayudo?
—Tranquilo. Puedo solo.
Dudaba que alguno pensara lo mismo. Las manos de Darel temblaban tanto que cuando fue a coger el vaso parte del contenido se derramó. Con los músculos de todo su cuerpo tenso, Daveth cogió el vaso y se lo acercó a sus labios.
—Bebe —Le ordenó en un tono suave.
No se necesitaba pasar mucho tiempo junto a Darel para entender cómo era. Pese a su edad, era un hombre con mucha energía acumulada e inquieto. Adoraba moverse, estar constantemente activo y disfrutar de su libertad. Pero en ese momento, sin poder caminar ni poder coger un simple vaso, su mirada lo dijo todo.
—Ya verá como lo que le ha preparado Jeffrey le da las suficientes fuerzas como para trepar un árbol —dijo Jasir.
—Me basta con poder levantarme yo solo para ir a cagar.
Todos se echaron a reír, esta vez de verdad.
—¿Quieres que te ayude? —Le preguntó Yannick. Darel tuvo que terminar aceptando.
En cuanto Yannick se alejó con su padre para ayudarlo, el resto buscó crear una conversación completamente diferente, que se alejara de lo que le estaba ocurriendo a Darel. Sabía que lo hacían por Arlet.
Había decidido hacía un rato mantenerme alejada de ellos. No pintaba nada en aquella escena. No era familiar de Darel, y tampoco amiga íntima de ninguno de ellos. Tampoco formaba parte de sus asuntos. Pero pese a la distancia a la que estaba, podía enterarme de todo.
Daveth se giró de repente y me atrapó mirándolo. No sé qué me sorprendió más, si ver la sorpresa en su mirada por saber que lo estaba mirando, o la sonrisa que vino después de esa expresión. Leve pero real. Lo suficiente real como para hacer temblar mi corazón.
Mi atención se fue rápidamente hacia Yelisa cuando se alejó de ellos y se acercó a una de las chicas de su ciudad que parecía haberla llamado. Era rubia, de ojos marrones y mejillas pecosas. No recordaba su nombre.
Intenté no escuchar la conversación que estaban teniendo y me fijé en sus expresiones y gestos. Me obligué a dejar de mirarlas cuando me sentí como una auténtica acosadora. Llevaba todo el día dándole vueltas a algo, y creía que por fin había dado con la respuesta. Sonreí sin poder evitarlo.
Pasado un rato, decidimos que era hora de irse a dormir. Habíamos acordado, o mejor dicho, Daveth lo había hecho, alternar las guardias entre diferentes personas para estar siempre al tanto de cualquier peligro. Se acordó que los primeros en hacerla serían Daveth, Goth y uno de los hombres de Taric.
La gente se preparaba para dormir cuando Daveth se acercó a mí. No podía evitar pensar en lo extraño que se sentía que Daveth se acercara a mí con mirada afable. Me quitó la capucha y me miró directamente a los ojos.
—¿No tienes sueño?
—No mucho. —Me limité a decir.
—Puedes descansar. Vamos a hacer guardia nosotros, eso te permitirá dormir.
Asentí de forma distraída. Daveth no apartó la mirada.
—No actúes como si no te estuvieras muriendo por dormir.
—No actúo.
—Últimamente apenas has dormido —comentó.
Me encogí de hombros, como si no me importara que él estuviera al corriente de mis horas de sueño. Él chasqueó la lengua con desesperación.
—Qué testaruda eres —expresó antes de sentarse a mi lado.
Me tensé en cuanto su hombro rozó el mío. Sin duda, Daveth no se había preocupado por dejar cierta distancia entre ambos. Odié ponerme nerviosa, y no por su cercanía, sino por lo que pensarían los demás. ¿Desde cuándo me importaba a mí eso?