¡Advertencia de escena +18!
Daveth
Alcé la mirada hacia la gigantesca rama que más próxima estaba a mi cabeza. El tamaño del árbol hacía que fuese imposible escalarlo. Me crucé de brazos, pensativo.
—No puedes hacer eso.
Ya era la cuarta vez que Jasir lo decía y me estaba empezando a sacar de quicio. Observé de reojo la estúpida sonrisa que tenía.
—Déjame —dije entre dientes—. Estoy pensando.
Una vez más, mientras el resto se preparaba para partir, Jasir se quedó en silencio a mi lado. Él también miraba al mismo punto que yo. No pasaron ni diez segundos cuando se estiró hacia mí para decir:
—Ni aunque llegaras a esa rama podrías. Estoy casi seguro de que una decena de nitxes de esas aparecerían para devorarte.
Mierda.
Ahora que lo pensaba, no habíamos vuelto a ver a esos seres aunque me había parecido entender que también vivían en los límites de este bosque para vigilarlo. Sólo de pensar en que esos bichos voladores podrían aparecer en cuanto osara tocar algo de su bosque me hacía echarme para atrás.
Escuché a Jasir quejarse y dar un respingo, Ignis le acababa de dar un golpe. Me giré hacia ella para ver cómo le reñía con la mirada a mi amigo. Luché por no sonreír.
—No seas malo con él.
Que dijera ella justamente aquello no hizo más que divertirme.
—¡Él ayer se reía de mí!
Ignis meneó su cabeza, claramente divertida. Después me miró durante unos segundos antes de alzar su mirada hacia la rama que había estado observando.
—¿Qué estáis planeando?
—Yo nada —Jasir levantó sus manos, alejándose de cualquier idea que yo tuviera en mente—. Es Daveth quien está observando la rama. Estoy empezando a pensar que quiere que le caiga encima.
Ignis soltó una risita. Después bajó la mirada hacia mí y enarcó una ceja.
—¿Y bien?
—Es por mi hermano. Me pidió que cuando volviera a casa le trajera la madera más hermosa que viera. Quiere coleccionar figuritas de todo tipo.
Ignis asintió con la cabeza, emitiendo un sonido que le salió desde el interior de la garganta para hacerme saber que me estaba prestando atención.
—Pero es demasiado difícil. No he encontrado ningún trozo de madera lo suficientemente grande por el suelo.
—Se te olvida el pequeño detalle de que esas pirañas voladoras podrían devorarte.
Ignis volvió a reprenderle con la mirada. Jasir sonrió, divertido.
—Nadie va a devorar a nadie.
Le dediqué una sonrisa burlesca a Jasir. Para cuando Ignis volvió a mirarme yo había vuelto a adoptar una expresión seria. No quería que me riñera a mí o Jasir volvería a carcajearse en mi cara.
—Tengo una pequeña solución para tu problema —dijo alegremente.
—¿En serio?
Me aparté un paso de ella cuando, con sus ojos clavados en el objetivo, agarró una flecha de su carcaj y la tensó en el arco. Fruncí el ceño cuando apuntó a la rama. Estuve a punto de preguntarle qué estaba haciendo, pero no me fue necesario abrir la boca, pues entonces la punta de la flecha comenzó a arder.
Ignis disparó y esta se quedó clavada en el extremo de la rama. De repente el fuego rodeó el grosor de la madera, se estrechó y, poco a poco, la fue quemando hasta que el trozo seleccionado por ella cayó al suelo. Me quedé atónito, como si jamás hubiese visto su habilidad para controlar el fuego.
—¿Ese trozo de madera te parece bien?
Me agaché y examiné el color turquesa del interior. Era mucho más grande que mi cabeza.
—Supongo que sí.
—Genial. Pues entonces ya podemos irnos.
—Yo...
Ignis se alejó antes de que me diera tiempo a darle las gracias. La observé acercarse a Yelisa. No sé qué le dijo pero ambas se echaron a reír. Cuando desvié la mirada hacia Jasir, este mostraba una curiosidad para nada disimulada. Sus comisuras comenzaron a elevarse maliciosamente.
—¿Qué? —dije poniéndome en pie.
—Nada.
—¿Y por qué me miras así? —entrecerré los ojos algo desconfiado.
—Por nada —dijo pero su sonrisa no mostraba lo mismo.
—Ya...—murmuré cuando pasé junto a él para ir con los demás.
Divisé a Dawen hablando con uno de sus hombres, y por las expresiones que tenían algo me decía que la conversación estaba comenzando a calentarse. Antes de que lograra acercarme al carro para dejar el trozo de rama, el sonido de un puñetazo me hizo congelarme en el sitio.
El caos estalló en cuestión de segundos. Unas cuántas personas corrieron a separar a Dawen del otro hombre. La rabia del primero era incomparable.
—¡¿Se puede saber qué mierdas haces, imbécil?! ¡¿Te has vuelto demente?! —vociferó. Intentó por todos los medios liberarse de las manos que lo sujetaban, pero le fue imposible—. ¡¿Recuerdas para qué hemos venido hasta aquí?!
Una figura femenina que conocía a la perfección fue escopeteada hacia los dos hombres. Cuando se colocó entre ambos estos dejaron de removerse. La mirada que Ignis les lanzó me dejó helado hasta a mí. A veces se me olvidaba del miedo que llegaba a dar si se lo proponía.
—¿Se puede saber qué está pasando?
—¡Es este imbécil! —escupió Dawen con el pómulo cada vez más rojo—. ¡Se le ha ido la cabeza!
—¿Por qué dices eso? —cuestionó con un tono calmado que contrastaba con la situación.
Dawen tuvo que dejar de mirar al hombre de su sector, porque parecía que contra más lo hacía más enfurecido estaba por el puñetazo que se había llevado.
—Dice que sería una estupidez irnos de este bosque.
Me acerqué cuando los ojos de Ignis brillaron más de lo normal. Cada vez que le pasaba eso me preparaba para lo peor, no obstante, lo único que hizo fue ponerse de cuclillas frente al hombre.
—¿Eso es lo que realmente piensas?
Tras unos segundos, asintió.