La hija del Sol

Capítulo 1: El ciclo del Avestruz

En los barrios bajos de la prospera Egyptes corre con el viento un rumor. Muchos claman que se trata de una profecía, y otros tantos confían con plenitud de que se trata sólo de un mito. Sin embargo esto no ha evitado que los altos mandos teman ante aquellas palabras, que pueden terminar con el dominio de la dinastía Atyen.

Cuenta la leyenda, que un día el poder del Sol se manifestará en uno de sus hijos, este habrá de derrotar a la Serpiente y restablecerá el orden y la justicia en Egyptes. El avestruz reencarnará para tomar su lugar y el ojo del halcón dotará a su propio pueblo de la dicha que tuvo en la era de los dioses. No obstante, con cada año que fue pasando, los creyentes iban disminuyendo con la ayuda del gobierno y del clero que se encargaron de dar mala propaganda a los dioses, volviendo monoteísta a un pueblo que veneraba a muchos. 

Es así que, muchos siglos después del nacimiento de aquella profecía, solo un puñado de Egypcians hablaban de ello. Y solo eso bastó para dar inicio al fin de la era de la serpiente.

* * * * *

—El ciclo se repite de nuevo —murmuró un sacerdote a otro.

Un viejo gobernante, sentado a la cabeza de la enorme mesa de reuniones, paró de reír al instante. Dejando de lado los juegos, bajó a su pequeño al suelo y ordenó a la madre de esta que se lo llevara a su habitación. Una vez la puerta se hubo cerrado detrás de ellos, observó con gesto amargo el rostro de cada uno de los hombres reunidos en esa sala con él. Sus ojos, aunque cansados, mostraban el fuego que caracterizaba a su linaje, que con puño de hierro llegó hasta el poder. El silencio era atronador, nada, ni siquiera el sonido de sus respiraciones, podía escucharse o el anciano hombre se iría sobre ellos con todo lo que tuviera. El sabio silencio fue roto por un gruñido bajo.

—¿Cómo que el ciclo se repite? —farfulló a lo bajo.

El hombre más cercano a él susurró al resto las palabras del gobernante, ocasionando que de inmediato se agitaran todos a lo largo y ancho de la habitación, reuniendo varios documentos y herramientas necesarias para la demostración. Las cortinas se cerraron, luego la enorme pantalla de alta definición bajó del techo y proyectó varias imágenes del cielo nocturno y los astros.

Con los nervios a flor de piel, Tunken, el sacerdote principal, aclaró su garganta para pedir la atención del faraón. Cuando los ojos fríos se posaron sobre él, casi sintió ganas de dejar todo en manos de su segundo. Casi. Para su desgracia, el sueldo era tan bueno como para solo rechazarlo.

—Su señoría, de acuerdo a nuestros cálculos, el ciclo del avestruz se repite —dijo con voz temblorosa.

—¿Cómo es eso? —cuestionó con los ojos entrecerrados.

—Eh, pues... eh...

—Su señoría —interrumpió un joven alto.

—¿Y tú eres? —preguntó el faraón, elevando una ceja.

—Niklobas, Girko Niklobas, sumo sacerdote del gran Ra, su señoría —respondió con seguridad, elevando el mentón y cuadrando los hombros.

El faraón observó por interminables segundos al hombre, acariciando con la mano la barba postiza. Asintió al final, dando el permiso para seguir.

—Su señoría, como dijo mi compañero Tunken, el ciclo del avestruz se repite —comentó, seleccionado una imagen panorámica del cielo nocturno—. Como usted sabrá, este solo ocurre una vez cada cien años, pocos más o pocos menos, por la próxima alineación de los planetas Vernice y Maates, que se celebrará en este año. Por lo cual, durante los próximos cinco años, cualquier niño que nazca será bajo la protección del avestruz.

—¿Qué quiere que hagamos, su señoría? —atinó a decir Tunken, intentando retomar el control.

—Mátenlos.

—¿Qué?

—Mátenlos a todos, a todos los niños de esa generación.

—Pero...

—¿Acaso estás cuestionando al faraón, Tunken? —Elevó la barbilla, con arrogancia.

—No...no, su señoría. Desde luego que no. Solo quería recordarle que esto afectará a la producción, tal como sucedió bajo el reinado de su difunto abuelo —agregó, con un tono demasiado agudo para su gusto.

—No me importan las consecuencias. En aquel entonces hubo una crisis, pudimos superarla con el tiempo, así que lo haremos con esta. Habrá cambios, pero se cumplirá mi palabra, porque soy el faraón. ¿Quedó claro?




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