para recoger el correo. Pero aún voy. Dos veces a la semana, una amiga me trae
provisiones, y mi vecina entra todos los días con el pretexto de cuidar las fresas que plantó
en mi jardín. Y a mí ni siquiera me gustan las fresas.
Estoy haciendo que suene peor de lo que es en realidad. Aún no la conozco y ya quiero
despertar su compasión.
También me pregunta qué hago. Leer. Esta mañana he terminado por tercera vez La
Calle de los Cocodrilos. La encuentro casi irresistiblemente hermosa.
También veo películas. Mi hermano me trajo un reproductor de DVD. No me creería si
le dijera la cantidad de películas que he visto este mes. Es lo que hago. Ver películas y leer.
A veces, incluso finjo que escribo, pero no engaño a nadie. Ah, y voy al buzón.
Ya basta. Adoro su libro. Envíeme más, por favor.
J.M.
10. LEÍ LA CARTA CIEN VECES
Y con cada lectura me parecía que sabía un poco menos acerca de Jacob Marcus. Decía que
había pasado la mañana buscando una piedra, pero no decía ni una palabra de por qué La historia
del amor era tan importante para él. No se me escapaba, desde luego, que había escrito «aún no la
conozco». ¡Aún! Es decir, que esperaba conocernos mejor, o por lo menos a nuestra madre, ya
que no sabía nada de Bird ni de mí (¡aún!). Pero ¿por qué apenas podía llegar hasta el buzón? ¿Y
por qué había de ser extraordinaria la mujer que quisiera ser su compañera? ¿Y por qué llevaba un
astronauta ruso en la solapa?
Decidí hacer una lista de las pistas. Fui a casa, me encerré en mi habitación y saqué el tercer
tomo de Cómo Sobrevivir en la Naturaleza. Empecé página. Decidí escribir en clave, por si a
alguien le daba por curiosear en mis cosas. Me acordé de Saint-Ex. Arriba de todo escribí: «Cómo
sobrevivir si no se te abre el paracaídas.» Y debajo:
1. Buscar una piedra
2. Vivir cerca de un lago
3. Tener un jardinero que cojea
4. Leer La Calle de los Cocodrilos
5. Necesitar una mujer extraordinaria
6. Tener problemas para ir hasta el buzón
Éstas eran todas las pistas que me daba la carta, así que me colé en el estudio de mi madre
mientras ella estaba abajo y saqué sus otras cartas del cajón. Las leí, buscando más pistas. Fue
entonces cuando recordé que su primera carta empezaba con una cita de la introducción de mi
madre a un libro de Nicanor Parra, que decía que él llevaba en la solapa un pequeño astronauta
ruso y en el bolsillo, las cartas de una mujer que lo había dejado por otro.
Si Jacob Marcus había escrito que también él llevaba un astronauta ruso, ¿quería decir que su
esposa lo había dejado por otro? Como no estaba segura, no podía considerarlo una pista, así que
no lo anoté. En su lugar escribí:
7. Hacer un viaje a Venecia
8. Que alguien te leyera pasajes de La Historia del Amor hace mucho tiempo a la hora
de acostarte
9. No olvidarlo nunca
Repasé la lista de pistas. Ninguna me servía de ayuda.
11. CÓMO SOY
Comprendí que si realmente deseaba descubrir quién era Jacob Marcus y por qué tenía tantos
deseos de que le tradujeran el libro, tenía que buscar en La Historia del Amor.Sigilosamente, subí al estudio de mi madre, para ver si desde su ordenador podía imprimir los
capítulos traducidos. El único problema era que ahora ella estaba sentada delante del ordenador.
—Hola —dijo.
—Hola —dije yo, tratando de aparentar naturalidad.
—¿Cómo estás?
—Muybiengraciasytú? —dije, porque eso era lo que ella me había enseñado que debía decir,
lo mismo que cómo sostener el cuchillo y el tenedor y sujetar la taza de té con dos dedos, y sacar
un resto de comida de entre los dientes sin que se notara, si la reina de Inglaterra me invitaba a
tomar el té. Cuando le dije que nadie que yo conozca sostiene el cuchillo y el tenedor como es
debido, ella puso cara de pena y dijo que trataba de ser una buena madre y que si no me enseñaba
ella estas cosas, ¿quién me las enseñaría? Pero preferiría que no me las hubiera enseñado, porque
a veces ser cortés es peor que no serlo, como el día en que me crucé con Greg Feldman en el
pasillo de la escuela y dijo: «Eh, Alma, ¿qué tal?», y cuando respondí: «Muybiengraciasytú?» él
se quedó mirándome como si yo acabara de aterrizar de Marte y dijo: «¿Por qué nunca puedes
decir sencillamente: Psa?»
12. PSA
Anochecía y mi madre dijo que en casa no había nada que comer y preguntó si pedíamos
comida tailandesa, o quizá india y por qué no camboyana.
—¿Y si cocináramos algo nosotros? —propuse.
—¿Macarrones con queso? —dijo mi madre.
—La señora Shklovsky hace un pollo a l'orange muy bueno.
Mi madre no parecía entusiasmada.
—¿Chile? —propuse entonces.
Mientras ella estaba en el supermercado, subí a su estudio e imprimí los capítulos del uno al
quince de La Historia del Amor, que era hasta donde había traducido. Escondí las hojas en mi
mochila de supervivencia que guardo debajo de la cama. Minutos después, mi madre llegó a casa
con medio kilo de pavo picado, un brócoli, tres manzanas, un tarro de pepinillos y una caja de
mazapán importado de España.
13. LA ETERNA DECEPCIÓN DE LO QUE ES LA VIDA
Después de una cena a base de falsos nuggets de pollo pasados por el microondas, me acosté
temprano y, debajo de las mantas y a la luz de una linterna, leí lo que mi madre había traducido
de La Historia del Amor. Estaba el capítulo de cuando la gente hablaba con las manos, y el
capítulo del hombre que se creía de cristal, y un capítulo titulado «El nacimiento de los
sentimientos», que yo no había leído aún. «Los sentimientos no son tan viejos como el tiempo»,
empezaba.
Del mismo modo que hubo una primera vez en que alguien hizo saltar una chispa
frotando dos palitos, hubo también un primer momento de alegría y un primer momento de
tristeza. Era un tiempo en el que continuamente se inventaban sentimientos nuevos. Pronto
nació el deseo, y también el arrepentimiento. La primera vez que se sintió la terquedad, se
inició una reacción en cadena y, por un lado, se creó el resentimiento y, por el otro, la
marginación y la soledad. Tal vez cierto movimiento de caderas en sentido contrario al de
las manecillas del reloj marcó el nacimiento del éxtasis, y un rayo provocó el primer
orgasmo. O quizá fue el cuerpo de una muchacha llamada Alma. Contrariamente a toda
lógica, la sorpresa no nació de inmediato. No llegó hasta que la gente tuvo tiempo de
acostumbrarse a lo que eran las cosas. Y, transcurrido el tiempo suficiente, alguien
experimentó la primera sensación de sorpresa, y en otro lugar alguien sintió la primera
punzada de nostalgia.
Es cierto que a veces la gente también sentía cosas para las que no había palabras, y no
se hablaba de ellas. Es posible que la emoción más vieja del mundo fuera la de sentirse