La Historia que Nunca Tuvimos

CAOS EN EL ORDEN

Los días se sentían iguales.

Demasiado iguales.

Me levantaba, desayunaba sola —siempre el mismo café con leche, los mismos hot cakes—. David llegaba con alguna sorpresa. Dany pasaba por la tarde. Y luego dormía.

Pero algo en mí seguia cuestionarlo todo.

Una mañana noté que el reloj de la cocina marcaba la misma hora durante más de una hora: 10:14 a.m.

Lo miré, luego miré mi celular.

10:14. También.

Caminé al cuarto. Miré el reloj de pared.

10:14. Otra vez.

Parpadeé. Y al volver a mirar, ya era 11:35. Como si nada.

—Estoy cansada —murmuré—. O confundida.

Esa noche soñé con el hospital otra vez. Solo que esta vez había alguien más. Una mujer. Vestía bata blanca, pero su rostro estaba borroso. Tenía el cabello recogido, y hablaba en voz baja con alguien que no lograba distinguir. No decía mi nombre. Pero sabía que hablaba de mí.

Me desperté sudando frío.

Dany vino por la tarde. Ayudó preparar la comida y luego subió a mi cuarto con una bolsa llena de dulces. Nos tiramos sobre la cama como antes.

—¿Recuerdas cuando teníamos trece y planeábamos irnos a vivir juntas a un departamento lleno de gatos? —preguntó ella, riendo.

—Claro. Tú querías uno blanco. Yo, uno con un parche negro en el ojo.

—Lo llamarías “Pirata”.

Asentí.

Y nos reímos.

Pero entre risa y risa, algo en su mirada se quebró. Un parpadeo de más. Una respiración entrecortada. Una culpa que no cabía en ese cuarto.

-Naty-

-¿Si?- contesté sin mirarla

-Eres y siempre serás mi mejor amiga-

Esa noche, cuando me dormí, Dany bajó a la sala. David estaba sentado en el sillón, sin moverse, como si llevara horas ahí.

—Tenemos que hablar —le dijo, bajito.

Él la miró sin decir nada.

—Tenemos que decírselo ya —continuó—. Conozco a Natalia ella no es tonta sabe que algo no está bien, si se lo decimos ahora podemos evitarle un impacto más fuerte.

—Necesita estabilidad —respondió él—. Tiempo.

—¡Pero no tenemos tiempo! Su mamá real ya firmó los papeles, David. Solo esperan dos días más. Dos días. Y… —su voz se quebró—, y se va.

David apretó los puños. Su imagen tembló apenas, como una señal. Pero volvió a componerse.

—Entonces solo tenemos dos días.

—¿Y si no despierta a tiempo?

David no respondió.

Solo miró hacia arriba. Donde yo dormía.

Mientras tanto, yo soñaba.

Estaba en mi escuela. Pero vacía. El patio lleno de hojas secas. Las aulas cerradas. El timbre sonando… sin nadie para oírlo. Y al fondo, en la puerta de la enfermería, estaba la mujer de la bata blanca. Esta vez la vi más clara. Tenía los ojos verdes. Y me miraba como si esperara que yo le hablara.

Quise hacerlo. Pero no pude.

Y desperté.

—¿Todo bien, Nati? —me preguntó Dany al día siguiente, mientras preparaba el desayuno.

—No lo sé. Soñé cosas raras.

—¿Fue una pesadilla?

—No. Fue… como si alguien me buscara.

Ella sonrió con ternura. Pero en sus ojos vi algo extraño. Como si no supiera qué responder.

Y cuando volví a mirar el reloj de la cocina, marcaba otra vez 10:14.




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