El sol apenas se filtraba a través de las nubes grises que cubrían el cielo, proyectando una luz sombría sobre la ciudad en ruinas. En el fondo de esta había un niño que caminaba cautelosamente entre los escombros, con cada paso resonando en el silencio opresivo que lo rodeaba. Las calles, alguna vez bulliciosas y llenas de vida, estaban ahora vacías y cubiertas de polvo. Los edificios estaban destrozados y desmoronados; sus fachadas derruidas y las ventanas rotas. La ciudad se había convertido en un recordatorio desgarrador de su antigua grandeza.
― Acaso eso fue un ave... No, es imposible que alguien decida bajar por su propia cuenta ―se escuchó un sonido proveniente de su estómago―me pregunto cuándo fue la última vez que comí algo... mejor no pienso en eso, lo mejor será volver antes de que se ponga el sol .
Entre los escombros de una vieja casa abarrotada por los años; la cual debido a su tamaño debió pertenecerle alguna familia de alto status cuyo nombre abra sido olvidado, se encontraba un niño buscando entre los escombros, muchos adultos murieron durante la caída de la ciudad y aquellos que sobrevivieron se dieron cuenta de que a largo plazo era mejor tener una boca menos que alimentar, por lo cual el número de huérfanos había incrementado exponencialmente, entre ellos muchos pertenecían a las familias que vivían más cerca del centro, lo normal sería creer que estos duendes serían los primeros en palmarla, pero sorprendentemente sobrevivían mejor que la mayoría de los adultos, ¿talvez sus padres pensaron que algo a si pasaría y los entrenaron para estar preparados?... quien sabe a lo mejor solo fue la casualidad o el destino, entre ellos estaba este pequeño niño quien formaba parte de esta población desafortunada, en algún mundo diferente pudo haber gozado de una gran vida llena de lujos, pero en su realidad tenía que vivir de lo que encontraba en las ruinas de las casas que visitaba.
La ciudad y el abismo se extendían ante el niño como un paisaje desolado y sombrío; los edificios antes majestuosos y llenos de orgullo yacían en ruinas, los restos de lo que alguna vez fue una próspera metrópolis se extendían hasta donde alcanzaba la vista, una imagen desgarradora de la caída de la civilización. El aire era denso y cargado de un olor acre; mezcla de humo, moho y descomposición. Las calles estaban silenciosas, solo interrumpidas por el esporádico chirrido ocasionado por el viento que atravesaba los restos de metal. El sol apenas se filtraba a través de las nubes grises y espesas que parecían haberse asentado permanentemente sobre la ciudad, sumiéndola en una penumbra perpetua.
El abismo, una profunda grieta que se abría en el corazón de la ciudad generaba una visión imponente a los que pasaban cerca de él; sus paredes de roca escarpada se elevaban amenazadoramente. A lo lejos, se podía escuchar el eco distante del agua corriendo, el último vestigio de vida que quedaba en aquel mundo desolado. El río, que alguna vez fue fuente de vida ahora era una sombra de su antigua gloria, su cauce reducido a un simple hilo de esperanza. En los alrededores se podían ver los restos de antiguas casas y tiendas, ahora solo montones de escombros y recuerdos rotos. Las plantas y los árboles, una vez vibrantes y exuberantes habían desaparecido por completo, dejando solo un paisaje baldío y yermo. No había signos de vida animal, ni siquiera un chirrido de insectos o el canto de los pájaros. La ciudad había caído en un silencio sepulcral.
Este desolado entorno era el hogar del niño, un lugar en el que la esperanza se desvanecía día a día, pero entre los escombros y la desolación él persistía; buscando desesperadamente algo que pudiera darle un atisbo de esperanza en un mundo que parecía haberla olvidado.
― El viejo Mook debería darme por lo menos 20 Hols por las cosas que le voy a llevar, seguro que eso me ha de alcanzar para unos cuantos panes.
Para que la ciudad no callera en la anarquía completa las familias mercantiles que habían sobrevivido por no estar en el centro de la ciudad al momento de la caída formaron un nuevo sistema monetario en el cual se aseguraban de repartirse el poco poder que les quedaba, ahora todo trabajo que se realizaba era pagado con los Hols una moneda creada a base de las Astralitas, debido a que con la caída de la ciudad muchos de los caminos que conectaban a las minas se habían bloqueado por los escombros, la ya controlada cantidad de Astralita en la ciudad ahora estando más limitada fue más regulada de lo que alguna vez fue, a su vez esta estaba respaldada por las plantaciones de vegetales que aún seguían de pie, también se podía usar el intercambio de bienes materiales, pero había pocos lugares donde aún los recibiesen, ahora todo lugar se sujetaba por el nuevo dinero o los alimentos, principalmente las carnes eran las más demandadas por su poca cantidad que había, como tal el agua no era tan demandada, la ciudad se construyó junto a un río de donde llegaba el agua a la ciudad, como el canal no se había destruido del todo aún llegaba agua a algunos pozos y cada que llovía la gente se aseguraba de recolectar toda la que fuera posible.
En el nuevo orden la gente se dirigía a puestos designados en los que se les pagaba sus horas de trabajo por bonos de Hols o en algunos casos se podía obtener pequeñas cantidades de comida en vez del dinero, entre ellos uno de los encargados era conocido por aceptar ciertos intercambios de comida por objetos de valor, claro está que esto estaba por fuera de la ley, pero al estar en una zona oscura de la ciudad solían hacer la vista gorda y si era necesario un soborno callaba a cualquiera; esto hizo que fuera frecuentemente visitado por todos aquellos que no se dedicaran precisamente a un trabajo que se le pudiera llamar honesto.