Al día siguiente, el chico se encaminó hacia la zona suroeste del tercer nivel superior de la ciudad. Cerca de ese lugar se había creado hace no mucho un mercado, construido sobre viejas tablas de madera incrustadas a los restos de la muralla que dividia aquel antiguo sector de la ciudad. Aquel mercado era visitado por gran parte de los habitantes al no estar lejos de una plaza que era muy concurrida; debido a la forma en que fue construido no había ninguna tienda o puesto de gran volumen, esto para evitar que el peso extra ocasionara algún accidente en el que todos cayeran al abismo. Por lo cual las "tiendas" eran los comerciantes que se paraban cerca del muro gritando los productos que ofrecían; aparte de estos, también había algunos vendedores ambulantes que iban de un lado a otro ofreciendo pequeños paquetes que, por su tamaño, no representaban un riesgo de sobrecargar la estructura.
Más que un mercado, se podía considerar este lugar como una calle de anuncios, que conectaba la plaza de la zona con un pasaje al sector vecino. En este entorno, si te interesaba algún producto que se ofrecía, simplemente preguntabas al comerciante, quien te indicaba un lugar separado para la entrega. Esta disposición permitía mantener la estructura liviana y segura sobre el abismo, mientras los vendedores promovían sus productos de manera activa. No obstante, siempre había quienes buscaban aprovecharse de los transeúntes incautos, ya fuera exigiendo el pago por adelantado de un producto que nunca se entregaría o enviándolos a lugares de donde no regresarían.
Lyix y el resto de su pandilla solían olgasanear en la plaza que estaba del otro lado del mercado. No era la primera vez que se veía envuelto en los asuntos de Lyix; desde que tenía memoria, siempre había estado envuelto en los problemas que este causaba, ya fuera como víctima o en algunas contadas ocasiones como su cómplice. Para fortuna del niño, la suerte siempre pareció favorecerle, ya que hasta ese momento nunca fue atrapado por las autoridades a causa de sus delitos o muerto por las golpizas que le daba Lyix.
Aunque a primera vista parecía que las leyes habían desaparecido junto con la ciudad, la verdad era que el pueblo había instaurado un sistema aún más implacable. La antigua guardia, cuyo servicio no debe ser subestimado, había demostrado una lealtad y eficiencia ejemplares durante la época dorada de Floraría, asegurando que los engranajes que componian a la ciudad no se salieran de su lugar. Sin embargo, tras el accidente gran parte de sus filas fueron diezmadas; la guardia no logró adaptarse a la nueva realidad.
Aquella guardia que vestía uniformes altamente estilizados con los colores de Arvarth, adornados con intrincados detalles dorados y patrones en relieve; capaz de seda oscura que ondeaba con cada paso que daban, y portando siempre espadas, que por su estado parecía que nunca las habían desenvainado, eran poco más que una fachada para seguir demostrando la alta opulencia de la ciudad. Después de la caída de la ciudad intentaron mantener el orden, pero rápidamente se vieron superados por la situación y con el tiempo dejaron de existir.
En su lugar, los grupos criminales y las guardias personales de las familias mercantiles tomaron el control como las nuevas fuerzas del orden en sus respectivas zonas. Estos grupos se encargaron de mantener la seguridad de los ciudadanos a cambio de elevados impuestos, pero su concepto de orden era notablemente dispar. Mientras que algunas áreas podían experimentar una relativa calma bajo la vigilancia de una familia mercante, otras se transformaban en campos de violencia y muerte donde si entrabas no era seguro que salieras.
Debido a esto, hace pocos años algunos de los guardias que aún permanecían se reunieron con el fin de reformar su antigua organización para restablecer nuevamente el orden en la nueva ciudad. De esta forma marcharon vistiendo sus oxidadas armaduras que solo eran una sombra de lo que alguna vez fueron liberando zonas y poniéndolas bajo su protección, pero en comparación con los demás estos eran los que menos influencia tenían. Debido a esto, hace pocos años, algunos de los guardias que aún permanecían se reunieron con el propósito de reformar su antigua organización y restablecer el orden en la nueva ciudad. Con este fin, marcharon vistiendo sus armaduras oxidadas, una sombra de lo que alguna vez fueron, liberando zonas y poniéndolas bajo su protección. Sin embargo, en comparación con las facciones dominantes, estos reforzados contaban con muy poca influencia.
En la actualidad, la ciudad estaba sumida en un conflicto de poder entre los hombres de las familias mercantiles, la débil presencia de la antigua guardia y las bandas criminales que se habían rebelado contra la nobleza remanente. El líder de la mayoría de los sectores de la ciudad era un miembro de la familia Heliantus, una familia cuya reputación antes del colapso no era la mejor. Se rumoreaba que colaboraban con las bandas criminales y realizaban actos de moral cuestionable para mantener su estilo de vida. Si la ciudad no hubiera caído, lo más probable es que hubieran sido descubiertos, despojados de sus posesiones y marchitados. Sin embargo, ese no fue el destino que les esperaba.
Debido a su participación en el contrabando de Astralita, tras la caída de la ciudad, la familia Heliantus se convirtió en la más poderosa, al poseer la mayor reserva de este valioso recurso y numerosos contactos en el mundo criminal que ahora salían a relucir. En poco tiempo, superaron a todas las demás familias, incluida la familia Hortus, cuya mansión por mala suerte se encontraba cerca del epicentro de la tragedia, hasta donde se sabe todos sus miembros habían perecido en el evento catastrófico.