Capítulo 13.

—Katria —repitió Mirah, descubriéndose el rostro.

Katria seguían inmóvil, Mirah la sujetó por los hombros y la sacudió.

—¡Tenemos que irnos! —dijo—. Vamos, no hay tiempo. No sé si se pararan otra vez. De pie.

Katria seguía inmóvil. Arrodillada Mirah volvió a zamarrearla.

—Vamos, Katria —dijo Mirah con desesperación—. Tenemos que irnos, acá están pasando cosas raras.

—Silka… —susurró Katria, volviéndose a la pila de huesos.

Katria comenzó a jadear, empujó a Mirah y se levantó. Corrió a toda velocidad hacía la pila de huesos mientras gritaba una y otra vez “Silka”. Seguía gritando cuando llegó, también lo hizo mientras escarbaba entre los huesos. Súbitamente se detuvo, mirando la pila de huesos a medio escarbar.

Estalló en llantos.

Mirah entendió lo que sucedía, había llegado demasiado tarde. Solo por los pelos. La alegre chica rubia que había conocido en el bosque yacía muerta por no llegar a tiempo. Casi muere Katria también ¿Qué había pasado?

Estaba segura de que vio fuego en la mano del hombre, les disparó a decenas de metros de distancia, pero incluso así se vía fuego ¿Qué otra cosa era capaz de iluminar la oscura noche de esa manera? ¿Qué más podía destacar entre todos los esqueletos, haciendo incluso más horrible la escena de decenas de ellos amontonados?

No es tiempo para esto se dijo sacudiendo la cabeza.

Ya tendría tiempo de pensar en lo que había pasado. De momento tenía que sacar Katria, no había tiempo. No solo por los esqueletos, si no volvían al fuerte antes del amanecer la colgarían por desertora.

Se acercó a Katria que seguía sollozando con fuerza. Le sujetó el brazo y la miró fijamente, esta le devolvió la mirada.

—Debemos volver, Katria —dijo.

Katria quitó su brazo, furiosa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Katria— ¿Qué sabes de esto?

Mirah enrojeció de vergüenza, debió llegar a tiempo y no lo hizo.

—Vine lo más rápido que pude —replicó Mirah.

Katria se incorporó a medias y empujo a Mirah, para luego volver a arrodillarse frente a la pila de huesos.

—¡Aléjate! —gritó Katria.

Mirah tensionó la mandíbula y retrocedió. Tenían que irse, pero no pensaba dejarla. No iba a hacerlo, se sacudió la cabeza y trató de ganar tiempo, o mejor dicho ocuparse hasta que Katria estuviese más tranquila. Su vista se centró en un bulto en el piso, la silueta del encapuchado que yacía muerto con la flecha enterrada en su espalda.

Se acercó con cautela, se agachó frente al cuerpo y tomó su capucha. La hizo a un lado y retrocedió con rapidez. El cuerpo no se movió. Se sentía tonta al tener tanto cuidado con un cadáver, pero el haber visto como marchaban cientos de esqueletos hizo que tuviera un cuidado especial, sobre todo con los muertos.

Se volvió a acercar y vio el rostro del hombre. La poca luz apenas dejaba ver sus facciones, pero tenía marcas en la cara y las manos. Grietas que parecían más líneas de cenizas que arrugas. Mirah tragó saliva.

Inspiró hondo y revisó la capucha y la cintura del sujeto. También el pecho. Debía tener algo que fuera una explicación de lo que estaba pasando, el ejercito la necesitaría. Ella la necesitaría si quería conservar la cabeza.

En el pecho encontró un medallón. Tenía algo gravado pero la escaza luz no dejaba ver con claridad. También encontró un morral que contenía un saquito de monedas y un par de pergaminos enrollados que tampoco podría leer en esa noche en que la luna estaba media oculta.

Ya lo haré después pensó y se volvió a Katria.

Seguía ahí, arrodillada frente a la pila de hueso. Parecía haberse calmado, pero Mirah temía acercase.

¿Por qué te asusta? Se preguntó. Tenemos irnos, ve a buscarla.

Los huesos tintinearon, se volvió con velocidad y vio a dos personas caminando hacia ella. Dos siluetas, uno de ellos grande y fornido, casi parecía un Grande. Sacó una flecha y tensó su arco.

—Tranquila, pequeña —dijo uno de ellos.

Mirah reconoció la voz y exhaló el aire que estaba conteniendo. Era Castor.