Tomó avenida Alem, y luego una calle lateral, sin gente. Más adelante se detuvo en un semáforo, detrás de una fila de autos mejores que el suyo, y aprovechó para fijarse si quedaba algo en la botella. ¿Era sábado? ¿Ya era domingo? Un muchacho pasó ofreciendo diarios a los conductores. Pereyra supo que era una buena oportunidad para ver la fecha, así que lo llamó. Era sábado.
En los titulares:
LIBERAN DE CULPA Y CARGO A SEIS MILITARES ACUSADOS DE SECUESTRO
REEMPLAZAN A JUECES POR LEY DE AMNISTÍA
Y en letras más pequeñas, abajo:
TRAVESTI DE BAJA TALLA ES ENCONTRADO MUERTO EN SU DEPARTAMENTO
El semáforo se puso en verde. Pereyra sostenía el periódico contra el volante, y antes de arrancar alcanzó a ver el recuadro donde se mostraba una ambulancia y varios camilleros que sacaban el pequeño cuerpo envuelto en sábanas; era el mismo edificio donde había visto entrar al sujeto de la foto la noche anterior. En el epígrafe leyó: el cuerpo estaba sobre la alfombra, boca arriba, en la escena se hallaron indicios de que hubo violencia.
Pereyra escuchó algunos bocinazos detrás suyo para que moviera el auto, y el muchacho le pidió que le pagara el periódico. Pereyra hizo el ademán de buscar dinero en la billetera, y aceleró. El muchacho corrió unos pasos, pero enseguida supo que no iba a poder recuperar lo que le habían robado. Varias cuadras más adelante, al detenerse otra vez por el tránsito, Pereyra se fijó en la dirección que aparecía en la nota del interior del periódico, y confirmó sus sospechas. Era la misma donde el sujeto de la foto había montado guardia la noche anterior.
Esa misma tarde, Pereyra entró al banco que figuraba en el membrete del cheque que había encontrado en la guantera del auto del sujeto de la foto, cerca de las dos de la tarde, con el estómago vacío y un leve temblor en las manos. Sacó número y se sentó a esperar. Cuando lo llamaron, se acercó a una de las cajas y deslizó el cheque por la abertura del vidrio. ¿Efectivo?, preguntó la empleada del banco. Si, dijo Pereyra. Escriba su nombre, número de documento y dirección detrás, dijo la empleada sin siquiera mirarlo, y le regresó el cheque. Pereyra obedeció. El cheque volvió a pasar del lado de la empleada, pero al ingresar los datos en la computadora la mujer levantó la mirada y se quedó viéndolo unos segundos; luego tomó el tubo de un teléfono que tenía a mano y dijo Señor Gutiérrez, venga enseguida por favor.
Es una trampa, pensó Pereyra.
A los pocos segundos un señor Gutiérrez apareció detrás del vidrio junto a la mujer. Tenía unos bigotes grises, y un tic nervioso en los labios hacía que los apretara y los sacara para afuera como si tirara besos al aire.
La mujer dijo algo que Pereyra no llegó a escuchar. El señor Gutiérrez lo miró a través del vidrio que los separaba.
-Esta cuenta..., dijo Gutiérrez. ¿Quién le dio este cheque?
Pereyra no supo que responder. Estaba a punto de dar media vuelta y salir corriendo de aquel banco cuando la mujer volvió a decir algo en voz baja.
-El problema es que esta cuenta… solo es usada por personas de suma confianza del señor… bueno, ya sabe usted a quien me refiero… y nosotros no habíamos escuchado nunca acerca de usted.
-Pero el cheque tiene mi nombre, respondió Pereyra, algo nervioso. Y también se le ocurrió decir.
-No vamos a molestar usted ya sabe a quién para averiguar por qué en este banco no me quieren pagar este cheque, ¿no le parece, Gutiérrez?
Gutiérrez se sintió amenazado por las palabras de Pereyra, los labios comenzaron a moverse con mayor rapidez, ahora tiraba besos al aire para todos lados.
-Bueno, por tratarse de una suma pequeña, dijo Gutiérrez. Páguele Paula. Anótelo aparte, y después lo vemos.
La mujer le entregó el dinero. Selló unos papeles. Que tenga buen día, dijo al fin. Y Pereyra se retiró del banco con los bolsillos del saco que llevaba puesto lleno de billetes de mil pesos.
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Editado: 29.05.2024