Regresó a su oficina, levantó la cama que se escondió dentro de un mueble que simulaba ser una biblioteca, y se sentó en su escritorio. Abrió el sobre que Marta le había dejado. No se atrevía a contar el dinero, sólo lo veía ahí, desparramado delante suyo, como si alguno de esos billetes de pronto le crecieran dientes y lo fuese a morder. Con la llegada de la noche, se terminó la botella de whisky sabiendo que era capaz de reponerla, y cuando se sintió un poco mejor, volvió a bajar a la calle y buscó un lugar barato donde comer algo.
Horas más tarde se sintió un poco mejor, era de madrugada ya y la ciudad se había encendido en sus luces y apagado en sus ruidos, y a Pereyra se le ocurrió que lo mejor sería ir a ver a Roberto, su sex shop permanecía abierto a esas horas, y ya era tiempo de saber quién era en realidad el sujeto de la foto.
Entró al local, y buscó a la chica que había visto la otra vez con la mirada. Roberto, detrás del mostrador, cerraba la caja registradora con llave. Debe estar del otro lado, pensó Pereyra: en estos momentos se acomoda la ropa luego de haberse revolcado con su jefe y después se arregla un poco el pelo y sale a limpiar como si nada. Quiso tener el coraje de preguntar por ella, pero se quedó callado, no quería provocar los celos de Roberto.
-Estuve trabajando en lo tuyo, dijo Roberto a modo de saludo. Esta vez no sonreía; sin embargo a Pereyra le pareció que había en su voz un rastro de complicidad. Bajó la vista para olvidarse un segundo de la presencia de Roberto y se preguntó hasta que punto había venido a buscar la información que estaban por darle. Ahora volvía a necesitar un nuevo trago. Había comprado una botella de Johnny Walker en la licorería de siempre, esta vez la había pagado. Detrás del vidrio del mostrador, unos penes enormes, negros, le apuntaban al pecho.
-Mejor vamos para el fondo, dijo Roberto; detrás del mostrador, en un sector de la pared, se dibujó una línea vertical que luego fue un rectángulo oscuro y profundo hasta que Roberto alzó la mano y de memoria tiró del piolín para encender la luz. Pasaron, se sentaron alrededor de una mesa redonda. Ahora que la puerta se cerraba, el mundo entero quedaba tras ella; entre ellos había quedado la foto del sujeto, las manos nerviosas de Pereyra dibujaban con la yema de los dedos los nudos en la madera. Roberto se arremangó la camisa; esperaba, según Pereyra, que rompiera el silencio que se había impuesto entre los dos. Pero Pereyra no tenía nada que decir. La luz del foco se balanceaba arriba, partiendo el aire en lineas rectas, sin dejar de moverse desde que Roberto la había encendido, aunque sólo mostraba una porción del suelo y unas cajas de cartón.
-Bueno, por lo menos ahora sabemos de quien estamos hablando, dijo Roberto en el mismo tono neutro en el que decía todas las cosas. La voz lo trajo de nuevo a la oscuridad de la trastienda. Al fin juntó coraje para preguntar qué había averiguado, pero la garganta se le hizo un nudo. Por hacer algo, tomó la foto del sujeto y la inclinó para verla mejor.
-Este tipo es peligroso, Pereyra. Hay que tener cuidado. Yo que vos..., no sé... me olvidaría de este asunto mientras pueda...
Ahora Roberto parecía tomar conciencia de quién hablaba, su voz se volvió más tensa, y Pereyra sintió que la foto se resbalaba en el sudor de sus manos.
-Debiste avisarme con quien nos estábamos metiendo. Con el puño cerrado Roberto dio un pequeño golpe seco a la mesa. Estos no son tiempos de andar jugando al detective...
Pereyra sintió un olor como a cartón mojado, y a veneno para ratas. Dejó la foto y apoyó las manos en la mesa para evitar el temblor. Permanecieron en silencio; el foco detuvo su vaivén, ahora proyectaba apenas un circulo amarillento en donde apenas entraban los dos.
-Bueno, sabés muy bien que estos trabajos son más caros, dijo Roberto y lo miró a ver que cara ponía.
El problema es de dinero, pensó Pereyra. Iba a sonreírle, pero algo en los ojos de Roberto le indicó que no lo hiciera.
-¿Cuánto más me va costar?, preguntó Pereyra. Al levantar la voz temió que Roberto se enojara; aunque Pereyra podía liquidarlo ahí mismo. Tres tiros certeros saldrían del caño de su Colt que el propio Roberto alguna vez le había vendido, a lo igual que las balas y la sobaquera. Antes de huir revisaría el local en busca de una petaca y un sombrero. El sombrero le hizo pensar en la chica que atendía. Puedo matarlo, pensó Pereyra. Pero sabía que no podía. Con la yema de los dedos sintió la rugosidad de la solapa del saco, la suavidad del poliéster que formaba el bolsillo interno, la aspereza del sobre de papel madera. Contó tres billetes, el anular ayudó al índice y al pulgar a separar el dinero del resto del fajo y la mano apareció otra vez por entre las solapas. Roberto siguió el recorrido de los billetes hasta que llegaron a la mesa. Pereyra deslizó el dinero hacia donde estaba la foto del sujeto. Roberto tomó el dinero y lo guardó sin contarlo.
-Voy a decirte quién es este tipo, y después no quiero verte por un tiempo ¿Está claro?
A Pereyra no le gustó el modo en que Roberto lo trataba; ahora que había pagado el doble de lo que había calculado se sentía el dueño de la situación. Apoyó las dos manos sobre sus piernas y se inclinó hacia delante para escuchar mejor lo que Roberto iba a decir:
-Yo no sé en que andás, tampoco quiero saberlo... pero te aclaro que este tipo es un pez gordo, o mejor dicho, es la mano derecha de un pez gordo.
Le pareció que a Roberto le temblaba la voz; nunca lo había visto así, tan asustado.
-Este sujeto, el que aparece en la foto que me diste, es el jefe de seguridad de un empresario de la construcción, un turco que viene a la Argentina para hacer negocios y pero sobre todo para divertirse a lo grande… y no es que le guste venir a comerse un bife de chorizo y después meterse en algún cabaret… el turco este, por lo que pude averiguar, tiene inclinaciones raras… al tipo le gusta organizar fiestas, festicholas como dicen… para él y para un grupo de otros empresarios tan reventados como el turco este… sadomasoquismo, drogas, payasos, hasta serpientes y enanos llevan a esas fiestas… donde vale todo pero a veces las cosas terminan mal…
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Editado: 29.05.2024