Keila
—El novio se ha fugado —Kris apareció por la puerta de la habitación en donde esperaba, dejé de jugar con el ramo de flores, las rosas blancas, envueltas por ese bonito lazo rojo, parecieron perder su brillo con la noticia.
Tardé unos segundos en entender lo que me había dicho y sentí una pequeña molestia. Era lo que me faltaba. Que el idiota de Fernando desapareciera durante este día tan especial, como mi madre lo llamaba, aunque yo prefería el término de infernal.
Deje las flores a un lado y estire los dedos, tratando de liberar un poco de tensión. Maldita seas, Fernando Santos.
Tratando de fingir que había escuchado mal, me giré, incrédula para mirar a mi hermano mayor.
—¿Qué? —Él se estaba acomodando su corbata y cerraba la puerta con el pie con total tranquilidad, impidiendo que cualquiera me viese en mi vestido de novia. Una novia abandonada. Ni siquiera tuvo el descaro de agregar un poco más de drama a la situación y esconder su ausencia hasta que yo estuviera sobre el altar—. ¿Se fue? ¿Realmente se fue el muy bastardo?
—Lo siento, hermanita —se acercó con una sonrisa divertida y puso sus manos sobre mis hombros—. De todas formas no van a desperdiciar este acuerdo, van a encontrar un reemplazo. Te vas a casar, no importa lo que intente impedirlo.
—No sé porque accedí a esto —concluí y suspiré, dejando caer la cabeza hacia atrás, escuchando su risa suave.
—Porque tenías esperanzas de que el prometido fuese otro —se burló recordándome mi tonto enamoramiento juvenil por el mellizo de Fernando.
—Cierra el pico, Kris.
—Solo digo la verdad.
—Guárdate tus verdades para ti. No deseó escucharlas ahora.
—Tranquila, Keila. Solo soy una paloma mensajera. No tienes porque desquitar tus frustraciones conmigo.
Tenía razón. Él no era el culpable de todo esto, esa era yo. Yo solita fui y me metí en esto. Cuando mi madre llegó con la propuesta acepté sin pensarlo, ya habiendo aceptado que jamás encontraría a un hombre que quisiera casarse conmigo por propia voluntad y no veía nada malo en el acuerdo, hasta que me enteré del verdadero prometido.
—¿Y con quién me voy a casar ahora?
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Álvaro
Entré en la habitación y vi a mi madre enloquecida. Parecía hablar para ella misma, con una mano que se movía violentamente en el aire mientras daba forma a sus pensamientos.
Estaba cargando con un gran mal humor está mañana, no era el lugar donde pensaba que iba a pasar mi San Valentín.
No, si fuera por mi estaría en mi ático, viendo una película antigua y disfrutando con mi cachorro. Pero en su lugar me habían obligado a asistir a la boda de mi hermano con la mujer que había sido mi fantasía viviente desde que volví a cruzarla en mi camino luego de perderla de vista cuando ambos éramos más jóvenes. Cómo si no fuera suficiente, la hermosa Keila era una de mis mayores críticas y podía notar por lo que escribía de las películas que había dirigido que me odiaba.
Mi madre me miró cuando me escuchó, al fin dando un paso dentro de la habitación de manera definitiva. Una idea rápida cruzó su rostro por la forma en la que sus cejas se elevaron y su cara pareció iluminarse.
—¡Gracias a dios estás aquí! —dio tres zancadas hasta que quedó frente mío con su vestido de diseñador rosa pastel, sus manos tomaron mis mejillas con fuerza, tirándome hacia abajo para quedar a su altura.
—¿Me llamaste? —masculle luego de recordar a mi padre diciendo que mamá me necesitaba.
—Necesito que reemplaces a tu hermano.
Me quedé quieto, mirando fijamente sus estirados rasgos por las operaciones que se había hecho en varias oportunidades para mantener la belleza que alguna vez había tenido.
—¿En los negocios? Sabes que eso no es lo mío —trate de hacerme el desentendido pero ella me miró como si fuera idiota.
—En eso no, idiota —se río como si hubiera dicho la cosa más graciosa del mundo—. En el altar. Te vas a casar.
—No —corte, negando todo enseguida. Soltando su agarre di varios pasos imponiendo distancia.
No. Yo jamás me iba a casar. Está Mujer está loca. Y mucho menos voy a casarme con la preciosa Keila Tullis. No. Definitivamente no.
—Sí. Si no es tu hermano serás tú —chasqueo los dedos en mi rostro, despabilando lo que pasaba por mi cabeza. Con voz muy firme, continuó—. Un Santos se va a casar en este día y viendo la ruleta, ese eres tú, Álvaro.
—Mamá…
—No hagas como si no babearas por esa muchacha. Ahora ve a cambiarte por un traje más acordé. Te vas a casar. Ahora.
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Keila
—¿Lista? —preguntó mi hermano.
—No. Quiero vomitar.
—Tragalo, no quiero que manches mis zapatos nuevos.
—¿Quién crees que esté ahí? ¿Algún primo o tío? —mi voz temblaba sutilmente por los nervios.