Álvaro
Cerré con fuerza la puerta del ático. Mi humor no había mejorado ni un poco y sabía que pasar más tiempo viendo y evaluando futuros proyectos para la productora no me ayudaría en nada, así que desistí.
Luego de la conversación con Fer, lo mejor que podía hacer era regresar a la conformidad del hogar.
Seguramente Keila no llegaría aún y estaría solo, excluyendo obviamente la presencia de Thiago, el cuál enseguida sentí llegar a mi lado y su hocico pegado a mi pantalón, olfateando con fuerza la tela como si un enemigo mortal estuviera escondido entre los pliegues.
—¿Álvaro? —escuche el susurro y luego su cabeza castaña apareció, asomándose dudosamente desde la sala.
Me quedé quieto, congelado en mi lugar sin saber muy bien qué hacer. No esperaba tener que verla tan pronto.
Sus ojos grises me estudian, vacilantes, como si temiera lo que pudiera hacer, mi reacción.
Me gustaría decir que después de la conversación con Fernando mi ego y orgullo se encontraban menos heridos, que lo comprendía pero eso sería una mentira. Una vil y estúpida mentira porque varias cosas que había escrito se grabaron en mi mente con fuego y una leve molestia persistía, abrazándome con sus garras negándose a irse.
—¿Estás enojado?
—¿Tengo razones para estarlo? —pregunte, dejando las llaves en el mueble y caminando en su dirección.
Cuánto más me acercaba, más hermosa se veía, su cabello castaño caía en bonitas ondas de sus hombros y el vestido rojo vino de una delicada tela que relucía con la luz se asentuaba perfectamente a sus curvas. Finas tiras lo sostenían, atados a su cuello, un cuello al que quería prenderme y llenarlo de besos a pesar que estaba irritado con ella.
Dudo y se encogió de hombros sin estar segura, algo nuevo en mi esposa la cuál la mayoría de las veces se encontraba confiada de sus acciones y era terriblemente terca.
«—Cenen juntos y tengan una charla…»
Las palabras de Fer se me vienen a la mente y ahora es mí momento de detenerme frente suyo, incómodo sin saber exactamente qué hacer.
¿Debía invitarla a cenar? ¿Cómo una cita? Nunca habíamos tenido una. Una real. Jamás se me había ocurrido hacer tal cosa, si cenábamos juntos era aquí en casa raramente o en algún evento al que nos hubiéramos visto arrastrados y obligados a convivir.
Volví a verla, estaba arreglada, lista para irse a algún lado. Sin mí. A disfrutar con alguna otra persona, con algún otro hombre.
En todo este tiempo no había mantenido relaciones con ninguna mujer que no fuese Keila pero no podía esperar la misma lealtad de su parte, nada me aseguraba que ella fuese totalmente mía en ese ámbito.
Un torrente de celos recorrió mis venas y apreté la mandíbula.
—¿Tienes prisa? Te veo impaciente, Keila —me acerqué un poco a ella y vi como tragaba saliva— ¿Acaso vas a algún lado?
—No, solo… —comienza y la veo detenerse, agachando la cabeza y esquivando mi mirada, lo que me obliga a tomarla de la barbilla para mantener sus hermosos ojos grises solo enfocados en mí.
Porque siempre he querido que ella solo me vea a mí y a nadie más.
—¿Solo qué?
—Quería disculparme —hace una pausa—, contigo —la presión en mi pecho se afloja un poco y puedo ver sus tentadores labios apretar, como si decir aquellas palabras le hubiera costado más de lo necesario—. Se que la crítica que hice está vez fue más mordaz…
—¿Mordaz? Cariño, me diste con un hacha —me burlé y la vi bufar con molestia—. Fuiste despiadada y sumamente atroz, lograste encontrar errores y fallas en algo que era perfecto.
—Nada es totalmente perfecto —masculla y no puedo evitar sonreír.
—Esa película lo era.
—Tenía sus fallas.
—¿Que los protagonistas tenían una química inexistente? Eso no lo creo, Keila porque esos personajes están inspirados en… —me detuve, dándome cuenta de lo que iba a decir.
No podía enterarse que había basado, no solo esa película, sino varias, en ella. En nosotros, en un futuro hipotético en donde fuésemos felices y nos amamos con locura.
«—Cuéntale…»
Su ceja se arqueó y se soltó de mi agarre en su barbilla, toda señal de duda desapareció de su semblante y esa terquedad característica apareció como un brillo inesperado.
—Cuéntamelo, dime en quienes te inspiraste —demandó de manera desafiante.
—No es importante —dije y pase por su lado para ir directo a nuestro cuarto.
Escuché sus pasos viniendo tras de mí, también el sonido de las uñas de Thiago que nos seguía feliz de tenernos a ambos en casa a la vez.
—Siempre haces lo mismo —dice deteniéndose en la puerta, sintiendo su mirada grisácea clavada en mi espalda.
La ignore, abriendo la puerta del placard y comenzar a tomar prendas limpias de las perchas con un toque de molestía. Sin darle mucha importancia tome un pantalón y camisa negra, tendiendo sobre la cama la ropa a pesar de que de esa manera podrían arrugarse.