La Noche de Wayne siempre la hacía reflexionar, al menos desde que había adquirido conciencia de sus actos, un año atrás, pero aún así... Lisey volvió a fruncir el ceño mientras seguía a Tania y a Edith por el viejo cementerio.
—No creo que sea una buena idea —repitió por enésima vez.
—Ya verás que sí lo es —replicó Tania soltando una risita, seguida de cerca por Edith, mientras Lisey las seguía a cuestas. Los espíritus no le daban miedo, menos aún los cadáveres, pero le daba no sabía que cosa andar por el cementerio de noche.
Y encima en la Noche de Wayne.
—Cuando lo veas... —empezó Edith, pero Tania la hizo callar.
—¿Qué cosa es?—. Preguntó Lisey con curiosidad.
Y esa era el único motivo por el que las seguía. El único motivo por el cual había escapado de casa al anochecer, porque su curiosidad la había vencido.
—Ya lo verás.
—¿Es un muerto?
—Es algo mejor que eso.
—¿Qué? ¿Es un tesoro?
Las dos chicas mayores se miraron y soltaron la risa, pero ninguna respondió. Lisey miró el cielo, agradeciendo la luna que iluminaba sus pasos, aunque continuara dudando sobre aquello. Estar en el cementerio a esa hora estaba prohibido, pero si lo que Tania y Edith iban a mostrarle era tan bueno como aseguraban, pues entonces bien valía el riesgo.
Continuaron andando hasta llegar a una vieja cripta, la cual tenía la puerta entrecerrada. Según sabía Lisey esas cosas debían tener un candado o algo así. Miró en la húmeda hierba y lo encontró, viejo y oxidado. Seguramente no servía más.
—Es adentro —dijo Tania a la vez que se volvía hacia Lisey.
—¿Adentro? Y, ¿qué es?
—Si quieres saberlo, tendrás que entrar.
La niña miró hacia adentro con vacilación. Sólo había oscuridad. Y Lisey pensó que no lo haría, que después de todo no tenía tantas ganas de saberlo. Pero se acercó un poco, olfateando a medias. El olor a tierra mojada era intenso, junto con otra cosa. Algo... diferente.
Son los cadáveres, pensó entonces, los huelo porque alguien (o algo) los ha sacado de sus tumbas.
Iba a volverse hacia las chicas cuando Tania la empujó al interior de la cripta. Lisey cayó de rodillas, logrando frenar un poco la caída con ayuda de sus manos. Y fue entonces que las chicas mayores cerraron la pesada puerta y se dieron prisa en poner el candado, entre risas e insultos.
Lisey se levantó tan rápido cómo sus lastimadas rodillas se lo permitieron y corrió hacia la puerta.
—¡Déjenme salir!
—No, no. Te quedas ahí hasta mañana.
—¡No! ¡Por favor, déjenme salir!
—No. Te quedas ahí con tus amigos los muertos.
La niña no estaba asustada, no todavía, pero no le hacia nada de gracia estar sola en una cripta decrépita dónde alguna vez se alojaron cadáveres, un soldado o quizás una anciana que...
Algo se arrastró por el suelo.
Lisey se giró lentamente, forzando la vista al máximo, pero lo único que podía ver eran sombras. Y lo que parecía una mesa y un...
Una mano se aferró de su pierna. Fue entonces que empezó a gritar.
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—Es una tontería, Marcelo.
Dijo Chris con las manos en los bolsillos de su chaqueta negra, caminando junto a Rodrigo, mientras Marcelo daba saltitos emocionados.
—Te digo que no. Jonathan Newton lo vio.
—Newton es un capullo —replicó Rodrigo, mientras comía una manzana cubierta de caramelo.
—Fred Blake y Bev Adler también lo vieron —continuó Marcelo como si no lo hubiese escuchado.
—Un par de capullos —siseó Rodrigo, pero Chris ya parecía un poco más convencido.
—Les digo que es un cráneo de verdad, se ha de haber salido de alguna tumba y después alguien lo pateó o algo así y terminó en ese prado junto al cementerio.
—Pero entonces —habló Chris, deteniéndose —¿por qué Fred no se lo llevó?
—Jonathan no lo dejó, parece que a Bev iba a darle un ataque o algo así.
—Todas las niñas son tontas —opinó Rodrigo, pero sus amigos no le hicieron caso.
Chris miró hacia la verja del cementerio, para llegar al punto que decía Marcelo tendrían que rodearlo completamente y la idea de hacerlo de noche no le apetecía. Y menos en una Noche de Wayne. Aunque Chris no creía en fantasmas... exactamente.
—Vamos de una vez, quiero llegar a casa a ver televisión —apuró Rodrigo, pero Marcelo continuaba mirando a Chris.
—Está bien, vamos.
Reanudaron la marcha y fue justo en ese momento que algo hizo que Chris mirara hacia el interior del cementerio. Sólo para ver a dos figuras acercarse corriendo a toda velocidad. Rodrigo también miró y se detuvo, dejando caer su manzana al suelo.
—¿Qué coño hacen?
Exclamó Marcelo y se volvió hacia ellos, para después mirar hacia las dos personas que se acercaban. Fue cuando los tres se dieron cuenta que eran dos chicas.
—¿No es esa Tania Turner?—. Inquirió Marcelo.
—Sí —respondió Chris, quién había palidecido un poco—. Es ella.
—¿Y qué estará haciendo por aquí?—. Se preguntó Rodrigo en voz alta.
—Está claro, ¿no? Vinieron a ver el cráneo.
—No creo que...
Empezó Chris sin apartar la mirada de las chicas, pero Rodrigo le arrebató la palabra:
—Dijiste que estaba afuera.
—Ya, pero...
Entonces la chica que no era Tania los vio y soltó algo parecido a un graznido.
—Vienen hacia acá.
Se lamentó Rodrigo, mirando en todas direcciones, aunque sin animarse a echar a correr.
—¡Niños!
Gritó la tal Tania llegando hasta ellos, con las mejillas rojas y la respiración agitada, a diferencia de su amiga, quién estaba pálida y no parecía respirar siquiera.
—¡Necesitamos... ayuda!—. Gimió Tania, deteniéndose frente a la reja.
—¿Qué ha sido eso de niños? —se indignó Marcelo, ignorando su evidente angustia—. Sólo son un año mayor que nosotros, así que...
—¡Cállate, Marcelo!—. Rugió Chris y se volvió hacia las chicas—. ¿Qué ha pasado?
—Una... una niña está...
—¡Atrapada en una cripta y no podemos sacarla!—. Gritó Edith y comenzó a llorar.
—¿En dónde?—. Habló Rodrigo.
—No lo sabemos —respondió Tania —había una tumba con un ángel de piedra encima y...
—Flores. Había muchas flores —ayudó Edith, sin descubrir su rostro.
—Pues vamos a buscarla —dijo Marcelo, quién se había mantenido un poco apartado, pero se había recobrado al comprender que era una misión de rescate.
Chris abrió la reja, pero no mucho, pues una pesada cadena la mantenía en su sitio, dejando apenas unos centímetros libres, pero lo suficiente para que los niños pasarán por ahí.
—¿Quién es la niña?—. Preguntó Rodrigo a Tania cuando se reunieron con las dos amigas al otro lado.
—Lisa Marsh.
—La pelirroja —se sorprendió Marcelo, mirando hacia el frente, hacia las hileras de tumbas y sepulcros que tenían frente a ellos.
—¿Quién?—. Quiso saber Chris, frunciendo el ceño.
—La chica que ve... —pero Marcelo se interrumpió, soltando un bufido. A nadie le gustaba hablar de eso—. La única pelirroja de la escuela.
Chris se dio una idea entonces. La había visto, pero no creía haber hablado nunca con ella. Lisey no era del tipo amistoso, sobraba decir que se contaban muchas historias sobre ella.
—Rodrigo —llamó Chris, dando un paso al frente.
—¿Qué?
—Esa cripta debe estar hacia el norte del cementerio. ¿Para dónde queda eso?
Y ambos habían bajado la voz un poco.
—Mmh —Rodrigo se lo pensó un momento, mirando hacia todas direcciones antes de decidirse —hacia allá.
—Entonces vamos —se volvió hacia los otros —vamos, es por aquí.
—¿Y ellas?—. Le cuestionó Marcelo
—Que se queden. Vamos sólo nosotros tres —respondió Chris casi de inmediato, mientras Rodrigo se tocaba la frente con aire distraído.
Ninguna de las chicas puso objeción alguna en quedarse a esperar y los tres amigos se pusieron en marcha. Aparentando más valentía de la que sentían.
—¿Qué creen que hacían aquí a esta hora?—. Les preguntó Marcelo.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, es evidente que no andaban de paseo.
—A lo mejor querían ver el esqueleto completo —se burló Rodrigo.
Marcelo parecía a punto de responderle, pero Chris lo hizo callar, deteniéndose de golpe.
—¿Qué?—. Se quejó Rodrigo, intentando aparentar que no tenía miedo.
—Escuchen.
Lo hicieron. Y los tres pudieron escuchar aquel llanto suave que venía de alguna parte del inquietante cementerio. A Chris se le erizaron los vellos de los brazos, mientras que Rodrigo y Marcelo retrocedieron hasta chocar entre ellos.
—¿Hola?
Llamó Chris, avanzando otra vez. No hubo respuesta, pero el llanto continuó.
—Está por aquí.
Y echó a correr. Sus amigos dudaron un segundo, pero al final lo siguieron, intentando no perderlo de vista.
—¡Christopher! ¡Mira!
Era Marcelo, quién tenía mejor vista y había detectado la vieja cripta primero, cerrada y con un antiguo candado en ella. Al momento los tres comprendieron que la pelirroja había sido víctima de una broma por parte de las chicas mayores.
Los tres llegaron corriendo al tiempo. El suave llanto continuaba.
—¿Lisa?—. Llamó Chris de nuevo, golpeando la puerta durante unos segundos.
—¡Ayuda!
Gimió la niña al otro lado, pero no parecía tener fuerzas para nada más, porqué no repitió su petición de ayuda y su llanto se paro en seco. Quedándose así el cementerio en el más absoluto de los silencios.
—¿Lisa?
Trató Chris de nuevo, pero está vez no hubo respuesta. Se volvió entonces hacia sus dos mejores amigos. Rodrigo masticaba algo que había encontrado en uno de sus bolsillos y Marcelo se limitaba a mirar fijamente el candado, cómo si pretendiese volarlo con la fuerza de la mente.
—Tenemos que sacarla —dijo Chris con decisión, pensando en que quizás a la chica se le había terminado el oxígeno y estaba muriéndose allá abajo.
—Pero el candado... —empezó Marcelo débilmente.
Rodrigo se inclinó entonces y tomó una piedra de buen tamaño.
—Háganse a un lado.
No tuvo que decirlo dos veces. Los niños se apartaron y Rodrigo lanzó la piedra contra el candado. Estuvo a punto de fallar y Chris creyó durante un segundo que así había sido, pero erró en sus suposiciones. El candado se partió a la mitad gracias a la fuerza del impacto, demostrando que era tan decrepito como todos habían pensado.
—Bien —dijo Chris, acercándose a la puerta, ordenando además sus ideas —yo voy a entrar primero, Rodrigo tú te quedaras afuera por sí Lisa no puede caminar. Marcelo, tú ven conmigo.
Ambos asintieron. Chris puso la mano en la cerradura y Lisa Marsh comenzó a gritar de nuevo. En sus nueve años de existencia ninguno de los tres chicos había escuchado un grito así, desesperado, aterrado, casi agónico... parecía como si alguien intentara matar a la pelirroja.
Sin perder más tiempo Chris tiró de la pesada puerta, pero ésta no cedió.
—¡Ayúdenme!
Llamó a sus amigos por encima de los gritos de la chica. Rodrigo y Marcelo se acercaron a toda prisa, ayudándole a tirar. Y justo en el momento en que la puerta se abrió, Lisey dejó de gritar. Tampoco habló ni lloró. Fue como si la hubiesen apagado.
Los menores se miraron entre ellos; y Chris supo lo que pasaba por sus mentes: ninguno quería entrar a ese sitio. No creían en fantasmas, claro, pese a lo que se decía de Lisa Marsh, pero... pero podría haber ratas. Y las ratas tenían rabia y... y... pero Chris sabía que eran sólo pretextos y que no tendría nada de biliano dejar a la pobre chica morir en ese espantoso sitio.
—Vamos —dijo, volviendo a tomar la manija de la puerta.
—Espera —lo detuvo Marcelo entonces, metiendo la mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una linterna —tómala.
La había llevado para iluminar el famoso cráneo, pero al final serviría para algo mucho mejor. Chris la tomó y la encendió. Terminó de abrir la puerta y pudo verla. Ella estaba casi pegada a la puerta, aunque parecía haber intentado alejarse en último momento. Y, sin embargo... Chris pensó que parecía más como si alguien hubiese intentado alejarla de la puerta. Era una tontería, por supuesto.
Llegó hasta la niña, Marcelo se dio prisa en seguirle y Rodrigo asomó un poco la cabeza.
—Sostenla —ordenó Chris, devolviéndole la linterna a Marcelo. Se acercó entonces a la chica, observándole más de cerca. En efecto, era pelirroja, pero no parecía estar muerta.
—¿Está viva?—. Preguntó Rodrigo en un susurro.
—Sí —respondió Marcelo, iluminando a Chris, quién había tomado a la pelirroja entre sus brazos, sujetando su cabeza con cuidado.
Entonces los tres observaron los arañazos en los brazos y en el rostro de la niña. Rodrigo dejó escapar un gritito y a Marcelo le temblaron las manos. Apartó la luz del rostro de Lisey e iluminó el interior de la cripta, como esperando ver al monstruo responsable de las heridas de la pelirroja. No había nada. Chris y Rodrigo también miraron.
—¿Qué creen qué...?
—¡Shh!—. Le cortó Rodrigo a Marcelo.
Lisey había dejado escapar un sollozo. Chris la miró de inmediato y Marcelo regresó la luz hacia ella. Las lágrimas resbalaban por su rostro, pese a tener los ojos cerrados y la pequeña boca contraída en un rictus de dolor y miedo.
Los chicos volvieron a mirarse y Lisey se atrevió a abrir los ojos. Lo primero que vio fue un par de hermosos ojos azules que la miraban con ansiedad. ¿Acaso era un ángel? No lo sabía, pero estaba ahí, con ella y la había salvado de...
Lisey comenzó a temblar en los brazos de Chris, mientras éste miraba con fascinación aquellos ojos verdes, pensando casi lo mismo que sus amigos. Qué, definitivamente, esa Noche de Wayne había sido también su noche de suerte.