Lisa Marsh dormitaba sobre el libro de Matemáticas ante las miradas divertidas de sus tres amigos. Era una suerte que estuviesen en la biblioteca y no en clase, de lo contrario, la chica se metería en un buen lío. Se removió un poco entonces, con ambos brazos por encima de la mesa y una expresión desamparada en el rostro, con el cabello pelirrojo cayendo hacia adelante.
A su lado estaba Christopher White, su mejor amigo, intentando estudiar para el examen de Historia, pero lanzándole breves miradas a la chica dormida de cuando en vez.
Frente a ellos Rodrigo King escribía a toda velocidad su tarea para aquel día.
Marcelo Benítez miraba a las chicas de otras mesas, por completo indiferente a las tareas y a los estudios.
—Mierda. Me he equivocado —gruñó Rodrigo, mirando su libreta con rabia.
Chris levantó la vista del libro que leía y frunció el ceño.
—¿En qué te has equivocado?
—Aquí —respondió su amigo mientras se lo mostraba.
—Esto no te sirve —dictaminó Chris tras revisar el trabajo a medias —son demasiados los errores, tendrás que volver a hacerlo.
—¿Qué?—. Rodrigo se hizo el cabello para atrás—. ¿Todo?
—Al menos hasta aquí.
Chris le señaló el punto con su bolígrafo antes de volver a su libro de Historia. Marcelo volvió los ojos hacia ellos con curiosidad, observando a Rodrigo maldecir por lo bajo antes de arrancar la hoja arruinada con furia y una mueca en el rostro.
—¿Ya has terminado, Marcelo?—. Quiso saber Chris, pero sin dejar lo suyo.
—Sí… creo que ya —respondió este, echándole un ultimo vistazo a las chicas y a sus faldas cortas.
—De eso no, idiota —gruñó Chris—. De las tareas.
Marcelo se rascó la punta de la nariz con cierta incomodidad. No le gustaba que sus amigos se pusieran en plan de padres, aún si en el fondo sabía que tenían razón.
—¿Para qué esforzarme sí Lisey me las dejara copiar?
Y estiró un brazo para despertar a la pelirroja, siendo interrumpido en el acto por la mano de Chris, quién le lanzó una mirada asesina.
—Déjala dormir.
—Pero ella…
—Si no tienes la tarea es tu problema, pero a ella no lo despiertas.
Sentenció Chris soltando a su amigo y mirando a la chica que dormía profundamente, por completo ajena a las palabras de sus amigos.
—De acuerdo —murmuró Marcelo —de todas formas, ¿por qué duerme tanto?
Chris se encogió de hombros, no lo sabía con exactitud.
Rodrigo arrojó su estuche de colores sobre la mesa con rabia, asustándolos a todos y despertando a Lisey con brusquedad.
—¿Qué pasa?—. Balbuceó ella, llevándose una mano a la frente, mientras el flequillo le cubría el ojo derecho casi por completo.
—Bien hecho, King —dijo Marcelo con una sonrisa —has despertado a Lis.
—Lo siento.
Chris rodó los ojos y volvió la atención a sus libros, acostumbrado al descaro de Marcelo y a los ataques de enojo de Rodrigo. Lisey, por su lado cubrió su boca para ahogar un bostezo mientras iba tomando conciencia del sitio en el que estaba y por que. La biblioteca del colegio, uno de sus lugares favoritos. Y la compañía era la usual. Los tres chicos que le habían sacado de aquella hedionda cripta. Los tres chicos que habían estado a su lado desde entonces.
Lisey miró la hora en el reloj de pared. Faltaban diez minutos para la siguiente clase, la que menos le gustaba.
—Oye, Lis, ¿terminaste el trabajo de Irving?—. Le preguntó entonces Marcelo con la mejor de sus sonrisas. Lisey chasqueó la boca, notando las intenciones en aquel gesto, pero sin negarse. Abrió su mochila y sacó la libreta sin darse demasiada prisa. En cierta forma estaba acostumbrada a ayudar a sus amigos con las tareas.
Lisey dejó la libreta en la mesa sin muchos ánimos y Marcelo la tomó de inmediato, momento en el cual Rodrigo levantó la vista y la miró con cara de perro apaleado, una que Lisey era incapaz de resistir. La pelirroja asintió lentamente, soltando un suspiro cuando sus dos amigos juntaron las cabezas y empezaron a copiar.
Chris dejó escapar la risa, logrando que ella lo mirase. De sus amigos era el que menos ayuda le pedía para los deberes del colegio.
—¿Algún problema, White?
Se interesó Lisey, llevándose en automático una mano al mentón. Su mejor amigo esbozó una sonrisa, logrando que un pequeño y adorable rubor apareciera en las mejillas de la pelirroja, haciendo juego con los latidos acelerados de su corazón. Porque había algo que jamás le contaría a nadie, un secreto que pensaba llevarse a la tumba. Aún si a veces le parecía detectar un poco de comprensión en los rostros de Marcelo y Rodrigo. Porque ella, Lisa Marsh, la pelirroja a la que todos deseaban, estaba profundamente enamorada de Christopher White. Y ella estaba segura de que su amigo no tenía la menor idea de ello.
—Ninguno, Marsh —respondió el otro, siguiéndole el juego.
Lisey dejó escapar una risita, pero se dio prisa en apartar la vista para fingir buscar algo en su mochila. Chris volvió a su libro y Lisey lo miró de reojo. Su cabello negro, sus ojos azules, sus manos, su voz, la forma en que se tocaba el pelo con aire distraído. Todo en él le gustaba. Aunque no lo admitiría ni en el potro de tortura, ni en la cripta esa…
El sonido del timbre anunciando el final del tiempo de descanso los hizo dar un respingo. Marcelo y Rodrigo maldijeron en voz alta mientras Lisey se daba prisa en recuperar su libreta.
—Vamos, no se quejen. Ya es hora de irnos.
—No entraré —bufó Marcelo, arrojando su lápiz en la mesa con cara de fastidio.
Chris y Rodrigo se levantaron, mientras Lisey se colgaba la mochila, sin muchas ganas de hacer de madre, encaminándose a la salida. Tanto Chris como Rodrigo se apresuraron a seguirla, dejando a Marcelo mascullando toda clase de malas palabras.
—¿No intentaras convencerlo?
—No estoy de ánimos, Chris —susurró, encogiéndose de hombros. No había dormido casi nada aquella noche y con la temporada de exámenes tan cerca…
—Me falta… se ve demasiado pequeño —se quejó Rodrigo por detrás de ellos. Lisey se giró.
—Si el profesor no ha llegado, te dejaré copiar de nuevo.
—Gracias, Lisey.
—Eres un ángel, Marsh —bromeó Chris ante aquello, ocasionándole vergüenza a la pelirroja. Se moría un poco cada vez que Chris le dedicaba un cumplido o un gesto dulce.
—¡Eh, Marsh!
La llamó un chico antes de entrar al aula. Lisey se detuvo y se volvió, sus amigos la imitaron. Era un chico mayor, de abundante cabello negro y ojos castaños. Lisey frunció el ceño cuando el desconocido se acercó.
—¿Qué quieres?
Saltó Chris de inmediato, fulminando al chico con la mirada, olvidando al parecer que esté era mayor y que se veía más peligroso que un troll. Lisey no pudo evitar sonreír en su interior, le encantaba que su amigo actuara así, como si estuviera celoso, aunque ella era perfectamente consciente de que no lo hacía por eso. Ella sólo era su amiga y a las amigas se les cuidaba, no se les celaba.
—No quiero hablar contigo White —respondió el otro sin alterarse —sino con Marsh.
—¿Para qué?
Ladró Rodrigo y ambos se detuvieron frente a Lisey, cubriéndola, mientras ella enrojecía al sentir las miradas del resto de sus compañeros. Debía pasar por eso por lo menos una vez cada tres días. Un chico se acercaba a ella y su pandilla de gilipollas de inmediato la rodeaban como si ella no fuese capaz de defenderse.
—Chicos —dijo ella con voz cansada —por favor, entren al salón de clases. Yo iré en un minuto.
Chris la miró directo a los ojos, lanzó un bufido y entró al aula, seguido por Rodrigo, quién tampoco iba muy contento, pero, a veces, las cosas tenían que ser así. Lisey lo sabía y lo aceptaba y sólo esperaba que sus amigos hicieran lo mismo.
El chico le sonrió y se acercó a ella. No era feo, pero estaba lejos de ser tan hermoso como Chris.
—Soy Allen —se presentó —Allen Ross.
—Lisa Marsh.
Respondió ella, aunque era obvio que él ya lo sabía. Allen asintió y Lisey esperó, sin pizca de expectativa.
—Unos amigos darán una fiesta en unos días —empezó el tipo, sin mencionar quienes eran los supuestos amigos —y fui encomendado para llevar a la chica más hermosa como pareja.
Lisey quiso reír. No era la primera vez que escuchaba algo así.
—¿Qué dices? ¿Vienes?
—¿Te referías a mí?
—Por supuesto, ¿ves a otra chica más hermosa por aquí?
—Seguro que sí —Lisey miró hacia otro lado antes de hacerle frente al tal Ross—. Escucha, no me gustan las fiestas y no salgo con gente que no conozco —la pelirroja se encogió de hombros —y además mis amigos no son muy agradables con esa misma gente que no conozco.
—Ellos pueden…
—Vamos a dejarlo así —le cortó Lisey, sin saber que podían hacer sus amigos—. Ten un buen día.
Y sin más Lisey se dio la vuelta y entró al salón de clases. Se preguntó si el tipo insistiría, algunos lo habían hecho, como si fuesen incapaces de aceptar un no por respuesta, deseosos de exhibirla como si fuera un trofeo.
Allen no insistió y Lisey no pudo evitar sonreír al verle marchar, aunque esta no le duró mucho, no al ver a Chris charlar animadamente con Vicky… su novia.
—¡Lisey!—. Llamó su amigo cuando la vio.
Ella se acercó a paso lento, sintiendo sus movimientos tan torpes como los de un robot. No le gustaba esa chica y no le gustaba la forma en la que hablaba y le sonreía a Chris.
Lisey tomó asiento junto a Rodrigo, quién se mantenía inmóvil, con la cabeza baja y una muñeca de dolor en el rostro. Lisey le echó un vistazo a Chris y a Vicky en la mesa de adelante, dándole una palmadita a Rodrigo.
—Tranquilo.
Él la miró y asintió, aunque sin muchas ganas.
—¿Has terminado el trabajo?—. Quiso saber Lisey en un esfuerzo por cambiar el ambiente.
—Todavía no.
Parecía tan abatido que Lisey tomó su cuaderno y empezó a hacer el trabajo ella misma. O mejor dicho a terminarlo, ante la cara agradecida de su amigo. Al menos podía aliviar el dolor de alguien. No todos tenían que sentirse tan miserables como ella cuando miraba a Chris con Virginia del Valle.
—¡Buenos días!—. Saludó el profesor Irving entrando en el aula con una carpeta bajo el brazo.
Al momento la clase quedó en silencio y Lisey le dio un empujón al cuaderno de Rodrigo para devolvérselo.
Emmanuel Irving era un hombre bajo y regordete, casi rosado y con un par de ojos color ámbar, como los de un gato. Y de hecho Lisey siempre pensaba en felinos cuando veía al profesor, ya fuera en clase, en el comedor o en alguno de los pasillos.
—Bien, todos a sus asientos, por favor —habló el profesor sin mirar a la clase, dejando su carpeta sobre el escritorio —saquen la tarea antes de empezar.
Se recargó en el escritorio mientras se escuchaban murmullos y el ruido de cierres y cuadernos mientras los alumnos rebuscaban en sus mochilas. Lisey se limitó a mantener los ojos fijos en el profesor, mientras Rodrigo leía su resumen por última vez, quizás en busca de algún error que sus amigos hubieran pasado por alto, pero el profesor no.
—Bien, ahora, pasen los cuadernos de atrás para adelante.
Ordenó el profesor Irving cuando el silencio volvió a reinar en el aula. Chris se volvió al momento hacía ellos, con la misma expresión de idiota enamorado que tanto odiaba Lisey. Le pasó su cuaderno sin apenas mirarlo, Rodrigo hizo lo mismo, pero con Vicky.
Pronto todos los cuadernos estuvieron en el escritorio.
—Ahora, saquen sus libros. Hoy toca lectura.
El profesor Irving fue hacia su carpeta. Lisey miró a Rodrigo, quién le devolvió la mirada antes de encogerse de hombros, sin duda deseando estar frente a una de las computadoras del colegio.
Lisey sacó su libro con languidez, pensando en si no habría sido buena idea saltarse la clase ella también, aunque la desechó de inmediato. Conocía a Marcelo y quedarse a solas con él equivaldría a soportar sus coqueteos y sus insinuaciones sexuales y no era algo que estuviera interesada en hacer.
El profesor Irving abrió su libro frente a ellos, buscando la página del siguiente tema.
—Veamos, veamos.
Murmuró él profesor y Lisey lamentó la ausencia de Benítez, él hubiese imitado al profesor y les hubiera sacado una sonrisa a todos.
De una de las páginas del libro cayó una hoja doblada. La única que la vio fue Ilse Bouvier, quién levantó la mano. Lisey la miró un segundo y después apartó la vista sin muchas ganas.
—¿Señorita Bouvier?—. Preguntó el profesor cuando cayó en la cuenta de la mano levantada de la rubia.
—Se le ha caído un papel, profesor —respondió la chica con mucha educación y un ligero acento charitiano al hablar.
El profesor miró hacia el suelo y enrojeció en el acto.
—Eh… gracias.
Lo tomó de inmediato y se lo guardó en el bolsillo del pantalón con nerviosismo. Lisey comenzó a sospechar lo que era, no siendo la única.
—¿Sí, señor Blake?
—¿Qué era eso? ¿Una carta de amor de la profesora Sarah?—. Y Fred sonrió con malicia.
—No —casi gimió Irving —es una invitación a cenar de… de mi madre —y enrojeció de nuevo.
Rodrigo miró a Lisey, como esperando que ella intercambiara una mirada divertida con él, pero la chica no lo miró. Corría el rumor de que el profesor Irving mantenía una relación amorosa con la profesora Sarah, la cuál era vieja y esquelética. Y quién además estaba casada.
—Bueno, basta ya —les riñó el profesor, tratando de acallar los murmullos que habían crecido en el aula —continuemos con la clase.
Hizo que Fred leyera en voz alta y él tomó asiento detrás de su escritorio. La clase quedó en calma. Lisey dejó vagar la vista por el techo.
Pasaron veinte minutos y con ello la oportunidad de otros cinco alumnos de leer en voz alta, mientras los párpados de Lisey se cerraban poco a poco.
—Oye —susurró entonces Rodrigo a su lado, despertándola —Lisa.
—¿Qué?—. Susurró ella a su vez.
—¿De qué crees que se trataba todo eso?
Lisey alzo una ceja, pero antes de responder Chris se volvió hacia ellos.
—Les apuesto a que era una nota de Sarah.
—¿Tú crees?—. Preguntó Rodrigo, inclinándose un poco más sobre la mesa.
—Claro, ¿por qué sino crees que se puso tan nervioso?
Rodrigo parecía pensativo. Lisey apretó los dientes, pero no dijo nada.
—Tienes razón —concedió King en el mismo tono susurrante —debe tratarse de eso.
—Quién lo creería del viejo Irving, ¿no?—. Siguió hablando Chris.
Lisey levantó la vista y se encontró con los ojos de su amigo fijos en ella, como si esperara su opinión, pero ante eso, la pelirroja no tenía nada que opinar. Odiaba los chismes. Así que apartó la mirada y fingió estar muy interesada en la lectura, aunque no tenía la menor idea de que iba el tema. Sus amigos dejaron de cuchichear y prestaron atención a la clase.
Cuarenta minutos después la clase terminó, dejándoles el resto del día en libertad al haber sido informados el día anterior de la ausencia de la profesora Agatha Cold, quién les daba Literatura durante las últimas dos horas. Era una asignatura interesante, aunque agotadora en opinión de Lisey.
Metió las cosas en su mochila sin mucho interés, mientras el profesor se llevaba los cuadernos, liberándolos de molestas tareas futuras, otorgándoles un buen tiempo para holgazanear. Lisey pensaba aprovecharlo para estudiar, ya dormiría por la noche. Al menos eso esperaba.
—Vamos a comer.
Gruñó Rodrigo, mientras salía detrás de Lisey, la cuál se había dado prisa en abandonar el aula, dejando a sus amigos atrás. Ni Chris ni Vicky la siguieron. Debían tener sus propios planes.
—Vamos —accedió la pelirroja, aunque no tenía demasiada hambre.
Se encontraron a Marcelo afuera del comedor, recargado en la puerta, silbándole a las chicas que pasaban y con muchas posibilidades de terminar herido si no aprendía a diferenciar entre las chicas solteras y las que iban de la mano de sus novios, sin embargo, a Marcelo no parecía interesarle mucho su propia seguridad.
—Te has perdido una clase muy… —empezó Lisey, adoptando el tono de abuelita regalona, pero siendo interrumpida por Rodrigo:
—Muy aburrida —hizo a Marcelo a un lado —vamos a comer que muero de hambre.
Y, sin más, King entró en el comedor, con la mochila colgada al hombro y el cabello castaño despeinado. Lisey frunció el ceño, pero casi de inmediato Marcelo le pasó un brazo por los hombros.
—¿Dónde está Christopher?
—Se ha quedado con Virginia —respondió Lisa con toda la indiferencia de la que fue capaz.
Marcelo sonrió con malicia.
—¿Te duele?
—¿Qué?—. Se separó de él—. ¿De qué estás hablando?
Pero como conocía a Benítez sabía que él no dudaría un segundo en responder aquella pregunta, así que se dio la vuelta y huyó hacia el comedor tan rápido como pudo. Aún así pudo sentir a Marcelo detrás de ella.
Rodrigo se había sentado ya en una mesa del fondo y se había llenado la bandeja con todo lo que había encontrado. Lisey sonrió, pensando en que Fernando debió haber cobrado el día anterior; dejó su mochila en una silla frente a su amigo, para después ir a formarse con el resto de alumnos que esperaban su almuerzo. Se alisó la falda azul del uniforme con un gesto casi automático.
Marcelo la siguió de nuevo. La chica rodó los ojos, pero no dijo nada.
—No me creo lo que te pasa —comentó entonces, mientras Lisey intentaba decidir que comer.
Miró a su amigo con extrañeza.
—¿De qué hablas?
—Mírate, Lis. Eres la chica más hermosa del colegio, cualquier chico estaría encantado de que salieras con él.
—¿Y?
La chica lo miró desafiante, un tanto irritada por la sonrisa que se dibujaba en el rostro de Marcelo, una estúpida sonrisa de suficiencia. Como si aquello fuese un juego o una película de comedia capaz de hacer reír a un muerto.
—Qué tú decides fijarte en el único que no está ni remotamente interesado en ti.
Lisey apartó la vista, sonrojada. Marcelo tenía razón en cierta forma, era bastante irónico. Tan asediada y con tantas ofertas y se le había ocurrido poner sus ojos en aquel que era incapaz de mirarla como algo que no fuera una hermana.
—Eso es asunto mío —murmuró Lisey y salió de la fila, jugueteando con la bandeja en las manos. Marcelo la siguió.
—Al menos deberías salir con otros chicos.
—¿Ah sí? ¿Cómo quién?
—Como yo, por ejemplo.
Lisey se detuvo para mirarlo a la cara, esperando ver la broma, pero Marcelo parecía muy serio. No pudo evitar volver a enrojecer y tuvo que carraspear para poder hablar, aunque se aseguró de usar un tono de broma para quitarle seriedad al asunto.
—¿Acaso me estás invitando a salir?
De inmediato una sonrisa afloró en el rostro de su amigo.
—Claro, Lis, con hotel incluido.
La pelirroja rodó los ojos y siguió caminando. Tener quince años no era un impedimento para Marcelo para acosarla con proposiciones de sexo. Ni siquiera habían terminado el colegio, pero Lisey sospechaba que su querido amigo Benítez ya había dejado la infancia muy atrás.
Rodrigo levantó la vista cuando Marcelo y Lisey se sentaron enfrente de él, pero sin dejar de comer.
Quiere enterarse del chisme, pero no quiere dejar su adorada comida, pensó Lisey mientras intentaba controlarse y no dejar escapar su mal humor.
—Y, ¿cómo estuvo la clase de Irving?—. Preguntó Marcelo tras unos minutos de silencio.
Lisey agradeció mentalmente que cambiara de tema, porque era bien sabido por todos de la lealtad que Rodrigo le tenía a Chris. Y Lisey no dudaba que sería capaz de correr a contarle todo, si era que no lo había hecho ya, al menos con sus sospechas, las cuales la pelirroja estaba segura que tenía.
—Tan aburrida como siempre —respondió King con la boca llena de pan —aunque...
—¿Qué?
Rodrigo tragó y después miró a ambos lados para asegurarse de que nadie lo escuchara, pero aún así bajó la voz.
—Parece que ya está confirmado que Irving tiene algo que ver con Sarah.
Marcelo abrió la boca con sorpresa y entonces la cerró, miró a Lisey, quién se encogió de hombros por toda respuesta. Marcelo volvió a mirar a Rodrigo.
—¿En serio?
—Sí, porque le vimos una carta de amor de ella.
—¿Dónde la vieron?
Preguntó Marcelo, con los codos arriba de la mesa. Lisey pensó en regañarlo, pero decidió dejarlo pasar por esa ocasión.
—El profesor la llevaba entre las páginas de un libro.
—¿Estás seguro que era una carta de Sarah?
—Sí…
—¡Claro que no!—. Intervino entonces Lisey—. No estamos seguros de nada.
Rodrigo la miró, pero no respondió. Marcelo se llevó una mano a la barbilla, haciendo una mala imitación de algún detective privado de alguna película vieja.
—No tienes porque molestarte —dijo en tono burlón.
Lisey lo fulminó con la mirada.
—No estoy molesta.
—Entonces, ¿por qué defiendes a Irving?—. Le cuestionó Rodrigo con incredulidad.
—No lo defiendo, simplemente me parece incorrecto andar diciendo esa clase de cosas tan a la ligera. Podríamos meterlos en problemas.
—Bah.
Marcelo le quitó importancia con un gesto y él y Rodrigo comenzaron a hablar de cualquier tontería, riendo a ratos, mientras Lisey dejaba vagar la vista por el comedor. Las vacaciones de invierno se acercaban, claro que antes tendrían que presentar los exámenes, pero aún así, pronto no tendría que volver al colegio durante un buen rato.
Lisey hizo su bandeja a un lado y se levantó a la vez que tomaba su mochila.
—Me voy —anunció con decisión —nos vemos después.
Ambos asintieron antes de ponerse a hablar de videojuegos. Lisey salió del comedor con calma, a paso lento. Por un lado pensando en Chris, como siempre; y por el otro pensando en sus “pesadillas nocturnas”.
Lisey caminó por el pasillo, sumergida en sus pensamientos, ignorando las miradas lascivas de sus compañeros. El pasillo tenía las paredes blancas. Había unas cuantas aulas con las puertas abiertas, pero otras se encontraban cerradas y en silencio, con algunos grupos todavía en clase.
Lisey se llevó una mano a la frente de forma distraída.
—¡Lisey!
Siguió caminando, ajena a todo, pensando únicamente en sus dos más grandes problemas. Dos problemas sin solución.
—¡Lisey! ¡Espera!
La pelirroja levantó la cabeza, escuchando a medias su nombre mientras se detenía. Había escuchado esa voz suave antes, pero durante un segundo no supo a quién pertenecía, hasta que lo recordó. Se volvió al momento para encontrarse con una joven menuda y delgada, de largo y lacio cabello rubio, corriendo hacia ella con un montón de libros en los brazos. Varias cabezas se giraron a mirarla, sonaron algunas risitas burlonas.
—…menos mal me has… escuchado… —dijo la chica entre jadeos cuando al fin llegó a su lado, tomando aire con fuerza. Lisey la miró, divertida a su pesar.
—Hola, Ilse —la saludó con tranquilidad —¿ocurre algo?
La chica la miró como si se hubiese vuelto loca y Lisey pensó que quizás se estaba olvidando de algo.
—El trabajo… —Ilse vaciló un segundo—. Somos equipo en la clase de Literatura, ¿recuerdas?
Lisa la miró un minuto más sin comprender en lo absoluto de lo que la chica hablaba, hasta que algo encajó en su cerebro aturdido. Asintió con rapidez.
—Claro que lo recuerdo, pero el trabajo es para la próxima semana, ¿no?
Ilse sonrió y apretó los libros contra su pecho. Era evidente que había estado en la biblioteca minutos antes.