Desde la primavera pasada Rodrigo lo sospechaba, pero no estuvo completamente seguro de ello hasta que lo sorprendió ocultando botellas vacías en la cochera, la cual les servía como habitación de los trastos. Paul King no sabía que su hijo menor lo había visto y debía seguir creyendo que era un secreto. Un secreto a voces en todo eso, sobre todo aquel invierno. Paul era alcohólico.
Rodrigo lo sabía. Y también Fernando. Y suponía que a esas alturas Claire, su madre, también lo sabía. Ya no era sólo el fin de semana cuando jugaban las Medusas, no, su padre había comenzado a beber en días normales y se reportaba enfermo demasiadas veces al mes. Rodrigo a veces se preguntaba que pasaría si despedían a su padre del trabajo. Y por la manera en que su madre ahorraba el dinero, Rodrigo sabía que ella se temía lo mismo.
Fernando mostraba menos preocupación al respecto, de todas formas él solía beber con su padre los días festivos.
—Mamá, necesito que firmes esto —le dijo el menor de la familia King al llegar a casa.
Chris se había escapado con Vicky a algún lugar, Marcelo planeaba ver al equipo de natación practicar y Lisey estaba muy rara, demasiado para el gusto de Rodrigo, así que había preferido despedirse de ella.
—¿Qué es?
Preguntó su madre atareada, mientras planchaba la ropa de Fernando, quién trabajaba de cajero en un banco en Torre Blanca.
—Un permiso para una excursión.
—¿Cuánto hay que pagar?
—Es gratis.
—¿A dónde van a ir?
Rodrigo recordó las palabras de Chris.
—Nos llevaran a patinar, parece que hay un lago y estará congelado.
—Pensé que tus patines estaban rotos.
Así era.
—Chris compartirá los suyos —mintió, sentándose en la única silla libre, porque lo cierto era que dudaba que Chris llevara sus patines, consideraba aquello muy infantil.
—Bueno, pues eso es cosa suya.
Su madre tomó la hoja, la leyó de forma superficial y plantó su firma en la parte inferior.
—Espero que te diviertas.
—Gracias, mamá.
Rodrigo tomó el permiso y fue a su habitación. Diversión, esa palabra era realmente curiosa. Antes divertirse significaba mirar el futbol por la televisión en la sala de la casa de Marcelo, los cuatro eran apasionados aficionados de los Dragones Negros. Podía recordar sus gritos, su emoción, los chillidos de Lisey cada vez que anotaban, las maldiciones de Chris cada vez que fallaban.
Divertirse también significaba abrir la manguera del agua en el jardín de los Marsh y correr como locos mientras se mojaban los unos a los otros, con Luke dando saltitos detrás de ellos. Debían tener alrededor de diez años.
Divertirse era arrojarse bolas de nieve en invierno, usar los ridículos suéteres que la madre de Chris les tejía, siempre con los mismos colores: Chris azul, Marcelo verde, Lisey rosa, aunque chocase con su color de cabello; y él, Rodrigo, rojo. Les tejía uno nuevo cada año y ellos lo usaban durante todo el invierno.
La niñez era la diversión, no la adolescencia. No la inseguridad ni el no saber quién era realmente. Y mucho menos lo que sentía. Probablemente desde el tercer año. Lisa lo sabía y Marcelo posiblemente también, pero Chris… Él no lo sabía, ni lo sospechaba ni mucho menos se lo imaginaba. Rodrigo se había asegurado de sepultarlo, al menos la idea, ya que el sentimiento era imposible.
Y, de todas formas, ¿quién se fijaría en él estando Chris a su lado? ¿Cómo podría alguien tan dulce, inteligente, hermosa y perfecta como Virginia del Valle escogerlo a él? ¿Cómo podría siquiera mirarlo? Pero sobre todo estaba Chris, Vicky era su novia. Y Christopher era como un hermano para él, nunca lo traicionaría, jamás haría algo para lastimarlo.
Rodrigo se dejó caer en su cama, con la vista fija en el techo. En un rincón tenía su escritorio y su computadora, comprada en una venta de garaje y reparada por Rodrigo una y otra vez. Había algunas envolturas de papas fritas por el suelo y los libros de la escuela estaban apilados en una silla. Tenía que ponerse a estudiar para los exámenes, pero no tenía ánimos para eso.
—Oye —llamó su hermano, entrando en su habitación sin pedir permiso.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar trabajando?
—Voy a entrar tarde —se limitó a responder Fernando.
—¿Qué quieres?
—Necesito que me prestes una chamarra —respondió su hermano e intentó abrir uno de sus cajones del buró, pero Rodrigo lo detuvo en el acto.
—¿Para qué? Tú tienes muchas.
—Pero están sucias.
Rodrigo rodó los ojos, pero asintió. Fernando comenzó a buscar en su ropa. El más joven de los King le lanzó una mirada, pero la apartó después de un rato. Le quedaba toda la tarde para aburrirse. A lo mejor debió ir con Marcelo a la piscina del colegio, quizás encontrara algo que valiera la pena. Y si no, bien podían ir a la casa del padre de Marcelo y robarle algunos cigarrillos. Al menos hubiesen tenido algo que hacer.
—¿Viste mi reloj?
Le preguntó Fernando mientras se ponía una de las chamarras de Rodrigo.
—No.
—¿Sabes dónde está?
—No.
—Búscalo.
—Ándale, cabrón, ahorita.
Fernando sonrió con ironía.
—Fíjate que no este en tu habitación.
Rodrigo volvió a rodar los ojos, pero se concentro. Ayudar a Fernando no era su máximo, pero al menos le había dado algo que hacer.
Cuando intentaba encontrar algo sólo le hacia falta visualizar el objeto o el lugar, aunque nunca había probado buscando personas. Otra curiosidad sobre su pequeña habilidad era que no podía ir a algún sitio, a alguna calle de Bell Wood, por ejemplo y decidir buscar una caja o algo así. Era casi como el don de Lisey, el cual causaba más problemas que beneficios.
—No está aquí —apuntó Rodrigo y se levantó de la cama, fue a la pequeña sala y volvió a concentrarse, mientras Fernando lo seguía, divertido. Le gustaba mucho ver a su hermano así, como si estuviera en trance.
—Está en el sillón —volvió a indicar Rodrigo y de un salto llegó hasta él, metió la mano en el interior y lo sacó. Ni siquiera fue necesario que lo buscara, sabía exactamente dónde estaba.
—Toma —dijo, dejando caer el reloj en la palma de la mano de su hermano, dándose la vuelta para volver a su habitación a continuar amargándose con sus pensamientos. Fernando no le agradeció, limitándose a sonreír.
De vuelta en su habitación y con los ojos fijos en el techo de nuevo, mandó todo al carajo y llamó a casa de Marcelo, pues este no tenía celular, ya que era muy descuidado y lo había perdido en algún sitio.
—¿Bueno?—. Respondió la madre de Benítez al segundo timbrazo.
—Buenas tardes, señora, soy Rodrigo. ¿Se encuentra Marcelo?
—Hola, Rodrigo —lo saludó ella —Marce no está, dijo que iba a quedarse en la biblioteca a estudiar y todavía no llega.
—Está bien, muchas gracias —y colgó antes de que la mujer tuviera tiempo de añadir algo más.
Estudiar en la biblioteca, sí claro. Marcelo nunca le diría a su madre que se quedaba en la escuela hasta tarde para espiar a las chicas en traje de baño. Rodrigo se enderezó. Mierda… La idea sí era tentadora después de todo. Si se daba prisa todavía podía llegar y ver un poco.
No se veía a Fernando por ningún lado y su madre preparaba la comida.
—Voy a salir un rato.
Le avisó, cruzando los dedos para que su madre no pusiera algún pretexto, como mandarlo a hacer alguna tarea imaginaria o a buscar los botones perdidos de las camisas de sus padres. Ella lo miró de reojo, pero sin apartar la vista de las papas que estaba pelando.
—¿A dónde vas?
La pregunta del millón. ¿Mentir o decir la verdad? A veces vivir en una ciudad pequeña como Bell Wood tenía sus desventajas y era que todo el mundo se enteraba de todo. Si decidía mentirle a su madre había un 98% de probabilidades de que ella supiera la verdad al día siguiente. Decidió decir la verdad… o al menos una parte.
—Voy con Marcelo —eso era verdad.
—¿A dónde?
—A la escuela.
Otra verdad. Rodrigo pensó que era bastante bueno.
—¿A hacer qué?
Mierda. Su madre no era tan preguntona normalmente, pero sin duda necesitaba distraerse para no pensar en su marido, quién supuestamente estaba trabajando, aunque Rodrigo sabía que ella no lo creía.
—Estudiar. La próxima semana empiezan los exámenes y he estado postergando el momento de hacerlo.
Eso era una mentira, pero había dicho dos verdades, así que eso compensaba las cosas.
—No llegues tarde.
Finalizó su madre y no le prestó más atención. Rodrigo se apresuró a salir antes de que se le ocurriera preguntar si Chris y Lisey estarían con ellos.
Llegó a tiempo, la práctica todavía no terminaba, las chicas saltaban a la piscina a la vez, mientras controlaban el tiempo que tardaban en llegar al otro lado. Rodrigo se llevó las manos a la cintura y buscó a Marcelo con la mirada. No tardo en encontrarlo, extrañamente estaba sentado junto a Fred y no pareciera que hubiera hostilidad entre ellos. Más bien charlaban como dos grandes amigos.
Rodrigo frunció el ceño y se acercó hasta ellos. Mucho antes de que siquiera se acercara a ellos, Fred volvió el rostro y lo miró, una expresión sarcástica apareció en su rostro.
—King.
—Hola, capullo —respondió este —¿qué estás haciendo aquí?
—Lo mismo que Benítez.
Rodrigo se sentó junto a Marcelo, quién casi parecía ido, pues las chicas habían salido de la piscina.
—Joder —masculló Rodrigo mirando también. Las chicas no estaban nada mal.
Fijó su atención en una rubia que le parecía conocida. Abrió mucho los ojos cuando la reconoció.
—¿Es Amy Sullivan?
—Sí —respondió Fred con indiferencia.
—¿La novia de Matt?
Se extrañó Marcelo volviendo los ojos hacia ellos, aunque casi de inmediato estos volvieron a posarse en las jóvenes.
—Sí, la novia de Matt —respondió Rodrigo, preguntándose que pensaría ese capullo si supiera que Marcelo se cachondeaba con la imagen de su chica.
—No sabía que estaba en el equipo de natación —dijo Marcelo.
—Pues sí, lo esta —asintió Fred, miró a Rodrigo y añadió con malicia: —Vicky también estaba.
King se hizo para atrás y se ruborizó ligeramente. Vicky, la santa Vicky, ¿en traje de baño?
—¿Ah sí? —le cuestionó Marcelo —y, ¿qué pasó? ¿Por qué dejó el equipo?
—Creo que tu amigo White tuvo que ver.
—¿Chris? ¿Por qué?
—Parece que no quería que su novia estuviera mostrando el trasero frente a todos.
—Y no lo culpo —dijo Marcelo —Virginia es preciosa.
—No lo es tanto como Marsh —replicó Fred con calma.
Rodrigo pensó que ese tipo debía pertenecer al Club de Admiradores de Lisa Marsh. Como si necesitara otra razón para aborrecer a ese gilipollas.
—Eso está fuera de discusión —dijo Marcelo —como Lisey no hay ninguna.
—¿Saben como la llaman los tíos?—. Preguntó Fred, recargado en las gradas.
—No —dijo Rodrigo.
—Sí —respondió Marcelo, mirando a las chicas que habían vuelto a entrar a la piscina.
—¿No lo sabes, King?
—No —miró a Marcelo —y tampoco sabía que tú estuvieras enterado de una mierda así.
—Que se le va a hacer —se limitó a responder su amigo.
—La llaman Hechizo Rojo —empezó Fred con una media sonrisa.
—¿Qué?
—Porque hechiza a todos a su paso —terminó el chico pálido.
—¿Lisey sabe que la llaman así?
—No —respondió Marcelo.
—¿Y Chris?
—No —Marcelo lo tomó del brazo —y no puedes decírselo, no lo entendería.
—¿Crees que no lo entendería?
—Bueno, sí, lo entendería, pero se lo tomara a mal. Tú sabes como quiere Chris a Lisey y le encabronaría saber que…
—Que Lisey es la fantasía sexual de toda la puta escuela —gruñó Rodrigo con indignación.
—No vayas a decírselo, Rodrigo —repitió Marcelo, notándosele un poco inquieto.
—¿Por qué no? Lisey es su mejor amiga, merece saber lo que está pasando.
—Gran idea, King —intervino Fred —así se liará a golpes con todos los tipos que miren a Marsh por más de cinco segundos.
—Creía que ese puesto ya estaba ocupado —gruñó Rodrigo —Newton ya lo hace con cualquiera que se acerque a Beverly.
La sonrisa fastidiosa desapareció del rostro de Blake al escuchar eso, pero casi de inmediato volvió a florecer.
—No vayan a pelear —les cortó Marcelo —no arruinen la diversión.
Rodrigo cerró la boca, deseaba correr a contarle todo aquello a Chris, pero aunque le jodiese, Fred tenía razón, si le contaba aquello a Chris era muy probable que este se liara a golpes con más de uno. Tendría que callarse la boca y no buscarse problemas.
—¿Ustedes van a ir a la excursión?
Les preguntó entonces Fred, apartando la mirada de la piscina.
—Sí —respondieron los dos a la vez.
—Será una estupidez, ¿no creen?
—Evidentemente —resopló Rodrigo, mirando a Marcelo, a quién casi se le caía la baba
—Eres un pervertido —le dijo Fred con cierta malicia.
—¿Por qué no dices algo que él no sepa?
Y Rodrigo soltó una carcajada.
—Mejor pervertido que hijo de Wayne —replicó Marcelo para nada ofendido.
Fred también rió, orgulloso de sus uñas pintadas de negro, sus ojos con delineador y su ropa oscura. Rodrigo lo miró de reojo, con su apariencia resultaba muy llamativo, aunque para King no era más que un marica.
Rodrigo miró hacia el frente, hacia otra de las puertas de entrada de la piscina bajo techo de la escuela. Casi se le salió el alma de la boca cuando vio llegar a Vicky. Sola. Sin Christopher a la vista. Cerró los ojos con fuerza para asegurarse de que no estaba soñando. Los abrió. No, no se trataba de un sueño.
Vicky miraba a las chicas con atención, sin fijarse en ellos. Rodrigo deseaba que lo viera, pero a la vez deseaba que no lo hiciera.
—¿Ya vieron quién acaba de llegar?—. Habló Fred. Hijo de puta.
—¿Eh?
Marcelo logró apartar la vista de su distracción y miró hacia Virginia.
—¿Qué está haciendo aquí? ¿No tenía una cita con Chris o algo así?
—Sí, algo así —concedió Rodrigo sin apartar la mirada de ella, de su cabello, de sus ojos, de su rosada boca… Y entonces ella los miró. Levantó la mano a modo de saludo y empezó a rodear la piscina para llegar hasta ellos.
Rodrigo se preguntó para cual de los tres había sido el saludo. ¿Para Fred o Marcelo? ¿Para él? La idea hizo que la sangre comenzara a hervir en sus venas. Fred lo miró y sonrió con burla, aunque no dijo nada.
—Hola, chicos —saludó en ese momento Vicky, llegando junto a ellos y tomando asiento junto a Fred.
—¡Eh, castaña! —respondió Marcelo —¿dónde has dejado a Chris?
Vicky rió al escuchar como la llamaba el chico, tocando su cabellera castaña con timidez.
—Tuvo que irse para atender una emergencia.
—¿Qué tipo de emergencia?
—Algo relacionado con Lisey.
Y Vicky frunció el ceño, como si la idea no terminara de convencerla. Debía ser difícil para ella ser novia de un chico cuya mejor amiga era la más hermosa y la más deseada de toda la escuela.
—Christopher a veces puede ser tan paranoico —dijo Marcelo con maldad, como si disfrutara hacerlos sentir incómodos.
Vicky y Rodrigo apartaron la vista, pero Fred festejo aquellas palabras, con la misma maldad de Benítez.
—¿Tú sabes si le pasa algo a Lisey?
Preguntó Marcelo a Rodrigo, un poco más serio, este último negó con la cabeza. Sospechaba que algo le ocurría a Lisey ese día, pero no estaba muy seguro de lo que era.
—Probablemente no sea nada.
—Probablemente —asintió Vicky —pero Chris no iba a estar tranquilo hasta que lo comprobara con sus propios ojos.
—Y debe de estar comprobándolo muy bien —dijo Fred y tanto él como Marcelo se echaron a reír.
Vicky frunció el ceño, sin entender el chiste, pero Rodrigo rodó los ojos. Como si Chris se diera cuenta, para que notara a la pelirroja tendría que pasar un milagro o una catástrofe. Y a Rodrigo ya le parecía suficiente milagro haber conocido a Lisey.
Una suave melodía empezó a sonar. Algunas chicas la escucharon y volvieron las cabezas hacia ellos. Rodrigo se preguntó entonces porque no les molestaba que tres tipos las miraran en traje de baño.
—Lo siento —murmuró Vicky, hurgando dentro del pequeño bolso que colgaba de su hombro —es mi celular.
—A lo mejor es Chris —aventuró Marcelo.
—No, son mis padres.
Y Vicky se levantó, alejándose de ellos para responder. Rodrigo la miró, con ese andar tímido, aunque altanero a la vez; la forma en que se restregaba las manos en el pantalón rosa que usaba, como si espantara algo invisible.
Fred y Marcelo lo miraban, así que se apresuró a apartar la vista. No necesitaba que empezaran a darle la lata con Vicky, quién seguía siendo la novia de Chris, por lo cual estaba prohibida.
—Deberíamos ir a ver a Lisey —dijo Rodrigo para hacerlos pasar del tema.
—Nah —respondió Marcelo haciendo un ademán con la mano —conociendo a Chris no dejara que nadie se le acerque a la pelirroja.
—Pero nosotros no somos nadie, también somos sus amigos.
—Pues inténtalo si quieres.
Vicky regresó en ese momento, tenía su móvil en la mano y Rodrigo notó que tenía las pupilas dilatadas, como si acabara de enterarse de algo grave. Un accidente o la muerte de un familiar.
—Tengo que irme.
—Pero acabas de llegar —replicó Marcelo, aunque no estaba muy interesado.
—Lo sé, pero mis padres…
La chica se interrumpió y cuando se percató de la mirada de Rodrigo sobre ella se ruborizó. King volvió a apartar la vista y fingió estar fascinado con sus tenis sucios.
—¿Por qué no la acompañas, Rodrigo? —dijo Marcelo —tú también ya te ibas a casa, ¿no?
Rodrigo miró a su amigo y su cabeza quedó en blanco. ¿Qué? ¿Qué mierda pretendía Marcelo? No lo sabía y no estaba muy seguro de querer averiguarlo.
—No quisiera molestar —dijo Vicky aún ruborizada.
—No será ninguna molestia, ¿no, King? —opinó Fred.
Rodrigo lo fulminó con la mirada, pero asintió y se levantó, sintiéndose un traidor hijo de puta.
—No hay problema, Vicky, puedo acompañarte.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa tímida.
Salieron juntos de ahí, con Marcelo y Fred riendo detrás de ellos. Eran igual de malignos, aunque luego pensó que quizás Benítez creyera estar haciéndole un favor.
Rodrigo echó un vistazo al camino que conducía al edificio de la escuela, el cual debía encontrarse vacío, ya que, personalmente, él no creía que alguien fuera capaz de quedarse más tiempo en la escuela.
—No es necesario que me acompañes hasta mi casa —dijo Vicky cuando salieron a la calle.
—Puedo hacerlo.
—No quiero molestarte.
—Se está haciendo tarde —Rodrigo vaciló —lo mejor es que te acompañe hasta tu casa.
—¿Estás seguro?
—Por completo —pero se preguntó si ella estaría segura o si sólo había aceptado por amabilidad.
—A menos que prefieras que no te acompañe —dijo Rodrigo entonces.
—¡No! Sólo no quiero ser una molestia.
—No lo eres —hizo una pausa, esforzándose por no mirarla —de todas formas… de todas formas eres la novia de Chris y a él no le gustaría que algo te pasara.
—Sí, no le gustaría.
Guardaron silencio y continuaron caminando. Rodrigo hizo un gran esfuerzo para hacerlo, pues sentía su pecho lleno de sentimientos contradictorios, por un lado estaba Vicky, por el otro estaba Chris, pero por el otro seguía estando Vicky.
Vicky.
Su sólo nombre lo inquietaba profundamente.
—Muchas gracias por acompañarme, Rodrigo —dijo Vicky quince minutos después cuando llegaron a la calle donde estaba la casa de los del Valle.
—Pero todavía no llegamos a tu casa.
—Lo sé, pero es mejor que a partir de aquí siga sola. Mis padres son un poco estrictos y si me ven llegando a casa con alguien que no sea Chris…
—Pueden molestarse.
—O malinterpretar las cosas —y al decir esto la joven enrojeció violentamente.
Rodrigo asintió y, sin decir una palabra más, se alejó, dejando a Virginia inmóvil, mordiéndose el labio inferior y terriblemente confundida.