Bajó del autobús con su mismo andar vacío de siempre, uno en el que nadie reparaba realmente. Había sido una larga jornada de trabajo, soportando clientes idiotas y haciendo horas extras, tendría que haber salido cerca de las seis. Su madre estaría preocupada, pensando que, quizás, él se encontraría haciendo Algo Malo. Algo como lo de esa vez.
—…y le dije que más le valía pagarme lo que me debía si no quería que yo…
Escuchó a su vecina, Tess, hablar por teléfono con alguien. Ella lo vio cuando caminaba por la entrada del edificio y lo llamó por su nombre.
—¿Un día difícil?
—Un poco, sí.
—Que malo.
—¿Has visto a mi madre?
—Creo que no salió en todo el día, pero antes de irme al restaurante la escuché lavar los platos.
—Entonces la artritis no la ha jodido mucho hoy.
—Parece que no.
Le dijo algo más y él continuó su camino, lanzándole breves miradas al reloj que tenía en la muñeca, era viejo y ya casi no marcaba la hora, pero su madre no le permitía deshacerse de nada hasta que dejara de funcionar por completo.
—¿Mamá?
Abrió la puerta y frunció el ceño al notar la oscuridad y un suave olor a incienso; odiaba ese olor desde que era un niño y desde que tenía uso de razón aquel olor había impregnado las paredes de su casa.
—¿Mamá?
Repitió y, tras vacilar un segundo, entró en el departamento, cerrando la puerta detrás de él. Buscó el interruptor de la luz, mientras pensaba en lo que su madre le hacía cuando tenía diez años y se negaba a salir con ella por las noches. Lo llamaba tonto y afeminado, ¿a qué le tenía miedo? Entonces lo encerraba en el armario dónde solía guardar los implementos de limpieza, dónde la humedad se traspasaba del techo y dónde la luz nunca funcionaba. Entró a la habitación de su madre y encendió la luz.
—¿Mamá? ¿Estás bien?
La mujer lo miró desde su cama. Era gorda y baja de estatura, ese día utilizaba un largo camisón blanco, el cual se le pegaba al sudoroso cuerpo.
—¿Has visto la hora?
—¿Perdón? —replicó, aunque incapaz de acercarse a ella y a su repelente persona, con sus kilos de más, su apestoso olor a grasa y sudor y ese brillo demente en los ojos.
—Es tarde, ¿en dónde has estado?
—En el trabajo.
—¡No me mientas! —chilló la mujer —has estado haciendo Algo Malo, ¿verdad?
—Mamá, yo no…
—Igualito a tu padre, a él también le gustaba salir y hacer Cosas Malas con esas rameras. Yo lo sabía.
—No quiero oír eso, mamá.
—No, tú no quieres oír eso.
Y comenzó a soltar una serie de palabras sin sentido, mientras su hijo la miraba con los ojos desorbitados. Tan loca, tan vieja y tan gorda; y, a pesar de ello, tan viva, tan jodidamente viva.
Salió y cerró la puerta con fuerza para no seguir viéndola, aunque todavía era capaz de escucharla. Le pareció que rezaba, que le suplicaba a Bilius que tuviese piedad de ella, preguntándose que había hecho para merecer un hijo tan perverso como el que tenía.
Él la escuchó unos minutos más, inmóvil frente a su puerta. Ella ya no podía encerrarlo, pero eso no significaba que la vieja bruja hubiese perdido todo su poder. Comenzó a llamarlo a gritos, repitiendo su nombre una y otra vez, pero él decidió que ya era suficiente. Fue hacia la cocina con paso rápido y tomó un cuchillo, el más grande y el más afilado, aunque tenía prohibido tocarlos.
Pensó en acabar con todo, pero finalmente no pudo hacerlo y dejó caer el cuchillo, mientras se llevaba las manos a la cara y lloraba, sin que ello disminuyera los gritos histéricos de su madre, los cuales nadie parecía escuchar.
Salió del departamento.
Tess continuaba en la calle, de pie junto a las puertas dobles del edificio. Parecía estar esperando algo, quizás a un hombre. Como si ella también fuese una Ramera Sucia. Y su madre siempre decía que las mujeres como Tess eran Rameras Sucias y que obligaban a los hombres a hacer Cosas Malas.
—¿Tan pronto a la calle? —le preguntó ella con una sonrisa coqueta.
—Sí, tengo ganas de distraerme un poco.
—Quedé con unos amigos, te puedes venir si quieres.
“Ramera Sucia”, pensó, pero consiguió sonreír, aunque todavía escuchaba los gritos de su madre.
—Para otra vez será, Tess.
—Está bien.
Él continuó con su camino, preguntándose si sería capaz de nuevo. Noche a noche pensaba en ello, recordando a esa chica, removiéndose en la cama con inquietud. Quería hacerlo otra vez y quería que su madre lo supiera, quería que supiera que era capaz de hacer las Cosas Más Malas que se pudiera imaginar.
Así que dio media vuelta y, con una expresión feroz en los ojos, regresó por donde había venido.
—¡Oye, Tess!