La Intérprete: Visiones

4

Christopher y Marcelo acompañaron a Lisey a casa, pese a las quejas de la chica, ya que ella consideraba que debían ir con Rodrigo. Su otro amigo también los necesitaba, pero Chris, quién lo conocía mejor, sabía que King necesitaba un tiempo a solas para digerir lo ocurrido.

Además, si Fernando estaba en casa y no en el hospital quedaría todo aclarado, ¿no?

El viaje en autobús fue silencioso, aunque Lisey cerró los ojos cuando pasaron por la zona del accidente. Habían rodeado esa parte con cintas amarillas, pero todavía se apreciaban restos chamuscados.

Marcelo oprimió su mano con fuerza, ya que los tres se habían sentado en el último asiento, cada uno a lado de Lisey.

No habían podido quedarse más tiempo en la funeraria y no sólo por las insistentes llamadas de Elena, la cuál ignoraba el motivo del repentino viaje a Torre Blanca (a Lisey le esperaba una buena), sino también por los espíritus. Aunque los dolientes fantasmales de Leo se habían marchado pronto llegaron otros, atraídos por la luz de Marsh.

Y cuando fue más que evidente que ni siquiera Leonardo acudiría a su funeral, Lisey decidió que era hora de irse. Los susurros y los pellizcos eran más que suficientes por ese día.

—Gracias, chicos —habló Lisey una vez llegaron a su casa, en dónde las luces seguían encendidas. Su madre debía estar esperándola—. No sé que hubiera hecho sin ustedes.

—Para eso están los amigos, Lis —replicó Marcelo, aunque continuaba con la misma expresión de seriedad.

—Descansa, ¿de acuerdo? Aunque pienses que no podrás, tienes que hacerlo —añadió White, tomándola suavemente del brazo durante unos segundos.

La pelirroja asintió y entró a casa, mientras Chris soltaba un largo suspiro, infinitamente preocupado por su mejor amiga.

—Vamos, Chris, seguro que mi madre también está vuelta loca —apuntó Benítez.

—Ya debe estar buscándote en todas las comisarías —bromeó el otro, mientras echaban a andar.

—O en casa de mi padre.

Ese era un tema que por lo general no hablaban, como alguna especie de tabú, pero esa noche Chris se sentía lo suficientemente deprimido como para olvidar esto.

—¿Cómo ocurrió?

Marcelo lo miró de reojo, sin cambiar su expresión.

—¿El secuestro?

—Nunca nos dijiste...

—Mi madre pretendía que lo olvidara. Ya sabes cómo es —pero Marcelo, fiel a su personalidad, no lo había hecho—. Lo que más recuerdo son las malteadas de chocolate que me compró.

—¿Malteadas de chocolate?

Marcelo no respondió, recordando ese largo día una vez más, desde el momento en que su padre se había presentado en el colegio y lo había llevado hasta su auto con la promesa de una gran aventura. Le compró la primera malteada veinte minutos después, mientras cargaba gasolina y amenazaba a su ex esposa con no volver a ver a Marcelo vía telefónica.

Claro que en ese momento el rubio no lo sabía, tanto como no sabía sobre el juicio de custodia y que ese día su padre había decidido secuestrarlo.

—Sí, litros y litros de malteada de chocolate —Marcelo se encogió de hombros—. Estaban pasando por un mal momento, ¿sabes?

—Hace mucho que están pasando por un mal momento, ¿no crees? —replicó Christopher con suavidad, pensando en todo lo que el padre de Marcelo le permitía hacer o le compraba para herir a su ex esposa.

—Sí, lo sé. Es una mierda.

"Nos tienes a nosotros."

El pensamiento de Chris fue fuerte, claro y hermoso. Marcelo se sintió conmovido, pero cuando quiso enviarle una respuesta sólo encontró vacío. Christopher bloqueaba su mente de nuevo.

Marcelo abrió la boca para decir algo sobre esto, pero al cabo desistió, estaba pensando en Rodrigo y Fernando.

Había un asesino en Bell Wood y esperaba que los King no tuviesen nada que ver con el asunto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.