Era totalmente irreal, incluso más que estar dentro de aquella aventura.
- Sabrina, ¿qué has encontrado?
La voz de Leo sonaba lejos de Sabrina, al final de un oscuro túnel. Tan lejos, tan inalcanzable. Pero, en realidad estaba a su lado, con su mano entrelazando la suya y sus callosos dedos en el borde de su barbilla.
Aquella antigua escritura había sido una bomba atómica para su cabeza. En el encabezado del pergamino, se apreciaba escrito en griego antiguo el título de 'Las elegidas de Apolo'. El pergamino contaba un pequeño mito. Tras la muerte de la anterior, Apolo, daba una bendición a un mortal y a una semidiosa.
El mortal, como si fuera una invención, difundía los futuros acontecimientos entre los suyos, como si fuera un simple cuento. Todos los mortales conocían las historias, pero desconocían lo que significaban a nivel divino.
La semidiosa, debía tener una descendencia divina muy específica. Poder manejar la Niebla y en general la magia (descendencia de Hécate) y tener un enlace con Apolo. Ese mestizo es el único que puede tener acceso a esas historias, y poder infiltrarse en los futuros acontecimientos. Los otros semidioses no conocen esas predicciones mortales ya que les son invisibles. Sabrina dedujo que tenía un mecanismo similar a la Niebla.
Todo cobró sentido en unos pocos segundos. Las palabras de los eilodons, las visiones, sus poderes mágicos, y su sitio en aquella misión. Ella era la semidiosa bendecida por Apolo.
Leo miraba el pergamino con determinación. A los pocos segundos, la nariz le estalló en llamas y la apagó rápidamente. Miró a Sabrina con la boca abierta, intentando decir algo, aunque las palabras no salieran.
- Tú... Apolo... - tartamudeó - ¡Oh, por los dioses!
Parecía que lo había entendido a la perfección, a diferencia de Frank y Hazel, que miraban ceñudos la escena intentando comprender qué estaba ocurriendo.
- Os lo explicaré todo más tarde, - dijo Sabrina. - Ahora no hay tiempo.
Aquellas sencillas palabas parecieron ser suficiente para apaciguar la curiosidad de la pareja de romanos. Necesitaba tiempo para descubrir que significaba todo aquello antes de poder contárselo a los demás tripulantes.
Hazel se frotó un lado de la cabeza.
- Dejando esto de lado... ¿Dónde está Nico? Se suponía que este túnel nos llevaría hasta él.
Sabrina estaba deseando ver como Leo usaba su ingenio para encontrar la solución lógica, pero no había tiempo que perder. Tenían que apresurarse. Annabeth estaría ahora mismo lisiada, en la guarida de Aracne, intentando sobrevivir para poder sacar esa maldita estatua que tantos dolores de cabeza daría. El resto de sus amigos posiblemente estarían ahogándose por culpa de esas viejas ninfas que los tenían apresados. Todo perfecto, hablando con un alto nivel de sarcasmo, por supuesto.
Sabrina corrió a la sala de control y cogió la espada negra que previamente Leo había descartado durante su enfrentamiento con los eilodons. Un escalofrío corrió por su columna vertebral. El hierro estigio parecía absorber toda la luz de la habitación, como si de alguna forma deseara quitar vidas. La empuñó y la giró un par de veces entre sus dedos. Era afilada, ágil y oscura, justo como su dueño.
No conocía a Nico di Angelo en persona, pero estaba segura de que era exactamente igual cómo lo imaginaba; Solitario, incomprendido, sensible y sobre todo con una gran falta de cariño y apoyo. Esperaba que sus amigos fueran rápidos y le sacaran en cuanto antes de aquella cámara de gas en forma de vasija.
Con un último giro de la espada, la clavó en el suelo con una fuerza y una agilidad que ni siquiera ella sabía que poseía, quedando justo entre las piernas de Hazel amenazadoramente.
- La espada de Nico. - dijo.
El labio inferior de Hazel tembló con nerviosismo. La hija de Plutón se hubiera desplomado allí mismo si su novio no la hubiera sujetado por los hombros.
- ¡Es imposible! – exclamó en un susurro cargado de sorpresa. – La espada de Nico estaba con él en la vasija de bronce. ¡Percy la vio en el sueño!
- O el sueño no era exacto - dijo Leo - o los gigantes la han traído como señuelo.
- Así que es una trampa - dijo Frank.
Frank calló unos segundos para después mirar a Sabrina y señalarla ceñudo.
- Tú lo sabías. - la acusó - ¿verdad?
Sabrina no podía creer que la estuvieran interrogando. Ella no pretendía retrasarlos o hacerlos daño, más bien todo lo contrario. Por no mencionar que les acababa de salvar la vida de unos malvados fantasmas.
Habían ido a ese taller a por Nico, pero el verdadero objetivo era encontrar las máquinas de Arquímedes. Era imprescindible tener la tecnología de Arquímedes para que todo saliera bien. Podía ser una intrusa en la historia y dejar su propia huella, pero no podía cambiarla toda. A saber, lo que pasaría al final si osaba alterar la línea temporal que había leído tantísimas veces en sus libros.
- Sí, lo sabía. – dijo con la cabeza bien alta, orgullosa de su trabajo y sus esfuerzos. - Sabía que nosotros no íbamos a encontrar a Nico. Eso lo están haciendo Piper, Jason y Percy.