En tiempo récord creo la fundación Bartolomé Bedoya Agüero, mas conocida como La Fundación BB, dedicada al cuidado de niños desamparados.
Cuando la fundación fue aprobada, y llegaron los primeros niños, Bartolomé recibio entonces esa pequeña parte de herencia. Alcanzaba para un un año de vida ostentosa. Pero claro, ahora debia dar de comer, vestir, educar y cuidar de esos roñosos. Y eso costaba dinero. Entonces fue Justina quien le acerco una solución: que los niños lo generaran.
En el sector de la servidumbre se conservaba un viejo taller de juguetes. El viejo urbino Inchausti, abuelo de Angeles, habia sido un aficionado a los juguetes, y habia acondicionado un espacio donde despuntaban el vicio. Era un taller artesanal de lujo. Justina sugirió que podia poner a los chicos a hacer falsificaciones de juguetes de colección, que luego colocaria en el mercado negro. A Bartolomé le encantó la idea, pero como el negocio de la falsificaciónes tardaria en funcionar y el dinero se iba fácilmente, habia que encontrar paliativos. De inmediato. El sabia que nada genera mas lastima y culpa que un pobre niño pidiendo en la calle. Decidio, entonces, mandar a pedir a los chicos limosnas.
Cuando la limosnas era grande, Bartolomé no desconfiaba. Pero cuando la limosnas menguaba, entonces los obligaba a usar las dotes que los niños habian desarrollado en la calle: robar. Asi fue como la Fundación BB encontró su auténtico rumbo. Por fuera, se trataba de una fundación altruistas, dedicada al cuidadano de la infancia. Por dentro, era un lugar frio y cruel, donde los chicos eran obligados a fabricar juguetes, pedir limosna y robar.
Si uno esta atento, puede observar, antes de que llegue el amor, una serie de detalles sutiles que lo anticipan. Como oscuridad profunda que anticipe el amanecer. Cuando llega el amor, antes que el, cual mensajero, llega la magia. La magia que produce encuentro, casualidad, lugares y momentos indicados. La magia que nos vuelve visibles a los ojos de otro.
El 21 de marzo de 2007 hubo magia en un lugar muy magico. Ese dia comenzo una historia que cambiaria la vida de un grupo de personas, para siempre.
Ramiro Ordoñez fue en otros tiempos un nilo feliz. Si existe algo peor que no haber conocido nunca la felicidad, es haberla experimentado y luego haberla perdido. No una felicidad de ensueños, publicitaria, desmentida. La suya habia sido una felicidad modesta, pero que alcanzaba.
El motivo de su dicha era su madre y sus rizos dorados, su hermanita, la pequeña casa en la que vivia, la escuela a la que iba, el delantal simple blanco y con olor a limpio, todos los libros que coleccionaba con pasion, la hora de la merienda, el programa de música que daban los sabados en la tele, su cuarto calido y siempre ordenado, los pocos juguetes bien conservados que tenían, el cine un sábado al mes, la guitarra que veia a diario en la vidriera de la casa instrumentos, la alcancía en la que su madre ponia tras dia una moneda y esperaba ansioso que fuera tanta que alcanzara para comprarse la guitarra. Una espera feliz. Ver crecer a Aleli, su hermanita, los primeros pasos de ella, la risa de su madre cuando la niña empezó a llamar a rana, porque rama no le salía. Viajar con su madre en el último asiento del colectivo, los picnics que ella organizaba para el y sus amigos en el parque, las tardes de lluvia leyendo libros de piratas y extraterrestres y de búsqueda de tesoros y de amor. Todo eso conformaba la felicidad de Ramiro.
Pero un día, de manera casi imperceptible, sutil como un cambio de estación, algo empezó a variar. Su madre sonreía cada vez menos y sus rizos dorados perdían brillo, su delantal ya no estaba tan blanco ni tan limpio, ya no habia monedas en su alcancía ni nuevos libros, desaparecido el cine un sábado al mes. La guitarra en la vidriera se veia cada vez mas inalcanzable. Su felicidad se habia vuelto translúcida, solo quedaba la sonrisa de Aleli, que nunca se apago.
Y correr de los dias su madre no solo sonreía, sino que ahora lloraba. Tivieron que dejar su casa modesta, limpia, calida. Fueron a vivir a lo de una amiga de su madre, que parecia siempre molesta. Su madre tenia que viajar, se le escapaba el futuro. Y mama se fue. Mama llamaba al principio una vez por semana. Mama dijo que mandaria monedas, unas que valian mas que las de aca. Mama dijo que todos irían a vivir a otro lugar, un lugar donde siempre era verano. Un lugar donde todos volveríamos a sonreír. Pero mamá no volvia. Mama no mandaba monedas. Y mama dejo de llamar.
La amiga de mama cada vez estaba mas enojada y trataba muy mal a Aleli. Un dia le pego. Ramiro sintio odio por primera vez en su vida. Esa señora un dia lo subió a un colectivo y viajaron mucho. Fueron hasta un lugar muy feo y frio, donde los obligo a bajar. Aleli tenia solo cuatro años, y el apenas diez. Les dije qe esperaran ahi. Que volvería enseguida. Y se fue. Pero nunca volvio. Tampoco ella volvio. Se hizo de noche y Ramiro no sabia como regresar. Y tuvieron que crecer de golpe, estirar las piel, saltar la niñez hacia una juventud imposible. Y entre las cosas de Ramiro aprendio fue una nueva palabra, el nombre de ese lugar donde estaban: orfanato.
Un año mas tarde aun luchaba contra la desesperanza, y por las tardes, el y su hermana se escapaban del orfanato para ir a pedir limosna, con la ilusión de juntar dinero para alquilar una casa donde vivir juntos. Con sus once años, Ramiro creía que ese sueño era posible.
Una tarde, mientras pedían limosna, se les acercó una mujer que fue una promesa de recuperar la felicidad perdida. Les ofrecia una casa, una niñez a resguardo, vivir con otros chicos, estudiar, y poder crecer tranquilos, como se merece todos los niños.