La isla de los dioses

8.3

             Poco a poco el sueño fue presa de él y adormecido por los ruidos del bosque se fue quedando dormido, con el estómago lleno. En los minutos siguientes, el único sonido que pudo oírse, fueron los ronquidos satisfechos de Jenkins, subiendo y bajando de intensidad.

          Un zumbido que poco a poco fue subiendo de intensidad lo hizo despertar sobresaltado; si, efectivamente pudo distinguir claramente el sonido de las aspas de un helicóptero. Miró intranquilo al cielo y maldijo en voz baja.

          Se puso instintivamente la mano al cinturón donde debería guardar su arma, pero recordó que la había dejado en la nave.

          Así que corrió medio agachado entre los árboles que dificultaban sus movimientos y escuchó como el aparato daba vueltas tratando de localizarlo.

          -” Todavía no me han visto... tranquilo” .-se iba diciendo mientras corría. Llegó exhausto hacia su avioneta, que, aunque no muy grande le ofrecía un buen escondite.

          Se mantuvo allí agazapado a la expectativa, con la pistola temblándole entre los dedos y sin dejar de mirar a las alturas.

          -Joder... esto es el paraíso... no es posible... ¿qué está pasando? no es justo que ellos también hayan venido - se dijo tristemente.

          Entonces se oyó un grito y pudo ver claramente como alguien caía desde lo alto, rompiendo varias ramas en su caída.

          -Me cago en...- exclamó al darse cuenta de quien había sufrido aquel accidente. La figura delgada y blanca se arrastró por entre la hierba alta y luego se quedó inmóvil, con la cara vuelta hacia el suelo.

          Jenkins estuvo en un tris de correr para ayudarla, pero aquel maldito helicóptero todavía seguía allí, en alguna parte y pronto vería su nave. Así que se mantuvo agazapado y a la espera y cuando dejó de oír el motor, salvó arrastrándose como una serpiente los pocos metros que lo separaban de aquel cuerpo inerte.

          Sin perder el tiempo mirándolo lo arrastró fuera de aquel claro hasta la protección de la espesura y allí si, giró el cuerpo y limpió ese rostro de tierra. Era un niña, una adolescente de unos trece o catorce años, no más.

          -¿Estará muerta?-puso el oído en su pecho y pudo oír aliviado el sonido de su corazón- menosmal, hubiese sido un gran error haber matado a un ángel… bueno, la verdad es que hubiese sido raro de cojones - aunque bien mirado los “Reds” no se quedaban cortos en cuestión de cometer errores. Pero de pronto Jenkins sacudió la cabeza al darse cuenta de un detalle que se le estaba pasando por alto: ¿pero qué estaba pasando en ese lugar?¡pero si los ángeles eran las almas de las personas ya fallecidas...! Después de todo puede que no estuviera en el Paraíso... es cierto que no tenía sentido que allí hubiera gentes con alas, pero el resto de lo que estaba pasando tampoco tenía ninguna lógica...  se encontraba al borde de la extenuación después de correr, aquel cuerpo tumbado y herido parecía ser de carne y hueso como él y ahora venían sus enemigos a buscarle...

          Decidió no pensar mucho en eso y centrarse en ayudar a aquella damita herida.

          Pudo comprobar que tenía un ala rota y los brazos y piernas llenos de arañazos y golpes producidos al caer. Encima de una ceja tenía un feo corte que no dejaba de sangrar.

          Así que se la cargó a la espalda, ando pasando de largo su nave y mientras caminaba pudo ver que salían a su paso un montón de animales que, a una distancia prudencial parecían estar preocupados por el estado de la niña.

          -No temáis. - les dijo como si pudieran entenderlo- vuestra ángel o lo que sea no correrá peligro si está conmigo. - suspiró angustiado, porque de nuevo le vino aquella sensación de irrealidad, como si de golpe hubiera sido transportado a un cuento de Walt Disney, donde la protagonista se perdía por el bosque y algún animal inteligente la ayudaba. Casi esperó ver la casita de caramelo, pero en vez de a la bruja vio una cueva y frente a ella un riechuelo que le sería de gran ayuda si pretendía lavarle las heridas.

          Entró sigilosamente, pero cuál fue su sorpresa al ver que ya estaba ocupada; una gran masa de pelo se aproximó enseñándole los colmillos, pero en vez de atacarlo, salió corriendo hasta la salida y se perdió entre los árboles.

          -¡Menudo susto me ha dado ese oso!- se dijo Jenkins dejando a la niña en el montón de hojas que había en la madriguera y notando como el corazón le iba a mil.

          Pudo lavarle las heridas de la frente y extremidades y como no tenía nada para vendarle el ala, tuvo que rasgar un trozo de la túnica que llevaba ella.

          -”No, decididamente no estoy muerto ni esta isla es el paraíso. No sé donde diantre estoy pero espero averiguarlo.- y mientras miraba el dulce rostro angelical, sintió un grave rencor hacia las personas  que la habían atropellado.



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En el texto hay: mitologia, romance, genetica

Editado: 14.10.2024

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