No le dio tiempo a coger su pistola, ya que aquellos enormes seres con cuerpo de caballo los empujaron y dirigieron hasta un lugar formado por altas montañas agujereadas formando cuevas subterráneas, donde convivían dos o tres familias.
Al parecer aquellas gentes prehistóricas hablaban otro dialecto diferente a su compañera alada, ya que cuando Jenkins la miró, ésta se encogió de hombros tan extrañada como él.
Además eran de otra raza, la parte que tenían de caballo era completamente negra y la parte superior que era humana, también era de ese color.
Cabellos ensortijados y la piel repleta de signos tatuados en ella. A diferencia de sus semejantes, la tribu donde vivía Nüe y su hijita, los cuales llevaban las colas y cabellos trenzados con adornos formados por flores, hojas y ramitas y se comportaban más civilizadamente, aquel pueblo era totalmente salvaje. Desconocían el fuego, se alimentaban exclusivamente de lo que cazaban y vivían bajo tierra, accediendo a través de aquellas cuervas que bajaban metros y metros hasta el submundo.
Las mujeres, todas ellas mostrando provocativamente sus senos, tenían los cuellos repletos de collares hechos con cuerdas entrelazadas; las más mayores eran de color rojo o parduzco, las jóvenes y niñas amarillas o blancas.
Jenkins no podía apartar su mirada de ellos horrorizado, todos tenían dientes afilados y le recordó a los dientecillos afilados de las pirañas. Por todas partes salían aquellos horrendos seres equinos armados con lanzas y arcos.
Fueron empujados, pasados de mano en mano como si de un juego se tratara, hasta que por fin los ataron juntos a un poste, con las manos atadas a la espalda. A Jenkins le inspeccionaron las ropas con interés y un niño le arrancó la brújula que llevaba oculta en el bolsillo de la chaqueta de uniforme.
—¡Eeh!¡cuidado! —no pudo estarse de gritar él, al ver desesperado como la manoseaban torpemente rompiéndola sin remedio. Al oír sus quejas, uno de los hombres mayores le pegó con la lanza en la cabeza, pero él por fortuna se hizo a un lado para evitar que le hicieran daño.
La muchacha tampoco se libró del escrutinio y sus alas provocaron burlonas risas de la mayoría. Algunas mujeres más osadas arrancaron algunas plumas sin ningún miramiento, haciendo caso omiso a sus protestas y sollozos, ya que se encontraba en un estado de verdadero pánico.
Las plumas fueron usadas como abalorios de gala por las mujeres, que se sentían elegantes, poniéndoselas en la cabeza y en la cola, o colgadas de sus collares.
La niña al ver el estado de sus alas, despojada completamente de las plumas más largas y que le servían para volar, sufrió una conmoción y perdió el conocimiento, de puro terror.
El teniente fue testigo de todo aquello impotente, preguntándose una vez más de donde habrían salido aquellos seres de fábula. Las entradas al subsuelo eran sencillos agujeros hechos en la roca, pero se sorprendió al ver esculpida en su superficie la cabeza de un extraño animal. En realidad era un caballo, pero del centro de la frente le sobresalía un cuerno enroscado como el de una cabra, ¡se trataba de la cabeza de un unicornio!
Se maravilló de lo bellamente construido que era aquel busto y supo inmediatamente que aquellos salvajes no eran sus autores, sino alguien bastante superior intelectualmente.
“Sin duda esta isla es enorme, por el momento no he visto a nadie que pueda considerarse totalmente humano, pero quizás se haya escondido. Es una verdadera lástima, ya que podría sacarme de dudas respecto a sus mitológicos habitantes.” —por un momento le pasó por la cabeza la descabellada idea de un parque temático, un lugar donde se hacían experimentos, como en el libro de culto “La isla del Dr. Moreau”, o Jurasic Park, donde se ofrecía la posibilidad de que los visitantes vinieran a verlos a cambio de un módico precio.
Su desesperación lo llevó a buscar con la mirada alguna cámara oculta, tal vez era un juego, o un programa de simulación donde él era el protagonista. Sabía de sofisticados programas de realidad virtual que eran la delicia de hombres y mujeres en su sociedad.
Existían centros enteros donde se consumía este divertimento. Muchos buscaban, tras dos guerras nucleares, recuperar los vestigios de antaño en aquellos programas de inteligencia artificial. Una vez conectados a numerosos sensores y unas gafas especiales, podían visitar cualquier lugar, real o imaginario.
—¡De acuerdo!¡ya está!¡os habéis divertido a mi costa, en realidad todo esto no es real, ya podéis salir o quitaros estos ridículos disfraces! —aunque aquellos seres no parecían gentes disfrazadas, seguramente eran complejos autómatas. Él solamente era un soldado, estaba hecho para la guerra, desconocía lo que la tecnología y robótica podía llegar a hacer. Por un momento aquella idea le dio esperanzas, pero luego recordó su viaje a bordo de la nave, la avería y sobretodo aquellos ángeles voladores. No, no era una simulación, era real, terriblemente real.
Entonces un relincho lo sacó de sus cavilaciones y descubrió como entre dos centauros traían un hermoso ejemplar de piel blanca y crines onduladas que le bajaban por el cuello. Como la figura en la piedra, tenía un cuerno en la frente, pero éste bastante ordinario, de carnero, así como sus pezuñas, que también eran de carnero. El animal agitaba su testuz y arañaba el suelo con sus patas, bastante nervioso.
Jenkins comenzó a hacer trabajar su mente y pensó que tal vez aquel bello ejemplar era como un dios para ellos y lo traían para que les diese su aprobación o su consentimiento para que los sacrificaran o lo que tenían pensado hacer con ellos.
Pero el unicornio parecía sentirse muy incómodo allí, no lo trataban con ningún respeto, más bien como si se tratara de una mascota. Lo acercaron a ellos y el animal frente a la niña desmayada, agitó su cabeza arriba y abajo como en un saludo y con dificultad al estar fuertemente sujeto, dobló sus patas delanteras y se quedó en aquella posición, como en una reverencia.
Editado: 14.10.2024