La Isla del Destino

Día 8

MAÑANA

 

Aún faltaba media hora para tener que prepararme e ir al juicio. Estaba aterrada y era un manojo de nervios. Quería que toda esta locura se termine de una vez por todas, pero sabía que eso no iba a pasar. Sabía que mi vida corría peligro, que estaba en manos de gente que, en su mayoría, no quería que estuviera allí. Aun que, por otro lado, quería que me enviaran a la isla prohibida para buscar a mi hermano, por más peligroso que fuera.

Me miré al espejo. Estaba vestida de blanco, todos tenían que estarlo, y cubrí mi cabello con una chalina para no generar demasiado revuelo.

—No está muy cerca así que mejor vamos ahora —dijo Agatha y Tabitha negó con la cabeza antes de hablar.

—Alexander, Daniel y Owen nos llevarán.

—¡Sí! —exclamó aplaudiendo, contenta.

—¿Cómo? —pregunté—. ¿En carreta o...?

—Se convertirán en caballos —explicó Agatha y miró a Tabitha—. Entonces, ¿vendrán pronto?

—Sí —contestó.

—¿Y van a ir los brujos? —volvió a preguntar.

—Seguramente —murmuró haciendo una mueca.

Agatha resopló. Sabíamos que ellos solo iban para molestar, y aunque no tenían derecho a opinar, sí a estar.

—¿Puedo hacer una pregunta?

—Claro —contestó Tabitha.

—¿Por qué las personas malas se convierten en brujos? Digo, tienen el poder de hacer casi cualquier cosa y lo pueden usar para el mal. ¿O no?

—Bueno... Es complicado —comenzó a decir—. Sí, tienen mucho poder y lo pueden utilizar para hacer cosas horribles, pero eso está completamente prohibido y saben que si rompen alguna regla serán encerrados inmediatamente de por vida. Ya sea una pequeñez.

—Aun así... Me parece injusto.

—A mí igual —dijo Agatha—, pero lo terminas aceptando.

—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —murmuré nostálgica, recordando mis superhéroes favoritos.

—¡Exacto! ¿Tú inventaste esa frase?

—Ojalá —reí—. Es de un escritor, Stan Lee.

Agatha se quedó pensando unos segundos, pero se rindió y alzó los hombros. Ella también tenía mucho que aprender.

Nos quedamos en silencio, absortas en nuestros propios pensamientos, hasta que los cambiantes llegaron en forma de caballos. Agatha se subió encima de Alexander, Tabitha sobre Daniel y yo sobre Owen, con ayuda de los demás, claro.

—Nunca monté un caballo —confesé, asustada.

—Solo sostén las sogas y Owen hará el resto —explicó Tabitha, sonriendo.

Para cuando llegamos, según el reloj que estaba en el suelo frente a la gran construcción, eran las seis y veinticinco. Estábamos en medio del bosque, muy lejos de la casa de Agatha. Los árboles eran demasiado altos y casi no había luz, si no fuese porque estaba lleno de velas, no veríamos nada.

—¿Estás lista? —preguntó Agatha bajándose de su caballo.

—No —contesté mientras Tabitha me ayudaba a bajar.

—Está bien —dijo Owen, ya en su forma natural—. Todo va a salir bien.

Me limité a sonreír y entramos. Aún teníamos cuatro minutos para entrar y acomodarnos. El lugar era inmenso e impactante. Las paredes estaban hechas de rocas enormes y el techo parecía no tener fin, al igual que los pasillos.

—¿Te gusta? —preguntó Alex, sacándome de mis pensamientos.

—Sí, es realmente hermoso.

—Por aquí —dijo Tabitha señalando una puerta doble.

Todos entramos, excepto Daniel, quien siguió caminando por el pasillo.

—¿A dónde va Daniel? —pregunté.

—Él es el Juez —explicó Agatha.

—Cierto, lo olvidé.

 

NARRADOR

 

Había dos hileras de asientos, el estrado y muchas sillas entre estos dos, a los costados, donde iba el jurado.

Bastian estaba en la primera fila del lado derecho, donde iba el público. Tabitha se sentó delante de ambas hileras, en el medio, donde había una mesa y dos sillas, y Anna la siguió. Quería detenerse y saludar a Bastian, pero Agatha no se lo permitió, la obligó a ubicarse rápidamente en su lugar. Aun así, volteó para mirarlo y él le sonrió, provocando que ella también lo hiciera. Agatha, Alex y Owen se sentaron junto a él y poco después apareció Daniel, quien se dirigió a su estrado. Junto a él entró una multitud de gente, el jurado. Todos se ubicaron en sus lugares y pensó que el juicio iba a comenzar, pero no. Todos estaban en silencio, hasta que de repente comenzó a ingresar mucha más gente hablando entre ellos y se sentaron en la hilera izquierda. Tardaron bastante en acomodarse, y cuando terminaron, Daniel golpeó el martillo sobre su mesa y todos se callaron.

—Bienvenidos —dijo él mirando a todos—. Vamos a comenzar... —giró hacia Tabitha y continuó—. Sra. Ferreira, ¿usted puede afirmar que Annabella Amery es una mundana?

—Sí —contestó ella, seriamente.

—¿Por qué?

—Porque ya han pasado casi ocho días desde que llegó a la isla y no se ha transformado.

—Muy bien, es correcto —dijo él, asintiendo—. ¿Y crees que merece ir a la isla prohibida por eso?

—No, no lo creo.

—¿Por qué no?

—Porque no le hará daño a nadie, y, por lo tanto, no lo merece.

Todo el público del lado izquierdo comenzó a abuchear. Daniel tuvo que pedir silencio otra vez, y se volvieron a callar.

—Ya que el público tiene muchas ganas de hablar, les voy a dar la oportunidad de que lo hagan, pero de manera ordenada y respetuosa —dijo Daniel, observándolos.

Comenzaron a hablar entre ellos y unos segundos después, un hombre de unos treinta años, no muy alto y de tez morena, se levantó.

—Me llamo Carlos y soy un artesano —comenzó a decir, firmemente—. Y creo que sería muy injusto que alguien como ella pise la misma tierra que nosotros.

—¿Por qué? —le preguntó Daniel.

—Porque... —se tomó unos segundos para pensar—. Porque no es como nosotros.

—¿Y qué tiene de malo?

—Podríamos confiarnos y ella podría aprovecharse.



#14084 en Fantasía
#7909 en Thriller
#4448 en Misterio

En el texto hay: fantasia, misterio, poderes

Editado: 22.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.