La jefa

14. Luca no quiere un Golden Retriever

 

 

14. Luca no quiere un Golden Retriever

 

Para poder bañarme, cambiarme, peinarme y maquillarme otra vez y así llegar a la cita a tiempo, acepté que Omi me prestara su helicóptero y hace una hora aterricé en el helipuerto de un hotel a cuatro calles de mi edificio de apartamentos.

Dejé el Audi en casa de Omi y pedí un taxi, y pude pasar del estacionamiento y salir del edificio directamente por el vestíbulo, pero antes quise verlo.

Está aparcado en uno de los últimos lugares del estacionamiento, entre los que no están a la vista porque no se ocupan y si no preguntas parecen olvidados. Paso una mano por encima de la lona que lo recubre. Si la levanto un poco puedo ver la parte baja de sus neumáticos y el borde de su carrocería de acero color rojo.

Dejo caer la lona otra vez y regresando sobre mis pasos esta vez sí salgo del edificio por el vestíbulo.

En el camino repaso mentalmente las líneas que preparé. No me atreví a pedirle ayuda a Pipo, pero yo misma traté de preparar una disculpa convincente y material para desviar de ese tema la conversación:

«Ni lo conozco».

«Había bebido demasiado alcohol».

«Es sábado».

«Es tu culpa por no aclararme que no era una cancelación».

07: 11 P. M.

El taxi me deja frente a la entrada del centro comercial. Bajo de este con la cara alzada y manteniendo la espalda recta. Acomodo de mejor manera el bolso en mi brazo y agitando hacia un lado mi cabello avanzo hacia Café y letras.

Hay una entrada desde la calle, pero, como estoy segura de que Luca espera verme entrar por allí, para antes estudiar el terreno resuelvo entrar desde el centro comercial.

Me veo en el reflejo de los escaparates del Café antes de entrar. Me planché el cabello, me pinté los labios de rojo, me puse un vestido de lana color gris que cae sobre los muslos, más un bolso, cinturón, medias negras y botas altas de cuero.

La idea era venir por completo de cuero, no solo las botas, pero los planes cambiaron un poquitín desde hoy por la mañana.

El Café está lleno a la mitad, la mayoría con gente husmeando en libros, y Luca se halla sentado casi en el centro, solo en una mesa pequeña, revisando su teléfono móvil en una mano mientras con la otra pica con un tenedor un pie de queso. Tiene dos en el plato más un vaso de jugo de naranja.

Aún viste de traje, este es casi negro con una camisa blanca debajo, pero ya no trae puesta la corbata.

Repara en mí cuando me encuentro a un metro de su mesa. Despacio me ve de pies a cabeza de una forma que me hace sentir más confianza y con un gesto cordial se levanta de su asiento para recibirme.

—¿Cansada? —bromea y no puedo dejar de verlo.

Sobre todo porque sorprendentemente está sonriendo.

Y espero a que se retracte, le doy tiempo de hacerlo en lo que tomo asiento frente a él, pero no sucede, ni cuando termina de acomodarse en su propio lugar lo hace.

De modo que, sintiendo una punzada en mi estómago, intento contar hasta diez conteniendo lo más que puedo el enojo, pero de nuevo soy un volcán y mi rabia lava subiendo de mis intestinos a mi boca.

—¡Sí, y adolorida! —grazno—. ¡No tienes idea del tamaño de la tranca que me metieron! —agrego, ejemplificando con mis manos un espacio semejante al de mi antebrazo.

»¡Intenta pasar algo del tamaño de un plátano macho por un agujero del tamaño de un limón!

Luca arruga el entrecejo.

—¿Por qué? ¿No te lubricó? —Su calma solo me sulfura más.

—¡Como paleta de helado en pleno verano chorreando crema —le contesto—, pero de todos modos me dolió!

»¡Lo mismo la mandíbula! —agrego y Luca abre con asombro los ojos aún sin estresarse—. ¡Tuve que estirar lo más que pude mi boca! —La abro—. ¡Porque aquí me golpearon sus huevos! —digo, dando golpecitos con mis dedos a la parte superior de mi barbilla—. ¡Aquí!

—Ojalá mañana no tengas problemas con las amígdalas, exjefa —comenta Luca, «preocupado».

¿«Ex...»?

Me inclino sobre la mesa:

—No lo creo —hablo con los dientes apretados—, me sacó hasta los mocos atorados de resfriados que tuve el año pasado.

—Que considerado. —Luca coge de vuelta su tenedor para continuar comiendo su pie de queso.

—Y no te debo ninguna explicación por ello.

No deja de ver su pie.

—No te las estoy pidiendo.

Contengo el aliento.

«No, no me odia hasta GN-z11, con suerte sabe que existo y eso es peor».

—Me estaba satisfaciendo al punto de casi ponerme a mil —mascullo.

Luca alza la vista de vuelta hacia mí.

—Y sin embargo, cuando te llamé contestaste.

Aprieto mis manos.

—Fue un impulso —lo digo casi escupiéndolo—. Esperé cualquier muestra de vida por parte de ti durante dos años. Quería hablar. Y pensé que él iba a parar, usualmente eso haría alguien normal, pero de verdad lo estaba gozando.

—Eso oí. ¿Por qué se cambiaron del taburete?

—La cama era más cómoda y amplia —mascullo, mirándolo con odio.

—¿Estaban en un hotel? —Vuelve a su pie.

—Un yate.

—Uau. —Parece querer reír—. ¿Y a Marinaro no le molesta?

—Ya no estamos juntos.

Echa la espalda hacia atrás «sin poder creerlo».

—Lo último que supe es que se iban a casar.

—Terminamos casi de inmediato.

—¿Por qué?

Entrecierro mis ojos:

—Eso no te lo voy a contestar.

—De acuerdo. —Mete en su boca otro pedazo de pie—. Y el tipo de hoy, ¿es nuevo?

—Se llama Omi De Gea, en un tailandés deportista extremo, lo conocí el jueves por la noche en una cena.

—¿Y hoy ya se acostaron? —coge una servilleta de papel para limpiarse las manos— Te admiro, exjefa.

—¡Vete al diablo junto con mi orgasmo frustrado! —digo, molesta, y me pongo de pie de golpe dispuesta a marcharme.




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