La jefa

15. Ojo bizquito

 

15. Ojo bizquito.

 

Luego de un tráfico agotador, conmigo adormitando en el asiento del copiloto, pasamos la garita de seguridad y llegamos a un complejo de apartamentos estándar en medio de una zona de clase media en Ontiva.

—¿Puedes bajar sola? —me pregunta Luca, cojo mi bolso y esbozo un gesto afirmativo. Aun así, al salir los dos del coche no puedo evitar bostezar.

—Podíamos haber ido a mi apartamento —protesto y no dice nada en respuesta.

«Hubiéramos llegado más rápido».

Espera a que termine de rodear el coche para ahora caminar junto a él hasta uno de los edificios.

«Aunque de ir al mío seguiría en las mismas y no sabría dónde vive», me regaño.

Debo pensar de forma estratégica.

El apartamento de Luca se halla en el tercer nivel y el elevador está en mantenimiento. Pero por fortuna hago Spinning y él está acostumbrado a subir.

Vuelvo a bostezar.

—¿En serio tanto pesan los treinta? —pregunta apoyando una mano en la parte baja de mi espalda y tomando impulso lo golpeo en el hombro con mi bolso.

Llegamos al descanso del segundo nivel y da un giro, riendo.

—Omi me agotó mucho —digo, sin afán de provocarlo. Es solo la verdad.

Pero Luca me coge de la cintura a modo de cargarme y como si no pesara más que una pluma me impulsa con precaución hacia la pared. Y allí, manteniéndome contra esta lo suficiente aparte para no lastimarme, aprieta con fuerza mis caderas al tiempo que, respirando hondo, vuelve a recorrer con besos sobre mi sien.

Me gusta cuando hace eso. Es como si besara mis pensamientos.

—Perdón, olvidé mencionar tu nombre —musito, echando mi cabeza hacia atrás para que del mismo modo lleguen a mi cuello sus besos.

Después alcanzo sus manos, y, colocándolas una sobre la otra en mi pecho, lo hago rodearme con estas como si me abrazara. Para mí eso es más estimulante que él empotrándome contra la pared. Disfruto de la sensación unos segundos y en adelante, consciente del calor que emana de los dos, acariciando su dorso las bajo lentamente hasta mi vientre, las dejo reposar allí y enseguida, con Luca agachando la cara para respirar despacio sobre mi mejilla, finalmente bajo sus manos hasta apretarlas contra el calor de mi sexo.

—Vamos, llévame a tu habitación y fóllame otra vez —demando, empujándolo con los codos y enseguida vuelvo a caminar hacia las gradas para continuar subiendo.

—Sí, exjefa —lo dice siguiéndome, tras frotar con una mano mi nalga.

Aprovechando eso, reacomodo en mi hombro mi bolso, apoyo el tacón de mi bota sobre el primer escalón hacia el tercer nivel y con velocidad me vuelvo hacia él para apartar su mano. Pero no la dejo caer: hago que entrelacemos nuestros dedos sin dejar de sonreírnos con malicia o mirarnos, y agachándome con las piernas cerradas tomo asiento en el primer escalón.

Luca no tiene idea de lo que voy a hacer, pero sabe que soy experta en preliminares y jadea antes la expectativa, y a mí me enciende provocar ese efecto en él.

Todavía provocar ese efecto en él.

«Ahora a jugar a ser un cangrejo».

De manera que, sin dejar de tirar de su mano, empiezo a subir las escaleras sentada de cara a él. Y no entiende el por qué hasta que me encuentro lejos tres escalones y recuerda que no traigo las bragas puestas.

Arqueo una ceja retadora.

—Dime «Jefa» de nuevo y seguiré subiendo, pero ahora con las piernas abiertas —propongo y tomando aire echa la cabeza hacia atrás, riendo.

Mueve su pierna con nerviosismo.

Es una pulseada.

Pero enseguida vuelve la vista a mis rodillas juntas y alerto la decisión en su semblante.

Ya no me «ama», pero aún me idolatra.

—Tranquilo, solo será mientras subimos las escaleras —lo apaciguo.

—Lo vale —lo dice con voz ronca y eso me hace lubricar.

»Jefa —empieza y con sus ojos llameando empiezo a separar las rodillas lentamente.

»Jefa —repite con voz ahogada. Ya la puede ver.

«Ma Petite Souris»

Levantando mi pecho sigo subiendo las escaleras sentada de espalda, ahora con las piernas entreabiertas.

—Jefa —repite Luca, agudizando su voz al pronunciar la «a», está excitado y eso solo me prende más.

Su mano en mi mano suda, pero con fuerza tiro de esta para que él también empiece a subir las escaleras: lo hace casi arrodillándose mientras vuelve a repetir:

—Jefa.

Ya tengo las piernas abiertas hasta coronar.

—¿Qué tal la vista? —pregunto.

No deja de contemplar todo bajo mi vestido.

—Ni París se ve tan bien.

Muevo mis hombros.

—Aunque este bien podría ser el arco del triunfo.

Luca jadea:

—Y yo Napoleón.

Los dos seguimos subiendo.

—O podría ser la guillotina de Luis XVI —bromeo excitada, volviendo a cerrar y abrir en segundos mis piernas.

—Mejor la de Luca Bonanni —dice Luca, soltando mi mano para terminar de subir él solo las gradas y alcanzar la punta de mi bota izquierda.

La acaricia con sus nudillos, viéndome.

Después hace lo mismo con el tacón, pantorrilla, rodilla y muslo. Pero en el último reemplaza los nudillos por sus dos manos hasta apretarlo, e, inclinándose hacia adelante, acerca su boca para empezar a besar.

Instintivamente abro más las piernas.

—¿Tus vecinos suben por estas escaleras? —alcanzo a preguntar con la voz a medias.

—Sí —lo dice trémulo, haciendo su camino hacia mi sexo, dejándome sentir al mismo tiempo su respiración.

Poco le importa que alguien venga.

—¿Y quieres que miren a tu exjefa de piernas abiertas?

Yo quiero ir a su cama.

Luca se aparta del límite que separa a mi muslo de mi sexo e incorporándose se impulsa hacia mí para encontrarse con mi boca y besarme.




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