La jefa

21. Hawái

 

21. Hawái

 

Lo primero que escucho es un sonido que a asemeja al de un ronquido seguido de un terrible olor a flatulencia.

Arrugo mi nariz con asco.

—¿Ese nivel de confianza tenemos ahora? —escucho que pregunta la voz somnolienta de Luca.

»¡Ivanna! —se queja al oír otra flatulencia que sale disparada como cohete del 4 de julio.

—¡Yo no me estoy pedorreando! —digo, molesta.

—Pues no soy yo —dice Luca y, cansados, mejor nos sentamos para ver qué sucede.

Y ahí está, a un metro de nosotros con sus dos patas traseras dobladas hasta casi estar sentada, viéndonos del uno al otro mientras otra vez se caga de lo lindo en mi piso.

Molesta por ser descubierta, la perra salta de un lado al otro en su lugar al terminar y comienza a ladrarnos.

—¡Si querías privacidad hubieras buscado otro lugar! —le hago ver.

Con apenas la luz de la luna filtrándose a través de las ventanas y ya solo una de las velas, Luca se pone de pie y mira la caca líquida con incredulidad.

—Pesa menos de cinco libras, eso no pudo salir de ella.

Alzo mi puño con enojo.

—¡Se supone que eres una perra refinada, ayer te hicieron un Grooming, te peinaron y te pusieron esos dos lazos rojos en las orejas, y hoy otra vez de puerca! —le grito a Sherlock mientras ella continúa ladrándome.

»¡¿Qué te dije de comer quesos?! —sigo sin bajar mi puño— ¡Si eres alérgica a la lactosa deberías controlarte!

Luca se instala entre las dos para mediar:

—Ya, ya... Sherlock, Ivanna te dijo que no comieras lácteos porque te podía hacer daño, yo soy testigo —regaña a Sherlock, que nos sigue ladrando.

»Y tú, Ivanna —me mira Luca a mí y después a su reloj de pulsera—, deja de pelear con un perro poodle a las cinco de la mañana.

—Dormimos menos de cuatro horas —digo, cansada, y los dos cogemos nuestras batas del piso.

...

Con la luz eléctrica reinstaurada, intento que Sherlock beba más agua en lo que Luca busca en Google, los dos sentados uno al lado del otro en mi sala, él con un jugo de naranja y yo con un té.

—Aquí solo dice que la mantengamos hidratada, posiblemente en ayunas o con una dieta blanda.

—¿Más blanda? —mascullo viendo de reojo las tres plastas de popó de perro en mi piso.

—Y debe beber electrolitos —termina de leer Luca.

—Sí, eso le dieron la última vez —recuerdo.

—¿Esto ya había pasado? —me pregunta él, indignado.

Señalo a la perra sentada sobre mi regazo.

—Y por lo mismo debió ser más consciente a la hora de escoger qué comer. Ahí tiene su comida Royal Canin Puppy en tres diferentes sabores.

—No recuerdo que se la dieras —dice Luca y viro sobre mi hombro buscando la bolsa con las cosas de Sherlock.

Esbozo una mueca y regreso a mi posición.

—Bueno, tampoco me la pidió.

Luca me vuelve a regañar con la mirada y coge de mi regazo a Sherlock para cargarla él.

—Aun así, no tenías que comer quesos —la regaña a ella.

Las velas de baño que puso Luca en la sala ya se consumieron, salvo una que aún oscila tenue, y todas dejaron una mancha de cera donde fueron colocadas. Debo amarlo mucho para no gritarle por eso. Además de que fue con buena intención, como muchas cosas que hizo antes y no valoré.

—¿Entras temprano a trabajar? —le pregunto preocupada de que llegue tarde.

—Tengo horario de centro comercial —me tranquiliza.

Me pongo de pie.

—De acuerdo, ¿entonces quieres recostarte un rato?

Parece dudar.

—Está la habitación de invitados... o la mía.

Le doy a escoger para que no se sienta presionado. Sin embargo, no espero respuesta, tomo a Sherlock y me la llevo conmigo a mi habitación.

Afuera de mi Walking Closet está tirado uno de mis tacones Miu Miu de cuero.

—Tuviste una madrugada interesante, ¿no? —gruño en dirección a Sherlock.

Enciendo mi lámpara de noche, saco la cama de Sherlock de debajo de mi cama, la recuesto allí y, aún vestida solo con mi bata, me recuesto en mi cama, apago la lámpara y trato de dormir un rato más.

...

No sé dónde durmió Luca, si volvió a los cojines tirados en el piso de la sala, fue a la habitación de invitados o precisamente vino a eso, porque cuando abro los ojos lo veo ya vestido con traje de pie en mi habitación, sujetando en sus manos el que fue hasta hace una semana el papel tapiz de mi habitación: las flores de Navidad que me dibujó antes de irse, salvo que ahora el papel se encuentra en pedazos rasgado en el piso, señal de que lo arranqué de la pared mas no lo he tirado.

¿Qué mensaje le daré con eso?

«Convertí el regalo que me diste en el papel con el que envolví toda mi habitación, así de importante fue para mí, pero casi lo arranqué antes de verte otra vez».

Esto es peor que el haber descubierto el Festival de la autocompasión.

Lo observo desde mi cama en silencio.

Deja el papel de vuelta en el piso y da otro vistazo rápido a mi habitación repasando una por una las fotos, poniendo especial atención a una que tengo de niña peinada con coletas a los lados y vestida de uniforme escolar. Luca la alcanza para verla de cerca, sonríe negando con la cabeza y la devuelve a su lugar.

Después busca mi reproductor de música, parece revisar lo que estaba escuchando y también lo devuelve a su lugar.

«Mira la pared a tu izquierda», pienso, si es que no la vio de primero, y tras ver un par más de fotos, por fin desvía la vista hacia allá.

Soy yo durmiendo boca abajo como si fuera parte de un cielo estrellado en otro dibujo hecho por él. Este en particular lo encontré bajo el colchón de la cama de invitados una vez que lo moví para aspirar debajo. Luca se acerca y lo contempla como si lo viera por primera vez, puede que hasta lo hubiera olvidado, pero yo lo mandé a ampliar, guardé el original y ese lo colgué detrás de una cubierta de vidrio templado aquí.




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