La jefa

40. Esto no es una competencia 2.0

 

40. Esto no es una competencia 2.0

 

LUCA

 

Subo las escaleras hacia mi apartamento en estado catatónico, de momento soy inmune a estímulos externos, tampoco sé cómo conduje mi coche hasta acá y es lo mismo desde que Ivanna cortó la llamada y me quedé viendo conmocionado mi teléfono.

Incluso de Alexa hubiera esperado una noticia semejante, pero ¿Ivanna?

¿IVANNA?

¿Ella se puede embarazar?

—Tiene que ser una broma —grazno de cara a una pared, deteniéndome en el descanso de la escalera, justo un piso abajo del mío, creo.

Ni siquiera estoy seguro de que este sea mi edificio.

—Hola Luca..., ey, estás dejando caer tu bebida —escucho que me dice un vecino que también está subiendo y bajo la mirada hacia mis manos.

En la izquierda sostengo una bebida azul fría cuya pajita sobresale de un vaso con tapadera y parte de ella ahora está en mi camisa y pantalón. De manera que la enderezo para que ya no gotee y continúo subiendo las escaleras preguntándome en qué momento compré una bebida.

Al llegar a mi puerta reviso mis bolsillos buscando mis llaves.

De uno empiezo sacando unos pañuelos de papel.

«¿Por qué tengo pañuelos de papel en mi bolsillo?», me gustaría saber.

«Ah sí, me los dieron cuando me puse a llorar», recuerdo.

De mi otro bolsillo saco una biblia pequeña.

«¿Y por qué tengo una biblia?»

Frunzo mi ceño sin comprender.

«Ah sí, cuando pregunté si Dios existe», sigo recordando.

Ivanna puede llegar a ser bastante inhumana.

Sigo revisando mis bolsillos y encuentro más pañuelos de papel, y más, y más... y más.

Son bastantes...

Puede que una caja completa.

Recuerdo que me los daban uno tras otro al mismo tiempo que preguntaban si alguien de mi familia murió o qué provocó una experiencia tan traumática.

Ivanna.

No encuentro nada más en los bolsillos de mi pantalón y, volviendo a cambiar de una mano a otra la bebida, indago dentro de los bolsillos de mi saco.

«El número de teléfono de un Psicólogo», hallo, pulcramente anotado en una servilleta de papel junto con el nombre de este y la dirección.

«¿Por qué en una servilleta de papel?», dudo.

«Ah sí, porque cuando intentaron dármelo en un Post-it me puse a llorar más fuerte», suspiro, formando con mi boca otra «O».

Más pañuelos de papel...

Fue un emotivo en torno a mis compañeros de trabajo.

—Y por fin mis llaves —chasqueo, al encontrarlas justo en la mano que creía libre para buscar. Arrugo mi entrecejo al verlas. «¿Todo el tiempo estuvieron allí?»

«Ah, sí», recuerdo, «las saqué de mi bolsillo antes de salir de mi coche allá abajo en el estacionamiento».

«Aunque el misterio de cómo llegó la bebida a mis manos continúa», vuelvo a suspirar, entrando por fin a mi apartamento.

En la sala encuentro a Roy y Clarissa.

—¿Qué hacen aquí? —les pregunto sin comprender.

—Laura me pidió que viniera a platicar con ella —dice Clarissa, con extrañeza—, pero aún no llega, así que vine a esperarla aquí. ¿Tú por qué viniste temprano?

No contesto y miro a Roy.

—Te llamé para preguntarte si íbamos a ir al cine a ver otra vez Spider-Man: de regreso a casa, y me pediste que me saliera del trabajo y viniera —me recuerda Roy y asiento.

»Aunque no sé por qué estabas sollozando —agrega.

Clarissa, en tanto, no deja de mirarme con preocupación.

—¡Estás dejando caer esa bebida sobre tu camisa! —señala y vuelvo a enderezar la bebida azul en mi mano.

»¿Por qué no te sientas? —aconseja ahora, viniendo ella misma por mí a donde estoy de pie para acompañarme hasta uno de los sofás.

Y ahí, tal como me indican, tomo asiento y con mi boca entreabierta mantengo mi atención en un punto lejano.

—¿Q-qué pasó? —pregunta Clarissa, reacomodando inútilmente mi corbata. Pero no importa, la desataron del cuello desde la mañana.

»¿Pe-pediste volver temprano porque te sientes mal? —agrega—. Porque te ves mal.

Tanto ella como Roy me ven con preocupación.

—¿Qué pasó? —insiste Clarissa.

—¿Es Luca el que vino? —pregunta Alexa saliendo a nuestro encuentro en bata de baño y tintura y pincel en mano.

Es rubia natural, tipo almendrado, según sus propias palabras; pero cada mes retoca su raíz con rubio platinado.

«Sí, prefiero desviar mi atención al cabello de Alexa».

Roy finge no soportar el olor a químicos, por lo que sujeta su nariz y esboza una mueca de desagrado en dirección a Alexa que se apresura a fingir indiferencia.

—Ya tengo otra vez mi coche conmigo y hoy voy a regresar tarde —me advierte Alexa y la mueca de desagrado en el rostro de Roy se ensancha—. Tengo una cita —procede a anunciar feliz mi amiga.

Roy desvía su interés de Alexa a la bebida en mi mano y me la quita para concentrar su atención en esta.

—Alexa, Luca no se siente bien —le hace saber Clarissa a mi amiga.

—¿Qué pasó? —pregunta Alexa, preocupada, pero ansiosa por regresar al baño a seguir retocando su cabello.

Trago saliva antes de contestar:

—Eh... Ivanna...

—¡Aj, lo sabía! —se queja Alexa—. ¡Pero hoy no tengo tiempo para esto, luego me platican!

—¡Alexa! —la intenta regañar Clarissa, pero mi amiga se marcha dispuesta a ignorar el drama.

—... me llamó —continúo platicándoles a Roy y a Clarissa—. Ivanna me llamó y...

—Dijiste que ya no ibas a contestar sus llamadas —me recuerda Roy.

—Esta tuve que contestarla —digo, procediendo a buscar entre mis bolsillos mi teléfono, y sacando uno detrás de otro los pañuelos de papel para asombro de Clarissa.




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