La jefa

44. Colores.

 

44. Colores.

 

LUCA

 

Aunque he pintado con los demás colores, los devuelvo a la caja y solo mantengo los crayones rojo y azul uno contra el otro junto a la hoja.

Son de cera. Por lo que, al pintar, sin importar el tono que utilice, resplandecen.

Froto mis ojos para no mojar la hoja y constantemente cambio del lápiz a los plumones o crayones para continuar trazando.

«¿Pretendes que adivine que estás haciendo aquí?», recuerdo, y tengo que echar la cabeza hacia atrás y coger aire con la boca para otra vez intentar calmarme... y ya no llorar.

Repetidamente me remuevo en mi silla cuando creo estar a punto de perder el control, pero consigo dominarme para seguir dibujando. Es mi forma de sacar el dolor.

Me levanto por ratos, camino de la mesa a mi cama, me recuesto a escuchar música y cuando me aburro regreso a la mesa o voy a mi ventana. Afuera ya es de noche, ¿posiblemente pasen de las once? No sé. Da lo mismo que mire mi reloj, desde hoy, más temprano, no sé ni en qué día vivo.

Regreso a la mesa con mi teléfono en mano y la música sonando, presiono durante unos segundos el puente de mi nariz para nivelar mi respiración y sigo pintando.

Solo trato de... ¿no terminar de enloquecer?

No dejé de pensar en Ivanna en estos dos años, ni siquiera lo intenté. Por el contrario, a pesar de decir a todos que la superaría, a escondidas continúo siendo mi obsesión. A escondidas hasta que Clarissa descubrió los bocetos de La loba.

La dibujé hasta el cansancio, la oí en canciones, la vi en películas y busqué con añoranza en cada tipa con la que tuve sexo, sin alcanzar, con ninguna, entera satisfacción.

«Ninguna es como ella».

O no tienen el cabello lo suficientemente largo, lacio o negro. El cabello de Ivanna, en la noche, se ve negro; y en el día, cuando hay mucho sol, es castaño.

También tienen los pechos demasiado grandes o pequeños, y no tan redondos o turgentes. No prefieren el whisky, el lápiz labial rojo y se ponen Skechers en lugar de tacones de aguja.

Y, en definitiva, en la cama no me hablan en francés.

Busqué, sin éxito, un equivalente a la loba, pues no se cambia tan fácil de musa.

¿Por qué tenía que ser la más inalcanzable, peligrosa y que más dolería amar?

Hasta ella misma me lo dijo hoy, la veo y trato como a la diosa Afrodita.

—Soy patético —digo, frotando otra vez mis ojos.

Sabía que me buscaba y me escondí. Aún la deseaba, no dejaba de pensar en ella, pero por casi dos años no salí a dar la cara.

¿Qué iba a encontrar? De mí, solo quedaban pedazos; mientras, en el caso de ella, un letrero de «Precaución» color rojo sangre sobresaliendo en su pecho.

Por más tentador que fuera volver, era a que me matara. Sería suicidio. Era mejor esconderse, como ratón.

¿Y por qué no morir por ella, a manos de ella y con ella? Como un demente, eligiendo como mi sepulcro el lugar de privilegio entre sus piernas; si, de todos modos, es donde más me gusta estar.

Sin duda en eso pensé previo al cumpleaños de Babette, justo antes de volver a verla, y, seguramente, también en el momento que olvidé ponerme un maldito condón.

Molesto, dejo caer el crayón de cera en mi mano y me tomo unos segundos para sujetar frente a mí y examinar lo que llevo hasta ahora. Realmente no tengo un plan, solo lo dejo ser, como una explosión de mi pecho tiñéndolo todo en colores.

Esta noche tengo la sensiblería al rojo vivo.

—Es la cuarta o quinta vez que repite Hasta que te conocí —escucho decir a Alexa al otro lado de la puerta. Creerá que susurra, pero no, y tampoco es la primera vez que se acerca.

—Lo oí —le contesta con un suspiro Clarissa. «¿Sigue aquí?»—. También La de la mala suerte, Lo aprendí de ti y La gata bajo la lluvia.

—¡Já, y decía que no! Repite casi todas las canciones con las que bromeamos el otro día con Laura. Todas, excepto esa de «¡En Saturno, viven los hi...!» Sí, esa mejor no.

Giro hacia arriba los ojos.

—Sí. Al menos todavía —Está de acuerdo Clarissa.

—Ese afán de escuchar una tras otra las mismas canciones, ¿no se aburre? —se sigue quejando Alexa y...

«¡La audacia!»

Molesto, vuelvo a dejar la hoja sobre el escritorio y cambio Hasta que te conocí por Solo hay un ganador, la versión en español de The winner takes it all de Vicentico, y, en lo personal, mi favorita.

—¡Entendí la indirecta, Luca! —me grita Alexa y no me importa.

Sigo pintando en tanto dejo la canción sonar y cuando termina repito La gata bajo la lluvia.

—¡Te vas a morir cuando sepas que ella y Juan Gabriel tienen canciones juntos! —insiste en pincharme las pelotas Alexa—. ¡Deberías hacer un popurrí!

—Mis abuelos oían esas canciones cuando los visitábamos en su rancho —le platica Clarissa.

—De acuerdo. Que Luca escuche lo que quiera mientras no se suicide.

—Roy sigue en el estacionamiento vigilando la ventana. —Tenso los hombros al escuchar eso—. Dice que Luca solo se acerca.

Vuelvo a dejar caer el crayón en mi mano y me vuelvo hacia la puerta.

—¡No me voy a suicidar! ¡Clarissa, ya es tarde, que Alexa te lleve a tu casa!

—Mamá me dio permiso de quedarme —asegura y no puedo creerlo, ¡nunca la deja! No obstante, siendo el caso de que a esta hora el chófer de Rodwell ya debió enterarlo de todo, tampoco es difícil deducir el por qué.

Guardo en un cajón de mi mesa la hoja, apago la música y camino de mi asiento a la puerta.

—¿Qué es lo que quiere saber? —gruño al abrir.

Alexa y Clarissa dan un paso atrás al advertir mi enfado. Sin embargo, me aparto y las dejo pasar.

—Sabes que, sea cual fuera el caso, yo jamás diría nada que no me corresponda —dice Clarissa.




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