La Legión de los Malditos

Camino de escarcha

Ya ambas reinas presentes en el salón del trono, se enfrentaron a las miradas de la otra, tomando posiciones defensivas o reflectivas. Una Damnare y una Callh, juntas así como en la antigüedad de la historia de Nylhella. 

Los soldados entraron justamente atrás de Nyliare, haciendo un gesto de disculpa en dirección a su reina mientras hacían el ademán de sacar a la elegida del salón, pero la reina los disuadió con un movimiento de su mano, indicandoles su salida. 

— ¿Quién eres y por qué te presentas de esta manera en mi reino? —preguntó Akanke en dirección a la albina que se había presentado en su castillo. 

—Disculpe por mi inesperada presentación, reina Akanke, pero me presento en una situación de emergencia —se disculpó Nyliare, mientras avanzaba a Akanke con paso ligero —Mi nombre es Nyliare Solé de Calluhn, única descendiente de Jone II de Calluhn y legítima reina de Calluhn. Elegida por los dioses y protectora de las razas de la luz. 

Los gestos de la reina se endurecieron, su cuerpo se inclinó para analizar con cuidado a Nyliare con duda e insatisfacción. Akanke solo veía a una niña tratando de participar en juegos de mayores, juegos de dioses

—Todos los Callh están muertos. Es una ofensa al rey Jone y a Calluhn que se haga pasar por su hija, un insulto a los dioses que se haga pasar por la elegida —pero Nyliare negó con su cabeza, materializando en su mano una perfecta esfera de agua, la cual levitó en dirección a la reina. 

—Se equivoca. Hay muchos más Callh de lo que usted cree, y por esa misma razón mi presencia es tan importante. Por años, mi gente se ocultó de la vista de Shullak, preparándose en las sombras, fortaleciéndose en la espera de mi llegada —explicó Nyliare, tratando de llegar a la reina, pero esta seguía mirándola como si su presencia fuera un agravio —Los Callh estamos listos para recuperar Calluhn, pero fuimos traicionados y Shullak descubrió nuestro refugio. Los sobrevivientes nos dirigimos a Calldesh por una razón, usted reina Akanke. 

La reina negó con empeño, levantándose de su trono con furor y acercándose a Nyliare. Su rostro demostraba la furia que estaba sintiendo, pero eso no amedrentó la voluntad de la elegida, mucho menos cuando esta la apuntó con su dedo de forma amenazante. 

—Por años Calldesh se ha mantenido fuera de conflictos, hemos sobrevivido cerrando nuestras conexiones con Calluhn y Shullak. Y ahora una Callh viene a mi reino, a pedirme que me una a la guerra por ella —musitó Akanke, la indignación en el fondo de su alma salió a flote con cada palabra —No pelearé por algo que no favorecerá a mi gente. 

—Reina Akanke, no le estoy pidiendo que pelee por mi gente y por Calluhn, sino por la suya, y por el recuerdo de su esposo asesinado por Shullak. 

— ¡No te atrevas a mencionar a mi esposo, Callh! —vociferó Akanke —Has traído el peligro a las puertas de mi hogar, ahora te ordeno que dejes Calldesh de inmediato. 

Nyliare suspiró, endureciendo sus gestos antes de responder. La elegida entendía a la reina, el estado defensivo en el que se refugiaba en esos momentos, lo duro que debió ser para ella encargarse de Calldesh por sí sola. Pero Nyliare tenía responsabilidades con ella misma y su gente. Tal vez Akanke no querría ayudarlos a ellos, a los Callh, pero como la elegida, la reina estaba en obligación de permitirles quedarse. 

La reina Akanke caminaba por todo el salón, la frustración dominando sus acciones. La reina sabía que había molestado a la elegida. 

—Como la elegida, es su deber ayudarme con lo solicitado. Tal vez usted y su gente no irá a la guerra junto a mí, pero mi gente permanecerá en Calldesh hasta que determinemos nuestros siguientes pasos. Como bien sabrá, Calldesh es el único reino excepto de oscuridad por completo, solo aquí estaremos seguros —así fue dicho, con la crudeza en las palabras de Nyliare que obligaban a reina a obedecerla. 

La reina Akanke se sintió oprimida por el poder de la elegida, esa autoridad que no podía rechazar ni siquiera con el propio poder que su reino le otorgaba. Nadie era inmune a la supremacía de los dioses, esa era la voluntad que no podía ser desafiada.  

La reina recordó a su esposo, quien por toda su existencia fue devoto a los dioses y a sus deseos, y como este le había enseñado a amarlos por igual. Pero en ese momento, la reina solo podía rendirse ante las peticiones de la elegida. Tal vez eso era lo que su esposo hubiera querido. 

—Podrán quedarse, tu gente será bien recibida en las posadas del pueblo. Si así lo desea, usted podrá quedarse en una de las habitaciones del castillo, Valgt —dijo la reina Akanke en dirección de Nyliare, quien no pudo evitar liberar un suspiro de alivio —Pero no quiero saber nada más sobre la guerra. Una vez mi esposo pereció y Calldesh quedó a la deriva, no puedo permitir que mi gente salga lastimada, mis hijos merecen vivir en un mundo sin sangre. 




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