La Legión de los Malditos

El veneno de Shullak

La realeza de Shullak había mirado la batalla desde la protección del castillo, confiando en que este los protegería como lo había hecho años atrás, sin embargo, los Callh venían preparados con gran resistencia. Ya ni siquiera el cromo podía dañarlos completamente. El rey Klaus sabía que ya no había nada por hacer, por lo que desde su trono ordenó a uno de los sirvientes llenar las copas de su esposa e hijo del vino que había preparado.

Habían perdido. Shullak había caído y no había forma de evitar que la elegida los condenara por lo que habían hecho, tanto el rey como su familia habían disfrutado del sufrimiento de los Callh, y ninguno volvería al pasado para cambiar los hechos. 

La reina y el príncipe bebieron un largo trago de sus respectivas copas, sus papilas gustativas saboreando las uvas fermentadas, pero el rey contempló su copa y meditó. 

—Nunca permitiría que mi familia cayera en las garras de esa elegida. Los dioses no le dieron nada a nuestro reino, por lo tanto Shullak luchó por obtener lo de los demás —la reina asintió, mirando al rey con un amor enfermizo —No les daremos la satisfacción de sentenciarnos, espero que lo entiendan. 

— ¿A qué te refieres, padre? —preguntó el príncipe James, así mismo sintiendo su boca seca por lo que requirió de tomar otro trago del vino. 

No pasó mucho tiempo para cuando la bilis empezó a resbalar por su barbilla y el cuerpo del príncipe se precipitó contra el suelo. La reina desde su posición miró todo horrorizada, nunca le había importado su hijo más que sus tiaras y joyas pero al momento de verlo caer y se acercó a auxiliarlo, pero su cuerpo tampoco soportó mucho tiempo.  El rey tenía razón, Shullak había caído. 

Los pasos resonaban sobre los pisos pulidos, el cromo estaba en cada esquina, presente y expectante, el silencio era matador y el aroma a muerte rodeaba a Calluhn; seguían escuchandose los gritos de los insurgentes que el ejército trataba de apaciguar, Shullak y sus soldados, su gente estaba conmocionada, nunca les expusieron la probabilidad de perder la guerra y perder sus hogares, pero los Callh no sentían el dolor de las lágrimas que bajaban por sus rostros cuando esas tierras nunca les había pertenecido, ellos se encargarían de que recordaran eso por la eternidad. 

Los pasillos del castillo estaban repletos de los empleados que se habían encargado del mantenimiento, sirvientes y cocineros, todos formados como soldados en una posición firme llena de respeto mientras veían pasar frente a sus narices a la elegida, aquella mujer que había vencido al rey al que ellos servían. Muchos miraban a sus pies, avergonzados, y otros mantenían sus barbillas en alto con arrogancia. Nyliare pensó en lo que la guerra le había hecho a esas personas, lo asustados que debieron sentir en la transición de gobernante, o el orgullo que debió ocasionarles que su rey hubiera ganado a los Callh. 

Zharek miraba el lugar asombrado, el sometimiento en las personas presentes como si esperaran la presencia de Nyliare desde horas antes. Sus posturas asustadas así como soberbias. Lo que la guerra de Cromo le había hecho a ese reino era algo que costaría superar. 

Ese era el momento en el que debían rememorar lo ocurrido. Hace dos décadas, Calluhn había sido invadido por Shullak. El rey Klaus de Shullak fue dominado por una primitiva oscuridad que nació de su envidia hacia los Callh, insistiendo hasta encontrar una forma de derrotarlos al usar un metal que la tierra de su reino formaba naturalmente, el temido cromo. Así mismo, alzaron sus nuevas armas para derrocar al rey Jone de Calluhn, tomando el control de Calluhn y asesinando a todo aquel que se opusiera al nuevo régimen; todo Callh fue torturado, asesinado o esclavizado, no muchos pudieron escapar, pero los que lo hicieron conformaron Blackhar. 

Los Callh tuvieron paciencia, entrenando en las sombras, en la profundidad de un punto oculto del bosque de Calluhn, escondiéndose bajo las narices de Shullak, y esperando a que la elegida llegara para liberarlos. Hasta que un día esta llegó, enviada por los dioses con el objetivo de llevar la luz a todo Nylhella y, a su vez, exterminar la oscuridad que gobernaba Shullak. 

Los libros de historia relatarían lo que pasó en esos años, y todo aquel que naciera en Nylhella tendría la oportunidad de recordar y agradecer a los dioses por enviar a Nyliare, la elegida. Tendrían conocimientos del nacimiento de la oscuridad en Nylhella, así también como el día en el que esta fue sepultada. 

Hubieron traiciones y pérdidas, y el sentimiento del duelo permanecería en el interior de los Callh por mucho tiempo antes de seguir adelante, puesto que en la entera historia de sus derrotas quedaron cicatrices que tardarían en borrarse, pero era en el nombre de sus caídos por los que lucharon esa guerra, la sangre y las lágrimas fueron recompensadas con la libertad de todo Nylhella.




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