Las cosas entre Artemio y Genaro no mejoraban. El padre no quería saber nada de su hijo y el muchacho trabajaba medio tiempo para continuar sus estudios. Al enterarse, Héctor se había molestado sobremanera pero, después de reflexionarlo, cobijó a su nieto.
-¡Pero papá! ¿Cómo puede estar usted de su parte?
-¿Y cómo podés vos tener ese corazón de piedra? ¡Es tu hijo a quien rechazás! ¡Es sangre de tu sangre! ¡Carne de tu carne!
-¡Pero es un mampo! ¡Está en condenación!
-¡Si está en condenación o no, es problema suyo y ya lo arreglará él con Dios! ¡Ni tú, ni yo, ni nadie tenemos el derecho ni el alma limpia como para juzgar tan duramente a Teno o a quien sea!
-¡Dios odia la homosexualidad!
-¡Dios no odia! ¡Dios es amor! ¡Si lo conocieras como presumís, lo sabrías!
-¡Conozco a Dios! ¡Leo y estudio su palabra! ¡Sé lo que dice y lo que quiere!
-¿Y por qué no aplicás su amor a tu vida? ¡Saberte la Biblia al derecho y al revés no te sirve de nada si no aplicás sus principios! ¡Eso no es conocerlo! ¡Dios es amor! ¿Acaso no se debe a su infinito amor que nos legó un plan de salvación? ¡Él perdona todo! ¿Lo oís? ¡Lo perdona todo! ¡Hasta tu soberbia! ¡Porque esa, tu actitud, es puritita soberbia! ¡Te sentís digno de ser juez y verdugo, sin haber limpiado antes tu conciencia! ¡Dios nos manda: “Aborrece el pecado, no al pecador”! ¡Así que no pequés juzgando ni despreciando ni volviéndote un santurrón fanático! ¡Lo que la gente haga o deje de hacer, es problema suyo y Dios sabrá lo que hace con eso! ¡Nosotros, a lo nuestro!
-¡Pues no pienso apoyar esa perversión!
-¡Pues yo sí voy a apoyar a mi nieto porque lo amo! ¡Y ni vos ni nadie lo va a evitar! ¡¿Lo oís?!
-¡Si no fuera usted mi padre...!
Para diciembre, Narah y su madre se encontraban en Chiapas. Jaziel lo sabía y le preocupaba. Temía que, ante su ausencia, Carlos le comiera el mandado. Cada que escuchaba en la radio la versión en vivo, y de moda, de “Más de lo que te imaginas”, la sangre le hervía y se ponía de muy mal humor. Arribó sin entusiasmo al D.F.
Carlos decidió jugar abiertamente sus cartas. La tarde del sábado la abordó bajando del auto.
-¿Podrías darme una oportunidad?
-¿Disculpa?
-Dame una oportunidad para que me conozcas. Para que sepas cuánto te quiero. Para demostrarte que eres la única mujer que existe en el mundo para mí. -Esa última frase movió profundamente el corazón de la chica. Eran las palabras que deseaba escuchar...de boca de Jaziel. –No puedo mirar a nadie que no seas tú. No hay nadie más que tú. Eres tú, Narah. Solo tú.
Se había recargado en el almendro que daba sombra a la entrada de la casa. Él la acorraló con su cuerpo y su ardiente mirada.
-Por favor. Tengo novio.
-Lo sé y no me importa. Sé que él no te quiere ni te querrá como yo. Dejálo y dame una oportunidad. -Acariciaba su rostro de una manera que le hacía sentir las piernas flaquear.
-No. Yo no...
No la dejó terminar. Invadió su boca, decidido. Intentó zafarse pero él la rodeó y se apretó a ella. Veía sus ojos cerrados mientras se rehusaba a responderle. Sentía la boca ajena atacarla y las manos estrujándole la cintura. Sintió de nuevo aquellas cosquillas que le explotaban en el vientre y la iban dejando sin defensas. Lo empujó:
-¡Yo quiero a mi novio! ¡No vuelvas a decirme nada ni mucho menos a besarme! ¡No te doy motivos para que me faltes así al respeto!