La ley de Amara

Capítulo 30

AMARA CORTÉS. 

 

Escucho gritos dentro de la casa, insultos, golpes, muebles romperse y Aaron me saca del edificio para evitar que siga escuchando los problemas familiares que lo hacen ser una persona como cualquier otra.

 

— Perdón, siento mucho que tengas que ver cosas como esta. —Pongo las manos sobre su rostro.

 

— Oye, no tienes que pedirme perdón por nada —Me mira a los ojos— yo no siento vergüenza o pena por ti.

 

— Después de esto puedes sentir lo que quieras, tendrías razones.

 

— ¿De verdad piensas qué yo por un momento he pensado qué eres perfecto o qué no tienes problemas cómo todo el mundo? Sabía que pasaba algo, que todo tú no podía ser un arcoíris. —Pone sus manos sobre las mías que todavía siguen en su rostro— Yo no quiero que seas la perfección, quiero que seas tú.

 

Su nariz sigue sangrando, al parecer casi se la rompe.

 

— Ven.

 

Con su mano agarrada, camino hasta un banco alejado para que los rumores no sigan extendiéndose. Saco de mi bolso unos pañuelos y le limpio la sangre con cuidado.

 

— ¿Por qué has venido hasta aquí?

 

— Porque no contestabas mis mensajes y Pablo me dijo que no sabía nada de ti desde ayer, me preocupé, creía que te había pasado algo... —Que idiota, claro que le ha pasado.— Perdón, si te ha pasado.

 

— No te malinterpreto. —Sonríe.

 

Tiene el alma rota y sonríe, lo envidio demasiado.

 

— ¿Sabes? Creo que he aprobado el examen y sin tu ayuda.

 

— Yo tenía que entregar el trabajo hoy, estoy seguro de que no puedo entregarlo mañana. —Pongo el dedo sobre mis labios.

 

— ¿Dónde lo tienes?

 

— En el ordenador.

 

— ¿Crees qué podemos llegar a la universidad? —Preguntó haciéndolo reír.

 

— No ¿En serio crees qué podemos entregarlo sin más? Hace tres horas que debería haberlo entregado.

 

— Bueno ¿Qué tal si mañana lo llevas y yo consigo qué lo admitan?

 

— No eres tan buena convenciendo a la gente. —Asegura negando con la cabeza— Eres mágica, pero no podrás convencer a la profesora Jane.

 

— ¿Y si lo hago qué harás por mí a cambio?

 

— ¿Qué quieres qué haga?

 

Sonrío.

 

— Que me lleves al baile.

 

Sus ojos se iluminan.

 

— ¿Crees qué tienes qué hacer algo por mi para qué te lleve? —Doblo el pañuelo para utilizar la parte de atrás. — Iría contigo de todos modos.

 

— ¡Yo quiero qué sea un intercambio!

 

— Todo por no aceptar que sea una cita. —Resopla. Tiene razón, no quiero admitir ni pensar en que posiblemente sea una cita. — Trato hecho, pero quiero que sepas que si no lo consigues, tendrás que aceptar que el baile será nuestra primera cita.

 

Nos damos la mano cerrando el trato después de pensarlo unos segundos.

 

— No hagas trampas. —Advierte.

 

Me agarra la mano apartando el pañuelo de sus heridas y lo esconde en su mano.

 

— Estoy bien, no tienes que fingir que no te sientes incómoda conmigo para hacerme sentir mejor.

 

— No me siento incómoda contigo.

 

— ¿Y por qué no eres capaz de sostenerme la mirada por más de tres segundos? —Ríe burlándose. — No me creo que te llegue a poner tan nerviosa.

 

— Eso no es verdad, puedo sostenerte la mirada todo el tiempo que quiera.

 

Acerca su cara a la mía dejándolo a solo un metro de distancia. Trago saliva y acepto el desafío.

 

— ¿Tenías miedo por mí? —Pregunta en un susurro.

 

— Sabes como preocupar a las personas. Responder mis mensajes no he habría costado nada. —Respondo.

 

— No sabía qué decirte.

 

— No te atrevas a decirme que sentías vergüenza.

 

— Quería seguir siendo un chico perfecto.

 

— ¿Así pensabas qué me podrías llegar a gustar? —Confirma con la cabeza. — La perfección no existe Aaron.

 

— Yo no lo creo.

 

— He estado más de tres segundos. —Digo apartando la mirada.

 

Él sin embargo no deja de mirarme.

 

— No vale. —Dice haciendo un verdadero berrinche. — Si hablamos no funciona, te distraes y eres capaz de hacerlo.

 

— Has empezado tú.

 

— Está vez no hables.

 

Pongo uno de mis mechones sueltos detrás de mi oreja y vuelvo a mirarlo. Ambos nos mantenemos en silencio. Sus ojos me hacen sentir nerviosa, no lo negaré, hacerlo cuando mi cuerpo delata la verdad no merece la pena. No sé porqué me incomoda así, ni porque no soy capaz de mantenerme seria cuando me habla sobre sus sentimientos o dice alguna de sus ocurrencias para hacerme sonreír. Es como si tuviera una luz que cambia un día gris, él es la luz.

 

— Lo has hecho.

 

— No es cierto. —Niego rotundamente con la cabeza— No he dejado de mirarte los ojos.

 

— Si lo has hecho, no has tardado nada en volver a mirarme. —Asegura sonriendo.

 

— No —Le doy con el dedo en el hombro— te lo estás inventando.

 

— Ahora actúas como una niña para hacérmelo olvidar con esa vocecita tierna.

 

Me pongo de pie. Sacudo mi ropa y toso varias veces.

 

— Tengo que volver antes de que mi tío nos vaya a recoger. Si no me encuentra creerá que he huido o que me he escapado contigo.

 

— Yo puedo llevarte. —Saca las llaves.

 

— Creo que necesitas estar con tu familia.

 

— Necesito escapar de mi familia porque mi padre quiere golpearme y lo hará en cuanto mi tío se marche. Me pegará por dejarlo fuera de casa toda la noche, me pegará por ponerme en medio cuando iba a golpear a mi madre y me pegará por desafiarlo. —Dice con resignación.— Déjame retrasar lo inevitable.



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En el texto hay: romance, drama, ley gitana

Editado: 15.06.2023

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