La ley de Amara

Capítulo 37

AMARA CORTÉS.

 

Si. Estoy pidiendo que me bese.

Si. Quiero que lo haga.

No quiero seguir sujetándome cuando quiero que una persona tan maravillosa sea el dueño de mi primer beso igual que lo ha sido de otras primeras veces en este último tiempo. Quiero que sea él porque no me quiere egoístamente, porque prefiere mi felicidad antes que la suya.

 

— ¿Estas enamorada de mí? —Pregunta directamente luciendo una media sonrisa.

 

— No. —Respondo en un susurro— Quiero que seas tú ¿No te basta?

 

— Podría bastarme y aprovecharme de ello para besarte ¿Por qué sabes qué? Ganas no me faltan, pero nada volvería a ser igual entre los dos. —Pone los dedos en mi barbilla para evitar que desvíe la mirada y deje de mirarlo a los ojos.

 

— Cualquier enamorado aprovecharía una oportunidad así ¡Te lo estoy pidiendo!

 

— ¿Para qué me quede claro qué no te irás? Lo sé. Soy consciente de que no te irás y no porque estés enamorada de mí ¡No lo estás! También soy consciente. No te irás porque eres buena Amara y quieres ayudarme.

 

— No es para eso.

 

— Te dije que cuando estuvieras enamorada de mí, te besaría. —Recalca— Estoy dispuesto a esperar.

 

Suelto un suspiro. Echo la cabeza hacia atrás y para no gritar me muerdo el labio. No puede ser que sea tan caballeroso y tan terco. Es increíble que yo le esté dando la oportunidad de besarme y no lo haga.

Me baja la cabeza, pone el mechón suelto de mi pelo detrás de mi oreja y me agarra del rostro estrujándome un poco.

 

— Ven. —Se pone en pie— Vamos Amara, no hagas un berrinche.

 

— Que conste que lo hago porque me estoy helando el culo. —Ríe en voz alta, muy alta. —

 

Patinamos de la mano hasta salir de la pista, me da los zapatos y lo miro muy enfadada. Definitivamente Aaron es un cajón de sorpresas, nunca sé por donde saldrá o qué dirá, simplemente sé de él lo que me deja ver pero pagaría lo que fuera para escuchar lo que piensa y descubrir que tiene en la cabeza para ser tan correcto.

 

— ¿Ahora qué? —Pregunto posando los codos sobre las rodillas y mirándolo fijamente. — ¿Qué tienes pensado ahora?

 

— ¿Te gusta el cine clásico?

 

— Si ¡Claro! —Me pongo en pie— Me encanta.

 

— Conozco un lugar donde todavía siguen poniendo cine clásico y lo mejor es que es al aire libre. —Sonrío— ¿Vamos?

 

— Vamos.

 

Subimos al coche. La gente nos mira como si nos odiara, todavía siguen haciendo cola y debe ser verdaderamente molesto.

Aaron conduce durante más de media hora. Cuando llegamos aparca el coche entre otros y se baja a comprar palomitas. Regresa con una gran bolsa, agua y un enorme refresco para él.

 

— Sal ¿O te piensas quedar ahí? Esto se vive desde fuera.

 

— ¿Qué voy a hacer contigo?

 

— No lo sé, empieza por venir.

 

Lo persigo. Gatea por el coche hasta el techo y me sonríe ¿Es qué le da igual darle un golpe a su precioso coche? Hago lo mismo que él, me da la mano para ayudarme a subir y me siento a su lado.

 

— ¿Palomitas?

 

— Gracias. —Digo sonriente— Aún estoy enfadada.

 

— Vale...

 

Me da un beso en la mejilla.

 

— ¿Y ahora? —Pregunta en voz baja.

 

— Ahora un poco menos. —Responde.

 

— Prometo que cuando me quieras un poquito —Lo miro atenta. Su voz me hipnotiza— te besaré.

 

— ¿Por qué te empeñas en esperar?

 

— Porque la espera merecerá la pena y lo que se hace rápido, se estropea. —Muevo la cabeza completamente de acuerdo— No quiero que te aburras de mí.

 

— ¿Aburrirme de ti? Estas consiguiendo que me interese mucho más por tu mundo Aaron Martínez. Que me interese por todo lo que esconde tu cabecita.

 

Ríe. Se mete un puñado de palomitas en la boca y yo rio por lo gracioso que se ve con tantas en la boca. Vuelve a meter la mano en la bolsa y esta vez la que acaba con la boca llena de palomitas soy yo.

Vemos la película pero no estamos lo suficientemente atentos a ella. Solo hablamos de pequeñas cosas, como por ejemplo:  lo que haré en un futuro cuando acabe la universidad. A qué quiero dedicarme. Si seguirá por el camino del baloncesto y si es a lo que quiere dedicarse siempre.

Pequeñas cosas que demuestran el interés que tenemos el uno por el otro y lo cómodos que estamos juntos. Nunca antes había tenido la posibilidad de contarle mis sueños a alguien libremente sin ser juzgada por querer dedicarme a la actuación y tampoco me habían apoyado lo suficiente para hacer que crea ciegamente en mis capacidades.

 

— Pues yo creo que serías una estupenda actriz.

 

— ¿De verdad? —Pregunto comiendo palomitas.

 

— Si ¿Notaste lo bien qué me mentiste a tu abuelo el día qué nos conocimos?

 

— Me ayudaste mucho, estaba temblando y no sabía que decir. Casi descubre todo.

 

— Estoy seguro de que habrías salido de eso sin mi ayuda —Niego con la cabeza— pero si no te hubiera ayudado, ahora no estaríamos aquí.

 

— ¡Eso sería horrible! No puedo imaginarlo.

 

— Yo tampoco. Antes solo te veía de lejos y pensaba: Ojalá. —Confiesa mirando la película— Ahora eso no ha cambiado, te sigo mirando y pensando en ese ojalá.

 

— ¿Ojalá qué?

 

— Ojalá todo.

 

Echo la cabeza en su hombro evitando un poco su mirada. Posa la barbilla sobre mi cabeza y sonrío brevemente. Es fantástico tener una complicidad como la que nosotros tenemos y es fantástico llegar hasta un nivel de confianza en el que hablamos y hablamos sobre nosotros sin miedo a sentir un rechazo.

 



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En el texto hay: romance, drama, ley gitana

Editado: 15.06.2023

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