Donna Winchester era una mujer de veintisiete años, piel negra, cabello crespo y de baja estatura. Había sido educada por una pareja inglés que la había recogido en la calle cuando era una bebé. Ellos eran los James. Sus padres adoptivos la querían tanto y ella a ellos. Con mucho esfuerzo y pese a los prejuicios sociales, ella había podido aprender muchas cosas y convertirse en maestra. Había encontrado el amor en un hombre negro llamado Harold Winchester, el cual trabajaba la tierra en la casa de unos condes.
Ellos se encontraban en una pequeña casa en Hampshire que gracias a los padres de Donna habían podido adquirir.
Se habían mudado allí gracias al trabajo de Donna, no obstante, se encontraban empacando, puesto que intuían que ella ya no podría seguir con las clases.
–¿Falta algo más?–le preguntó Harold.
–La cocina, pero yo lo haré.
Este se acercó a ella y le comenzó a masajear los hombros.
–Sabes que está puerta se cerró, pero abrirán otras de nuevo.
A Donna se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Es tan injusto... he tratado de sobrellevar esto, pero... nunca podré dar clases Harold. Tengo que resignarme.
Él la abrazó–Ellos se lo pierden amor mío.
En ese momento se escucharon unos toques de la puerta. Ellos se separaron y ella suspiró.
–Deben ser los del consejo–les dijo ella.
–Yo abriré–le dijo él y se dirigió a la puerta.
Cuando Harold abrió la puerta, se quedó de piedra. Ella lo vio fruncir el ceño y se acercó a la puerta.
Lo que vieron sus ojos, era algo que no esperaba ver a esas horas de la tarde.
Había un hermoso carruaje blanco con matices dorados. Tenía un laurel en todo el centro de la portezuela y debajo de él decía “Ducado de Leithold”.
De allí bajó una joven preciosa, cabello negro, su piel era café dorada. Era la piel más hermosa que había visto jamás. Donna se percató que estaba embarazada. Junto a ella un hombre alto, cabello negro y ojos azules muy profundos. Habían tres escoltas a caballo y uno de ellos bajo y se colocó frente a ellos.
–Los duques de Leithold–anunció.
De inmediato Donna le dio un codazo en las costillas a Harold y ambos hicieron una reverencia.
–Buenas tardes–saludó el duque–espero que no hayamos sido inoportunos. Soy el Lord Altair Bridgerton.
–Soy Lady Iuola Bridgerton, nos disculpamos por venir sin avisar.
Donna y Harold se quedaron sin habla. Unos duques disculpándose con ellos por venir sin avisar.
Ella hizo sonar su garganta–Soy Donna Winchester y él es mi esposo Harold.
La duquesa asintió–Sabemos quienes son ¿Podemos pasar?
–Por supuesto excelencia–le dijo Harold–Pasen.
Ellos los dejaron pasar y cerraron la puerta. Donna estaba tan confundida y no sabía si invitarlos a sentarse, por suerte su esposo estaba mejor que ella.
–¿Desean tomar asiento o es una visita rápida?–les preguntó.
–Es una visita rápida–confirmó el duque y luego miró a su esposa–¿Mi lady?
–Señora Winchester–comenzó a decir ella–el comité de damas ha dictaminado que usted no puede seguir como maestra en la escuela.
Ella asintió–Lo intuí, por eso estamos empacando.
–Excelencia, no tenía por qué molestarse en venir hasta acá solo para informarnos eso–le dijo Harold.
–Me tomé la molestia en venir acá porque quiero ofrecerle algo mejor. Quiero que sea la institutriz de mis hijos.
–Y por supuesto, nuestros familiares también querrán que usted les enseñe–añadió el duque.
Donna se llevó una mano a los labios mientras contenía las lágrimas. Ser maestra de una escuela-aunque fuera por poco tiempo-fue una experiencia grandiosa, no obstante ser institutriz de una familia aristocrática, era un sueño.
<<¡Son duques!>> pensó encantada.
–¿Qué opina señora Winchester?–le preguntó la duquesa.
–¡Encantada excelencia!
–Demos gracias a Dios que inició a empacar, allá fuera hay un coche que los llevará a Leithold Cottage, en Cambridge.
La pareja se miró–¡Cambridge!–gritaron al unísono.
La duquesa se acercó a ella y le dio un apretón de manos dejando a una Donna muy sorprendida.
—Este mundo no deja de ser injusto, no obstante, todavía tengo fe en que algún día todos podamos tomarnos de las manos y sonreír sin prejuicios.
A Donna se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Así será excelencia, así será.
—¿Vendrán esta noche al baile de Westhampton Terrace?—les preguntó el duque—Todo el mundo asistirá.
Ambos negaron con la cabeza—Preferimos marcharnos ya mismo—le dijo Donna.
—Muy bien, que tengan un buen viaje. Nos veremos pronto—les deseó la duquesa y se marcharon.
Ella abrazó a Harold—¡Creo que estoy soñando! ¡Viviremos en Leithold Cottage!
—¡En Cambridge!—agregó Harold—Podrás ver a tus padres.
Ella asintió emocionada y ambos se abrazaron.
***
El baile de clausura en Westhampton Terrace era el acontecimiento más esperado por todos, porque simple y sencillamente los cosechadores eran invitados de honor de la duquesa.
Wolfram estaba en la entrada vestido con un traje azul medianoche, camisa blanca y corbata del mismo color, junto a él estaba Charlie luciendo un vestido de mangas largas color bermejo, con adorno florales hechos de seda en todo el corsé y la falda. Tenía un tocado alto, adornado con guirnaldas.
Cada vez que recibían cordialmente una pareja de cosechadores, esta le regalaba una amplia sonrisa, mientras que a las parejas aristocráticas les brindaba un saludo cortés.
Él sabía que su esposa estaba disfrutando de lo lindo, haciendo sentir incómodos a sus invitados. Se dijo así mismo que mientras no afectara la integridad de nadie, la iba a apoyar.
El último de los invitados era su primo Gregory, llegó solo como de costumbre, se había percatado de que este se ausentó un par de días luego del paseo con Charlie. Su primo rara vez se dejaba ver con su esposa, la cual era una mujer sin espíritu que solo vivía para obedecerlo.