La Leyenda De Los Busgos: Valor y Dolor

Introducción

 

 

jSXWBHSaheUtLvx5ajsIXyNC1UY6E8lk5qXtafBrqueMpMQ5MyIKk7tuHWuC-bw2X7hatyvN7ea_TMqIzl-qDTzK9W4jr9yiwdgisg1nJL7iirFxaKolJylRF9-tj5V7YSUxhPUMapa político de Los Busgos 

 

 

El Reino De Los Busgos, ¿sabes de su existencia?, lo dudo, poca gente conoce su paradero con exactitud, ¿quieres saber por qué?, una espesa niebla cubre la frontera marítima del reino, además los marineros que se aproximan a la zona son arrastrados al exterior por un fuerte viento que ni el mejor de los barcos podría combatir, eso sumado a las fieras tormentas que golpean la zona exterior y al desconocimiento de la gente de la existencia del lugar hacen que no merezca la pena cruzar esas aguas y proporcionan a Los Busgos la mejor frontera de todo el planeta. Si ya es prácticamente imposible alcanzarlo hoy en día imagínate hace cientos de años cuando los barcos de madera llegaban a duras penas a puertos libres de dificultades portuarias, cuando los marineros solían amotinarse antes de alcanzar su destino, cuando las guerras y las masacres eran plato del día, en esta oscura época es donde acontece la leyenda más famosa de Los Busgos, la que salvó el reino de su destrucción… La Leyenda de Los Busgos. 


 

Para conocer la historia tendremos que poneros en contexto; por aquel entonces El Reino de Los Busgos no era más que una bomba de mecha corta, el reinado de Cristóbal De Montes, un anciano gobernante de 76 años, se veía amenazado por numerosos peligros, por un lado el rey se negaba a nombrar reina a su hija Isabel a pesar de su avanzada edad lo que producía un descontento en la población de la ciudad donde residían los reyes que, exentos de desgracias mayores debido al lujoso nivel de vida de la ciudad, disfrutaban ofendiéndose de problemas del reinado que no les atañaban, por otro lado habían transcurrido varios años de una sequía en la zona sur del reino, la zona donde mayor número de huertos y granjas había, provocando hambruna, enfermedades y numerosas bajas en esa zona e incluso en pueblos no afectados por la hambruna de forma directa pero sí de forma indirecta al no recibir, los señores de aquellas zonas, su ración anual de alimentos, eso formó numerosos conflictos armados en algunos pueblos que el rey ignoraba. Por último se encontraba el mayor de los problemas; en la zona norte del país se habían formado pequeños grupos de aldeanos que apoyaban la caída del rey Cristóbal y pretendían poner en el trono a Ernesto, un hombre que afirmaba tenía gran sabiduría en temas políticos y podía resolver los problemas que asolaban a la población.

 

En medio de todo este caos se encontraba El Castro, un diminuto pueblo de no más de 100 habitantes situado en la zona sur. La gente de la región solía partir hacia Montes, la capital del reino, buscando una mejor vida ya que la ciudad se encontraba a una semana en caballo del lugar (relativamente cerca en comparación con otros pueblos donde habrían de viajar durante meses para alcanzar dicho destino). Las casas de El Castro estaban hechas de piedra, todas juntas y desordenadas. El pueblo no tenía muralla ni ningún tipo de aislamiento y además, al estar construido en una Llanura, los ataques de lobos eran muy comunes cuando el sol se ponía.



 

 

Guillermo era un chico de 16 años, de un metro y setenta y cinco  centímetros de estatura, de rostro alargado y sin vello facial, pelo castaño corto, ojos marrones y nariz puntiaguda. No era muy hablador y solía ser extremadamente tranquilo, demasiado dirían algunos que lo conocían bien ya que no solía preocuparse de casi nada que le ocurriera. Era pobre y huérfano, fue su abuela Josefina la que lo crío desde que era un bebé, nunca le había hablando de sus padres y cada vez que Guillermo sacaba el tema su abuela lo ignoraba descaradamente. 


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Ahora la anciana era muy mayor y apenas podía caminar ya que se cansaba demasiado rápido. Su nieto solía hacer la comida y limpiar la casa para ayudar a su abuela. Tarea fácil la de limpiar ya que la casa no era excesivamente grande, más bien se trataba de una habitación de piedra donde los dos vivían.


 

Como casi todas las tardes Guillermo se encontraba tumbado en la zona exterior de su casa, en un pequeño prado, hacía mucho calor y el sol le daba en la cara pero a él no parecía importarle, siempre le había relajado el sol y aquel día no era diferente. No se encontraba pensando nada en particular, solo se dejaba su mente en blanco entre estar dormido y estar despierto mientras escuchaba los pájaros cantar y a sus vecinos gritarse por temas que a él no le importaban. 

 

Pronto acabó su tranquilidad ya que oyó una voz que le llamaba y, perezoso, levantó su cabeza, era su amigo Sebastián, un chico corpulento de 20 años. Sebastián tenía la cabeza redonda como si de una pelota se tratase con mofletes exageradamente grades y unos ojos salidos de sus órbitas, su pelo, largo y casposo, esa fino y de baja calidad. El hombre estaba entrado en grasas ya que gustaba comer ingentes cantidades de carne en su tiempo libre.



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En el texto hay: fantasia, humor, aventura

Editado: 06.04.2020

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