En la mañana el barco más temido de todo Los Busgos acababa de llegar a puerto, a nada más y nada menos que Entretierras. La Dorada, que así se llamaba el buque, era un viejo barco de madera cubierto de pintura amarilla en forma de rayas en la zona superior del mismo. 16 personas transportaba el barco y ninguna de ellas dejaba de estar perseguida por la justicia naval, sin embargo los guardias solían ignorar su presencia ya que poseían gran relevancia en el comercio del reino transportando alimentos y artículos de un lugar a otro. El barco y sus portadores venían de Pedregosa Del Mar, una ciudad costera, peligrosa y llena de piratas y tormentas.
Mientras el barco llegaba la princesa acababa de despertarse entre bastas cantidades de paja cubierta de insectos. Jamás había pasado tanto asco como aquella noche pero no le quedaba más remedio que disimular si no quería que sus acompañantes se dieran cuenta que no era una plebeya. La que sí que no pudo disimular su disgusto con dormir entre hiervas fue Orfelina que había despertado al grupo cada pocos minutos gritando que algún insecto se le iba a meter por el oído. Guillermo, por su parte había dormido sin problema y, a pesar de no mostrarlo, se sentía a gusto con aquella gente, no sólo por las aventuras que estaban viviendo durante el viaje sino por ver más mundo que su pequeño pueblo, por fin lograba empezar a desviar su atención de lo ocurrido con su abuela. Lo mismo le pasaba a Isabel que ya no estaba tan disgustada como antes pero sí un poco preocupada, y es que su problema era mucho mayor.
El grupo comenzó a levantarse y en seguida se dieron cuenta de la ausencia de Pelayo, así que Orfelina empezó a mostrar curiosidad:
Guillermo en seguida contesto:
Orfelina ya se sintió mejor ante la respuesta del muchacho.
Allí estaba Pelayo, en el amplio mercado de Entretierras, conocido por vender todo tipo de materiales a un bajo coste.
Mercado Las Grandes Rocas, Entretierras
Cientos de personas había en ese lugar con costosos ropajes y cultos andares, se podía percibir que no se encontraban en un pueblo de mala muerte sino en una ciudad importante. Los niños corrían felices y rechonchos demostrando que no les faltaban comida ni salud en aquella ciudad, la música se oía de fondo mediante tambores y arpas por personas que pedían dinero a cambio de mostrar su arte y entre todo ese jaleo Pelayo buscaba un material en particular. Miraba y miraba, quesos, empanadas, piedras preciosas, figuras de madera, pinturas y minerales varios vendidos por mujeres y hombres alegres conversando unos con otros pero ni rastro de lo que buscaba. Mientras observaba una mano se apoyó en su hombro y al mirar el mago reconoció a su gran amigo Eduardo. Pelayo se quedó sin palabras. Eduardo iba bien vestido, con unos ropajes severamente elegantes y formales además de costosos, su barbilla apuntaba al cielo en un alarde de superioridad cultural e intelectual.
Eduardo De Alelí
Eduardo no era muy agraciado, más bien era feo con una barba de pocos días y una cara rechoncha por la zona baja y flaca y alargada cuando llegaba a la frente, sus ojos eran cuadrados y pequeños y además tenía algo de grasa en la zona abdominal. Su cabello castaño, liso y acicalado formaba una uve en su frente estando dividido por el centro. Eduardo era inteligente y culto pero no solía acompañarle la suerte.
La forma de hablar de Eduardo era fuerte y pausada y, en ocasiones, iba acompañada de ligeros movimientos de cabeza y miradas al infinito que él hacía con la intención de darse a sí mismo una reputación serena y culta pero que en los ojos de las demás personas dejaba mucho que desear.
Edu comenzó a hablar:
De repente los grandes gritos de Orfelina se podían oír a unos metros de distancia.
Editado: 06.04.2020