La leyenda de los Ignis | #2 |

Capítulo 5. No es mi culpa

Claudia caminaba nerviosa hacia la puerta y volvía de nuevo a su sitio. No estaba segura de lo que iba a hacer o de si a caso quería hacerlo. Sentía como cada parte de su cuerpo temblaba. No debía estar ahí, lo sabía, incluso se lo había prometido a su hermano, pero no podía evitarlo. Pronto comenzarían los juicios y ella necesitaba hacer esto antes.

—Señorita, en breve cerraremos las visitas, ¿va usted a pasar hoy o no? —preguntó uno de los guardias algo cansado.

Estaba harto de verla desde hacía una semana todos los días ahí caminando sin parar y sin tomar la decisión de entrar o no. Estaba poniendo nerviosos a los demás visitantes.

Claudia lo miró furiosa. Él no estaba en su situación, de hecho, ya le gustaría verlo en su situación y observar que decisión tomaba.

—Mira niña, yo no se a que vienes todos los días, pero sí se que te estás horas y horas mirando a la nada y caminando sin parar. ¿No crees que sea mejor entrar y aclarar eso que te tiene tan inquieta? Al menos así todos podremos descansar.

Clo se quedó en silencio. Ese guardia tenía parte de razón. Avanzó hasta la puerta y trató de calmarse. El señor la abrió y ella la atravesó sin saber muy bien con qué se encontraría.

Mientras caminaba por ese oscuro y estrecho pasillo dudó varias veces si seguir avanzando o dar media vuelta hacia la salita, pero una vez que había llegado a ese punto ya no podía echarse atrás.

Iba contando todos los números de las celdas y por fin llegó a la que ella buscaba. A aquella que tanto nerviosismo le provocaba y que no estaba segura si era capaz de enfrentarse, la 916.

Colocó la mano sobre el detector.

"Claudia Calonge" sonó el identificador y una caja transparente comenzó a bajar hasta quedarse a su altura. En el medio de la celda estaba Bea sentada.

Tenía un aspecto horrible. Su pelo rizado estaba completamente enmarañado. Su rostro estaba pálido y con unas ojeras muy pronunciadas, y su cuerpo recubierto de un traje blanco crudo con unas cuerdas que salían del pecho y amarraban sus manos completamente para que no pudiese utilizarlas.

Claudia se quedó en shock.

Bea se levantó e hizo crujir su cuello. Avanzó hasta la pared de cristal que estaba frente a Clo y esbozó una extraña sonrisa.

—Mira quien ha venido a visitarme. Qué sorpresa —dijo divertida.

—Bea...

No fue capaz de articular ni una palabra más. Sabía que estaría cambiada, pero jamás se había esperado eso. Tan solo habían pasado tres meses desde el incidente en el Morsteen.

—Y bien, ¿qué quieres? ¿Vienes a calmar tu sensación de culpa? —preguntó con una espeluznante sonrisa.

¿Pero qué le había pasado? Bea jamás había tenido ese tipo de comportamientos, más bien siempre solía a ser algo tímida e insegura. Ahora parecía que habían cambiado los papeles.

—No fue mi culpa...

—Eso dices, pero sin embargo aquí estás rogando por mi perdón —dijo entre risas.

Claudia respiró hondo. No podía permitir que Bea dominase la situación. Ella nunca estaba por debajo de nadie, además no había hecho nada malo.

—No vengo a pedir tu perdón, vengo a exigir una explicación —dijo con tono firme.

—¿Una explicación?

—Sí.

Bea comenzó a andar por la habitación pensativa.

—¡No me des la espalda! —gritó Claudia.

—Muy bien, juguemos.

Clo la miró extrañada, ¿a qué se refería?

—¿No querías la verdad? ¡Pues yo también la quiero! —exclamó golpeando el cristal con su cuerpo.

Claudia se quedó en silencio. ¿Estaba realmente dispuesta a eso? Esa no era la Bea que ella conocía, y el juego no iba a ser cosa de niños... Sin embargo, ¿qué otra opción tenía? Si quería respuestas debía jugar.

—Muy bien. Yo empiezo —aclaró Clo—. ¿Por qué lo hiciste?

Bea se sentó en el suelo aburrida.

—Menudo desperdicio de pregunta. Ya te lo dije, me cansé de ser la segundona, la ninguneada por todos, por ti.

Claudia tragó saliva.

—Pero...

—No es tu turno, ahora es el mío—interrumpió Bea.

—Está bien.

Bea la miró divertida.

—¿Qué se siente al saber que el amor de tu vida se pudre en esta prisión por tu culpa?

Vaya, empezaba fuerte. Claudia tenía que serenarse y controlar la situación o el juego acabaría muy mal para ella.

—No eres el amor de mi vida.

—Si vas a mentir se acabó el juego —respondió Bea levantándose y comenzando a alejarse.

—¡Está bien, espera! —gritó y Bea volvió a colocarse en su sitio divertida.

—¿Y bien? —insistió curiosa.

—Me siento mal, pero no por haberte impedido escapar, era mi deber —se justificó—. Me siento mal porque no entiendo que fueses capaz de hacer eso. ¡Un chico murió! Y si no llegan a venir los Domadores muchos más hubiesen muerto...



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En el texto hay: internado, drama y romance, dragones

Editado: 23.09.2018

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