¡Hola! Por fin os traigo el capítulo de la semana. No lo he podido publicar antes. Ya os había comentado que posiblemente tardara un poquito más en actualizar porque estoy en época de exámenes en la universidad. En mayo y junio me esperan varios exámenes. Yo seguiré actualizando cada semana, pero si tardo un día o dos se deberá a eso. ¡Pero actualizaré, no te preocupes!
Si te ha gusta este capítulo, te agradecería que me regalaras tu like, comentes y compartas esta historia. Tu apoyo me motiva mucho a seguir publicando cada semana.
✧──── Emeric ────✧
Cerré la puerta de mi habitación de un portazo que resonó en cada piedra del templo, como si quisiera arrancar el edificio de sus cimientos. Mis manos temblaban. No sabía si era de furia, de impotencia o de ese miedo ancestral que me recorría desde hacía días… o tal vez desde hacía vidas. Crucé el umbral como una tormenta, sin mirar nada más que el suelo. Mi capa terminó hecha un ovillo en el rincón más lejano. Cesc entró tras de mí, con los pasos rápidos y la voz agitada.
—Padre… el plan falló. ¡Usaron a Carla! ¡Tenemos que hacer algo!
Me giré. Fue tan rápido, tan brusco, que sentí cómo me crujía el cuello al hacerlo. Mis ojos se clavaron en los suyos, inyectados de rabia, desbordados.
—¿¡Y qué quieres que haga yo, Cesc!? —le grité, sin filtro alguno—. ¿¡Quieres que derribe el castillo piedra por piedra!? ¡No puedo hacer nada!
—Sí puedes —me espetó—. ¡Arami es una santa!
—¡No! —grité de nuevo, y esta vez el rugido parecía no haber salido solo de mi garganta, sino de mi alma entera—. ¡No lo es! ¡Porque ella no ha querido serlo! ¡Porque se ha negado una y otra vez a aceptar lo que es! ¡Yo tenía todo listo! ¡Todo! ¡Pero ella se negó! ¡Dijo que no! ¡Y por su “no” ahora no puedo hacer nada!
Mi hijo me miraba con una mezcla de dolor y miedo. Pero insistió:
—¡Aun así podemos actuar! ¡Podemos hablar con la Guardia Santa!
—¡La Guardia Santa no responde ante mí! —le escupí las palabras como si fueran cuchillas—. ¡Solo responde a la santa! ¡A la que haya sido declarada y reconocida! ¿Y sabes qué? ¡Ella no quiso ese título! ¡Lo rechazó!
—Entonces al menos formemos un grupo y la sacamos de allí, aunque sea por la fuerza. —Me eché hacia atrás con una carcajada rota.
—¿Y luego qué? ¿¡Nos vamos todos a la hoguera!? ¿Quieres eso? ¿Quieres que el juicio se vuelva una excusa para quemarnos a todos y confirmar que ella era culpable? —Cesc me miró con el corazón roto.
—Entonces… ¿qué vamos a hacer?
Lo miré, y por un instante vi al niño que cargaba entre mis brazos cuando apenas caminaba. Aquel niño de ojos grandes y alma limpia. Ese niño al que quería proteger… como quería proteger a Aurora. Como quería proteger a Arami. Y no lo había conseguido con ninguna. Mi voz se quebró en un susurro:
—No lo sé…—Cesc iba a decir algo, pero levanté una mano, temblorosa —. Por favor… vete.
—Padre…
—¡He dicho que te vayas!
El silencio se hizo tan espeso que casi podía cortarse. Mi hijo, el joven que había heredado la fe y la bondad de su madre, me miró con ojos llenos de sorpresa… y temor. Nunca me había visto así. Nunca me había escuchado gritar.
Se fue sin una palabra más, cerrando la puerta con cuidado, como si al hacerlo más fuerte pudiera romperme del todo.
Y entonces me rompí igual. Empecé a destruir. Lo primero fue el candelabro, que reventó contra la pared en mil fragmentos dorados. Luego los libros, los papeles, la tinta. Mi escritorio terminó inclinado de lado, las sillas volaron. Grité. Grité con el alma, con el corazón, con todo lo que no había podido gritar durante estas dos malditas vidas.
Solo cuando no quedó nada más por tirar… vi la estatua.
La pequeña figura del Dios Dragón había estado conmigo desde que era un muchacho. Tallada en piedra antigua, con los ojos eternamente cerrados, como si llevara siglos observándome… sin hacer nada. Me tambaleé hacia ella. La miré a los ojos.
—¿Qué quieres de mí? —susurré. Y luego grité—. ¡¿Qué quieres de Arami?! ¿¡Para esto nos diste una segunda oportunidad!? ¿¡Para verla morir de nuevo como en la otra vida!? ¿¡Eso era lo que me prometiste!?
Mis piernas no me sostuvieron más. Caí de rodillas. El suelo helado se me clavó en la piel, pero ni eso me hizo reaccionar.
—He sido tu siervo toda la vida —murmuré—. He hecho todo lo que pediste. Obedecí tus normas, defendí tu fe, prediqué tu palabra. Me lo quitaste todo, y aun así… te seguí. ¿Y ahora qué? ¿Qué más necesitas? —Una pausa. Un nudo en la garganta que no me dejaba respirar —. Sí… cometí errores. Lo sé. Lo sabes tú más que nadie. Debería haber cuidado de Arami. No debí alejarme de Aurora. No debí negarme a amar como amaba a mi esposa. Pero me arrepiento. Cada día de mi vida me arrepiento. Y tú… tú lo sabes. Por eso me diste una segunda oportunidad, ¿no? —Apreté los dientes con fuerza —. ¿Entonces para qué? ¿¡Para qué me devolviste al pasado!? ¿Para hacerme revivir su condena? ¿Para verme otra vez sin poder hacer nada?
Lloraba. Dios, cómo lloraba. El viejo y orgulloso arcano arrodillado ante un dios que no respondía. Y ni siquiera sabía si quería que lo hiciera.
#228 en Fantasía
#1255 en Novela romántica
magia antigua magia elemental, magia, magia aventura dragones
Editado: 13.05.2025