La Leyenda del Dios Dragón

CAPÍTULO 21: ஐ SAN JORGE ஐ

¡Hola! Por fin os traigo el capítulo de la semana. Quería contaros que voy a intentar subir el miércoles el capítulo 22 y el viernes el 23. ¿Por qué? Porque realmente quería hacer dos capítulos centrados únicamente en los santos, pero veo que me van a quedar demasiado extensos, así que lo haré en tres. Y también pretendía subirlos todos juntos, pero por mi época de exámenes se me hace imposible. Por otro lado, no se me hace muy justo que esperéis tres semanas (una por capítulo) para retomar la "trama normal". Así que a lo largo de esta semana subo los tres capítulos sobre los santos (21, 22 y 23) y el domingo ya seguimos con "trama normal."

Gracias por vuestra paciencia hasta ahora con el retraso de los capítulos. ¡Ya me queda menos!

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──── Arami ────

Tres días habían pasado desde que se apagaron las llamas bajo mis pies. Tres días desde que desperté en el templo, con el cuerpo limpio, el cabello trenzado y un vestido suave acariciando mi piel. Areth, Carla y Esmeralda se habían turnado para cuidarme, bañarme y vestir mis heridas como si fuera una princesa, no una prisionera marcada por el fuego. Me habían salvado más veces de las que podía contar, pero esta vez fue diferente. Esta vez yo era diferente.

Desde entonces, en Gada todos parecían caminar sobre brasas. El trío fue liberado sin demasiadas explicaciones, el rey despertó tras su infarto —débil y en silencio— y una discusión feroz entre Killian y Edward estuvo a punto de terminar en sangre si Bagrast no se hubiera interpuesto. Killian seguía al mando del reino, pero sus obligaciones no le daban tregua. Aun así, no dejaba que pasara un solo día sin aparecer en mi puerta, aunque solo fuera para verme dormir unos minutos. Lo veía llegar agotado, pero con los ojos llenos de alivio solo por comprobar que seguía respirando. Y eso, de algún modo, me rompía más que todo lo anterior.

Todavía me costaba asimilar que estaba viva. Que Valerian había cruzado el cielo de Gada para salvarme. Que mis pulmones, en lugar de llenarse de humo, respiraban aire limpio y tibio. Aquel vuelo, esa noche estrellada, fue el momento más perfecto que había vivido. Lo sentía todavía en el pecho: el viento, la voz de mi madre, el rugido de mis antepasados... Cuando todo terminó, Valerian no volvió al templo. Se alejó volando hacia el horizonte, pero sabía que no estaba lejos. Lo sentía, como si algo entre nosotras se hubiese anudado con fuerza, como si por fin nos hubiéramos reconocido mutuamente.

Esa mañana, Emeric y Cesc me acompañaban en la habitación donde aún me recuperaba. Ambos en silencio. Cesc me observaba con una expresión seria, mientras Emeric, con los dedos entrelazados y la espalda recta, parecía estar preparando un discurso en su mente. Sentí cómo algo en mi pecho se tensaba. Sabía que ese momento tenía que llegar. Y aun así, dolía.

—Ya es suficiente —dijo Emeric al fin, cortando la tensión como una cuchilla—. No puedes seguir posponiéndolo, Arami. Es hora de que te santifiques.

Me encogí de hombros, cansada.

—Vale.

Emeric cerró la boca de golpe y me miró como si no hubiera oído bien. Cesc parpadeó, desconcertado.

—¿Qué?

—Lo que habéis oído. —Me crucé de brazos, sin apartar la vista de la ventana—. Sigo sin querer ser una santa. No quiero formar parte de esto. Pero el Dios Dragón ya me ha dado demasiadas señales. Necesita una santa, y al parecer no tiene más remedio que usarme a mí. Si quiero alcanzar la libertad algún día, tendré que luchar por ella, incluso así. Aunque no me haga ni pizca de gracia.

El silencio que siguió fue de asombro absoluto. Emeric se aclaró la garganta como si se hubiese atragantado con su propia incredulidad.

—No esperaba que fuese tan fácil —admitió—. Creí que íbamos a tener una discusión larga, cargada de gritos.

—No me apetece gastar energía en algo que ya he aceptado. —Me forcé a sonreír, aunque no tenía fuerza para ello—. Decidme qué hay que hacer.

Cesc reaccionó primero.

—Para santificarte necesitas cumplir tres requisitos. El primero ya lo tienes: el don. El segundo también: la marca. Solo falta el tercero… hacer eclosionar un huevo de dragón.

—¿Eso es todo?

Emeric negó con la cabeza.

—No exactamente. Antes de eso hay algo que debes hacer. Algo que la mayoría de la gente desconoce. Todos los santos deben pasar por ello.

Fruncí el ceño.

—¿El qué?

—Un viaje espiritual. También lo llaman viaje astral.

—¿Y eso qué es exactamente?

—Es un recorrido interno —explicó Cesc con calma—. Lo haces dormida, pero no es un sueño. Es real. En ese viaje verás todas tus vidas pasadas, las de los otros santos. Es necesario para que todas las partes de tu alma se fusionen y, una vez despiertes, tengas sus conocimientos a tu disposición.

—¿Eso significa que ya no me poseerán más? ¿Como hizo Inira?

—En teoría, sí. —Asintió Emeric.

—Como expliqué en el libro que tiene Galo. Cuando termines el viaje, nadie debería poder tomar tu cuerpo sin tu permiso. Aunque, si estás inconsciente, podría pasar. Aun así, no lo harán a menos que sea una emergencia. También podrás decidir si dejas que uno de ellos te guíe, por ejemplo, en batalla. Si necesitas a San Peter, podrás darle paso —explicó Cesc.

—Es como tener una nueva habilidad —añadió Emeric—. También podrás comunicarte con ellos por decisión propia. Aunque, si ocurre algo grave, también pueden manifestarse sin que los llames.

¿De verdad estaba preparada para eso? ¿Para vivir con una docena de almas dentro de mí, cada una con sus historias, sus traumas, sus dones… y sus muertes? Tragué saliva. Todo eso era inmenso. Aterrador.




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