Los días pasaban, el sudor y la sangre todavía era prueba del tormento de los trabajadores, el descanso era insuficiente, mi padre además de cansado, llegaba con heridas de látigos y moretones, los nuevos capataces no conocían la compasión. Los días pasaban y nuestras esperanzas de salir de allí se debilitaban, más gente era castigada y asesinada por el mismo motivo, el secreto de Don Antonio finalmente había sido revelado; todos lo sabían y al mismo tiempo, todos intentaban borrarlo de su memoria para sobrevivir, pero era inútil, las lágrimas inundaban la hacienda al caer el sol, día tras día, los padres intentaban dar lo mejor de sí, triplicaron su trabajo para salvar a sus hijos y muchos hijos se despojaron de su nicho para salvar a sus padres.
Mi hermano tenía siete y yo seis, no teníamos la fuerza necesaria para cultivar la tierra, las jornadas eran muy largas y los trabajos muy pesados para nosotros, aunque nuestra voluntad de trabajar eran grandes nuestro padre se negaba a dejarnos salir, su orgullo era tan grande y sólido como su promesa, él estaba dispuesto a sacarnos de ahí, sin importar las consecuencias. Don Antonio, sería el muro más alto que había que superar, aunque a simple vista imposible, mi padre tenía la seguridad de que lo podría vencer, Don Antonio, un ser arrogante y agresivo, también guardaba una gran astucia entre sus manos, impedía a toda costa que la gente de la hacienda pueda escapar por una sola razón, la señorita Laia.
Una hermosa y delicada mujer sería la debilidad de aquel monstruo de sombrero y abrigo de cuero, ya que esa bella dama también estaría en la lista de víctimas del patrón. La señorita Laia, al igual que todos los trabajadores estuvo gran parte su vida dentro de la hacienda, como prisionera de Don Antonio, solo él la podía ver, atender, cuidar y tocar, el largo corredor era prohibido por ella, nadie se podía acercar y mucho menos darse cuenta de que en esa habitación había una persona recluida por años, pero, ¿por qué decidió mostrarla a todo el mundo e incluso traer invitados y armar una gran fiesta para presumir su más preciado tesoro?, ¿cómo un hombre tan audaz y calculador pudo cometer un error tan grave como ese?, las preguntas iban y venían, sin encontrar respuestas.
Mi padre, sabía que si lograba llegar a las autoridades de la ciudad para demandar a Don Antonio por abuso a los trabajadores sería una guerra imposible de ganar, por el gran poder que este manejaba, pero si tan solo tendría la forma de demostrar que tuvo prisionera por muchos años a una niña y encontrar a algún familiar de la misma, quizás muchas personas importantes puedan ayudarle con la demanda, incluso el primo Fernando quien a pesar de ser el familiar más cercano del patrón, nunca estuvo de acuerdo con las normas aplicadas en la hacienda, por eso había la posibilidad de que él y más personas lo enfrenten y puedan darle el castigo que se merece. Realmente era una petición que no se podía cumplir de ninguna forma, pero mi padre tenía esperanza, y se levantaba todos los días con la misma fuerza esperando encontrar el modo de sacarnos de ahí.
Mi madre, se encargaba de proveer alimento, agua, vestido y medicina a los trabajadores, además de cuidar al numeroso ganado que habitaba en las montañas, mi hermano se levantaba muy temprano para alimentar a los animales menores que estaban bajo nuestro cuidado y yo repetía sus acciones, gallinas, patos, cuyes, conejos, ovejas y cerdos, teníamos un gran número de pequeños amigos bajo nuestra responsabilidad, me costaba darme cuenta si algo andaba mal entre los animales, algunos se enfermaban y no podían comer, pero mi hermano les tenía lista la medicina que los levantaba, en algunos casos teníamos que tener cuidado con las nuevas camadas que nacían cada semana, ya que eran muy delicados y no siempre sobrevivía el cien por ciento. La naturaleza de la vida, nos remarcó a muy temprana edad que los más fuertes siempre prevalecen sobre los débiles y que un guerrero no puede preocuparse por algo que no puede controlar.