La liga ciudadana

Capítulo 5: El paquete

Sujetaba la ballesta a la altura de su barbilla. Se consideraba una buena arquera y sin duda, era una de sus armas favoritas. Respiró hondo, apuntó hacia la cabeza de la silueta y pulsó el botón. La flecha se desvió unos centímetros y falló.

Suspiró, se alejó de la diana y rebuscó entre el material de la mochila. Encontró un nuevo prototipo de flecha metálica, marcada con plumas amarillas. La tomó entre sus manos analizándola, parecía una flecha normal.

Volvió a su posición anterior y cargó la ballesta. “…Herionda…” “…Que todos observen lo asquerosa y fea que és…” “…se formarían una idea equivocada de nuestros modales…” “…Os di demasiadas libertades…” “…No necesito tu permiso…” “…Herionda, Herionda, Herionda…”

Se imaginó a Margo y Lisa, una tras la otra, delante de la silueta. Concentró toda su rabia y se preparó para disparar.

— Reserva las amarillas para un guardia de nivel siete.

Eir bajó el arma y observó a Mario. El joven estaba apoyado en el marco de la puerta. Llevaba sus habituales pantalones negros de licra y una camiseta bastante ajustada, marcando aquellos abdominales dignos de un soldado.  La observaba con su típica sonrisa alentadora, mientras sostenía una catana con su mano derecha.

— ¿Para qué sirven?

— Si quieres la explicación científica, pregúntaselo a mi hermano. — contestó mientras avanzaba hacia ella. — Lo que te puedo decir es que crea una especie de red eléctrica que los inmoviliza. Dura unos cinco minutos y luego tardan otros cinco en levantarse. Creo que los aturde. Es perfecta para escapar.

Eir observó el arma intrigada.

— ¿Funciona?

— No lo sabemos. Sólo lo hemos probado con un guardia de nivel cinco. ¿Un mal día?

 Eir se alejó del joven. Guardó la ballesta en la mochila y extrajo varios shuriken.

 — Bueno, todavía no sé cómo colarme en el baile y ahora me llamo Herionda. — Omitió sus sospechas sobre las últimas palabras de su padre y la pérdida de su sueldo, pues tenían que resolver problemas más importantes dentro de la LC.

 Lanzó el arma y acertó en el pecho del maniquí.

— ¿Te lanzo una?

— Tira, pero hazlo suave. — apuntó hacia su hombro derecho y desvió el objetivo unos centímetros para no herir al joven si fallaba.

Mario preparó la catana. Ya era bastante ágil en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, así que entrenaba sus reflejos ante posibles ataques a distancia. 

Arrojó el shuriken y el hombre intentó pararlo, pero apenas logró tocar el objeto.

— Debes mejorar. Si apuntan al corazón, te pueden herir.

— Lo sé. ¿Estás segura sobre lo del baile?

La joven escogió otro shuriken y apuntó de nuevo.

— Si te soy sincera… No. Pero hay demasiado en juego.

El arma rebotó con fuerza sobre la catana y Eir tuvo que apartarse.

— ¿No tienes miedo de encontrarte con Kincaid?

Por supuesto que sí, la sola idea de tener que mirarle a los ojos la aterrorizaba.

— Confío en mis prioridades. ¿Tú no harías lo mismo por tus hermanos?

Mario asintió con la cabeza. Era el mayor de los cuatro y, aunque todos se ganaban su sueldo como neoesclavos, él solía sacrificar sus propias necesidades  para proporcionar los cuidados y alimentos necesarios a los más pequeños de la casa.

— Pero hablar con el asesino de tu padre sin poder hacer nada, no lo sé. Yo no podría.

La joven no sabía cómo comportarse cuando sacaba el tema. Ambos eran la prueba viviente del sufrimiento que había causado “El día de la llegada”.

Eir tuvo el consuelo de perder  a su padre durante “El día de la evolución”, una muerte rápida y casi indolora. La madre de Mario, en cambio, murió protegiendo a su abuela de la crueldad de “Manos largas”.

 — Debo intentarlo. — concluyó.

Lanzó otro shuriken  y el joven lo esquivó de nuevo.

— ¡Eir! — Sila entró en el gimnasio respirando como si le faltara el aire. — Ha llegado un paquete.

Al subir a la primera planta y entrar en la oficina, se encontraron a Kert, Toni y Kolson observando el misterioso paquete.

— ¿Y si es una trampa? ¿O un explosivo? — Kolson se alejó repentinamente de la mesa donde yacía la caja.

— No lo creo, la corona nos conoce, pero dudo que sepa lo de K. Si es un miembro del consejo, seguro que protege muy bien su álter ego.

Eir observó el objeto. Era una pequeña caja negra, muy bien precintada, con una enorme K impresa en una de sus caras, de color verde y naranja.

— ¿Hay alguna referencia, dirección o…? — preguntó la joven.

— Nada. No ha llegado a través de la empresa de reparto. Alguien ha entrado en el perímetro, ha saltado la alarma y al salir, nos hemos encontrado con el paquete en el suelo.



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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