La liga ciudadana

Capítulo 9: El baile

10:30h

— ¿Lista señorita Pippers? 

Eir asintió mientras se ajustaba correctamente la máscara verde. Mario abrió la puerta del carruaje eléctrico y ofreció su mano para ayudarla a bajar. 

Se unieron a la pequeña cola de gente que atravesaba el sendero de baldosas anaranjadas. Como había predicho Kert, se encontraban a dos parejas de distancia de los guardias que custodiaban los portones.

Estrechó con fuerza el brazo de su “hermano”. Sentía que en cualquier momento se desmallaría. “Solo un escalón más”, pensó. Mario sujetó las CBs de ambos con pulso firme, intentando calmar su propia angustia.

La última pareja desapareció tras el muro y el joven reaccionó primero. Arrastró a una Eir inmóvil hacia los guardias ataviados con uniformes compuestos por chalecos acorazados de color naranja y pantalones negros. El más viejo, arrebató las tabletas de sus trémulas manos y creó una luz tenue con uno de sus dedos para reconocer la huella dactilar. 

A continuación, atrajo hacia sí los dedos de los dos jóvenes sin delicadeza alguna. Apuntó la pequeña luz hacia ambos dedos y se dispuso a corroborar la coincidencia de las huellas.

Los segundos se hicieron eternos para ambos hermanos Pipper. Ya se imaginaban encerrados en una celda por intentar colarse en la fiesta del príncipe con ciudadanías falsas, cuando el guardia les deseó una feliz velada, entregando de vuelta los CBs.

Ingresaron en el gran pasadizo oscuro que traspasaba el muro, iluminado por una escandalosa luz amarillenta, proveniente de la fiesta.

Se detuvieron en el borde del camino de baldosas anaranjadas, admirando el jolgorio en toda la sala. Parejas bailando, hombres y mujeres tomando aperitivos y niños correteando sin parar. La alegría se respiraba en el ambiente, así como el olor de exquisiteces recién horneadas. Era una escena que contrastaba escandalosamente con la situación de los neoesclavos.

Se imaginó a sus propios padres, bajando con elegancia la gran escalinata. Engla se sujetaría del brazo de Lucas, mientras se admiraban embelesados el uno al otro, sin poner atención a su alrededor. La imagen fue tan nítida para la joven, que hasta pudo escuchar la voz de su madre, llamándola.

— Eir. — Mario hizo que volviera a la realidad y lo observó. Parecía preocupado. — ¿Estás bien? — preguntó en un susurro, temiendo que alguien escuchara su conversación.

— Un poco aturdida, nada más. — le proporcionó una ligera sonrisa que no llegó a sus ojos.

Mario iba a decir algo más, cuando sus apellidos falsos sonaron por megafonía, atrayendo todas las miradas de la sala.

— Vamos querida, bajemos. — pronunció el muchacho, adoptando el papel del señorito Pippers.

Eir notó como los recuerdos se activaban. Volvió a la época en que daba clases de modales para señoritas con su madre. El orgullo y terquedad de la niña caprichosa que había sido afloraban escalón a escalón. Comenzó a ofrecer pequeñas reverencias a aquellos que los saludaban por cortesía. 

Tras sentirse un poco más cómoda, buscó con la mirada a los jóvenes de blanco, esparcidos por toda la sala. Eran más de los que imaginaba. Localizó las salidas al jardín, las mesas donde dos camareros Baconianos servían bebidas y manjares con sus poderes y el balcón donde el rey y la reina permanecían sentados, acompañados por un misterioso hombre de traje blanco. Todo estaba tal y como habían descrito.

— Querida, creo que la inmensidad del salón me ha abrumado. ¿Te importaría ir a tomar una copa mientras yo salgo a los jardines? — el momento había llegado. Se encontraban delante de una de las mesas donde se servía la comida y debían separarse.

— Por supuesto que no, hermano. Ve con tranquilidad, yo te espero aquí. — tendió su mano para que Mario la besara, siguiendo el protocolo.

Tras una breve reverencia, se marchó e informó por su micrófono de que tanto Eir como él mismo estaban en el baile y se dirigía al jardín.

La muchacha observó cómo se alejaba, sintiéndose, repentinamente, indefensa. Presentía que alguien la estaba observando.

— Buenas noches señorita Pippers. — por suerte Sil llegó mucho antes de lo que esperaba.

— Buenas noches señorita Sila. ¿Ha encontrado usted al príncipe?

— Me temo que estoy tan confusa como las demás damas de esta sala. Ha sido una graciosa e inteligente jugarreta por su parte. Pero asumo que será el caballero que vista el color blanco con más elegancia.

— Qué lástima. — Eir siguió su juego, confusa. Creía que Sil hablaría con ella como Eir, no como la señorita Pippers.

— Sí que lo es. — coincidió su amiga.

El pinganillo de ambas zumbó levemente y escuchó la voz de Kolson.

— Puedo decirte ocho jóvenes que no son el príncipe. Los dos más altos de la sala; dos con voz muy grave; uno que está nervioso y tartamudea constantemente y tres que parecen de la edad del príncipe pero son más jóvenes y todavía tienen esa voz de pito de adolescentes. Asiente con la cabeza si te ha quedado claro. — Eir movió su cabeza, localizando a Kolson en una de las esquinas de la mesa de enfrente. — Puedes descartar tu misma a los que tienen el pelo claro o diferente color de ojos, pero, lamentablemente, los rasgos del príncipe son muy comunes entre los baconianos. Mucha suerte. 



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En el texto hay: principe, amor, planeta

Editado: 12.06.2019

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