Eran las seis de la mañana y Kalet seguía despierto.
La extraña huida de la misteriosa señorita lo había mantenido en vilo durante toda la noche. Aunque el miedo de revivir la pesadilla del baile durante sus sueños, también había ayudado bastante.
Tras revelar parcialmente su rostro, una multitud de señoritas se había amontonado a su alrededor. Tuvo que bailar con cada una de ellas para poder quitárselas de encima. Todavía recordaba a la primera dama, la más insufrible de todas. Una tal Lisa que, con su voz chillona, le comentó cual era la fecha indicada para su enlace, así como la cifra adecuada de niños que debían fabricar. El simple hecho de pensarlo le provocaba arcadas.
La celebración había terminado a las tres de la madrugada y, aunque se encontraba exhausto, la imagen de aquella señorita insultando al rey Khor lo mantuvo despierto. Quería encontrarla cuanto antes.
Bajó al área de administración, la única responsabilidad que su padre le había delegado. Era la tarea más tediosa y simple que podía otorgarle.
Se pasaba los días certificando partidas de nacimiento con su sello real y admirando las moscas. Si no fuera por las visitas de Keigo, habría rechazado el puesto hace mucho.
Pero, en aquel momento, le pareció uno de los mejores departamentos para emprender sus funciones como futuro rey, pues tenía libre acceso para inspeccionar cualquier archivo sobre cualquier persona.
Así que pidió al poco servicio que seguía con sus labores una gran taza de café y buscó a todas las damas que aparecían en la lista de asistentes. Sin embargo, no encontró lo que él esperaba.
Tuvo la mala suerte de enamorarse de una de las tantas señoritas que habían ingresado al baile con una CB en blanco. Desafortunadamente, todas las identidades falsificadas pertenecían a mujeres fallecidas, así que no aportaban nada a su investigación.
Se preguntó si la dama de verdad quería que la encontrara, puesto que ella debía saber perfectamente que, basándose en la identidad de su CB, sería una tarea arduamente imposible. Sin embargo, decidió reservar sus dudas para más tarde.
Según toda aquella información, la muchacha debía ser una neoesclava. Aquello le molestó sobremanera. No podía dejar de pensar en aquella mujer tan cautivadora, siendo maltratada por cualquier guardia o miembro de la élite. “Debo encontrarla cuanto antes”.
Concluyó que buscarla según su condición era un callejón sin salida. Existían millones de neoesclavos, muchos de ellos no poseían siquiera partidas de nacimiento.
Frustrado, se levantó del sillón y acarició el pequeño zapato escurridizo. “¿Dónde estás? ¿Estarás bien?”
Observó el objeto detalladamente. Era un trabajo artesanal, no cabía duda. Las costuras de la tela verde, el tacto del cuero, los pequeños conjuntos de esmeraldas en forma de flores y sobretodo, la talla. Casi parecía el zapato de una niña pequeña, pero sabía que jamás se habían fabricado zapatos de tacón tan alto para niñas. Estaba hecho a medida.
Tuvo una corazonada. Tratar de encontrar al fabricante de dicho zapato era casi tan imposible como encontrar la verdadera identidad de una neoesclava, casi.
A pesar de la hora, se puso en contacto con el zapatero que diseñaba piezas para toda la élite, el único estrato social que podía permitirse semejantes lujos. Le envío un holomensaje con la imagen del zapato, sin embargo, no se trataba de una de sus creaciones.
El hombre explicó que, según sus conocimientos, aquel diseño solo podría pertenecer a la época anterior a la invasión Baconiana. Así mismo, proporcionó los tres nombres de los zapateros que triunfaban entre la aristocracia durante dicho periodo.
De esos tres hombres, uno había fallecido recientemente y los otros dos se habían retirado del oficio, más no perdía nada por preguntar.
La primera llamada no fue contestada. No era de extrañar, ya que estaba llamando a un hombre anciano a altas horas de la madrugada. No quiso molestar y se dispuso a llamar al último zapatero.
Encontró al hombre en medio de uno de sus desvelos viendo programas antiguos en su amada reliquia, un televisor de pantalla plana. Preguntó por el zapato y sorprendentemente, el hombre le respondió con un breve relato: “Por supuesto que lo hice yo, nunca podré olvidar ese encargo, tenía unos pies realmente pequeños, pero era una mujer muy bella e igualmente inteligente, con un gran estilo. Los pelirrojos suelen huir de cualquier tono verde, dicen que parecen un leprechaun”. Se notaba que al señor le gustaba contar esta historia, así que el príncipe dejó que se la relatara. “Pero ella no le temía a nada y acertó de lleno. Ya lo creo, ese color parecía estar hecho para Engla.”
Tras la mención del nombre de la mujer, le pidió al noble anciano sus datos completos. Se llamaba Engla Greene. Reconoció el apellido de inmediato. Era el mismo que el de aquel hombre que sufría de parálisis parcial y había sido pionero en producir energía limpia. Desgraciadamente, su futuro brillante se había hecho añicos “el día de la evolución”. También sabía que había sido el mentor de su amigo Keigo.