Alma se removió inquieta sobre una tumbona que había alrededor de la piscina, se tapó los ojos con una mano molesta por la luz que la rodeaba, sintió que alguien la tomaba de la mano libre y de golpe recordó a quien había visto antes.
Se sentó rápidamente en su lugar y al lado suyo se encontró con el rostro compungido de un hermoso italiano que no le quitaba la vista de encima.
—¿Te encuentras bien? —cuestionó Mauricio, dando un apretón a su mano.
—Pero, ¿qué haces aquí? —respondió la joven con otra pregunta, apartando la mano sujeta.
—Estoy aquí por ti —respondió Mauricio, acercándose a ella.
—¡Oh, por dios! —exclamó, al mismo tiempo en que se ponía de pie huyendo de él.
Mauricio fue tras ella y alargando la mano, la tomó del brazo, jaló de ella para sujetarla con fuerza y ambos cuerpos se quedaron juntos.
—Ya suéltame, por favor —rogó ella, revolviéndose inquieta.
—Cálmate —dijo él, con tranquilidad—, lo haré, no tienes que alterarte.
La joven se sonrojó al darse cuenta de su reacción debido a la aparición de su exjefe.
—Está bien, está bien, lo haré, pero por favor, suéltame —suplicó—, me quiero ir a cambiar.
Mauricio al sentir cada una de las curvas de la joven acoplarse a su cuerpo, demoró en cumplir el pedido y rememoró los recuerdos de meses atrás cuando estuvieron juntos antes de su huida.
—Iremos a cenar —afirmó, soltándola lentamente—, y no acepto excusas —concluyó, al ver que Alma iba a protestar.
Ella asintió como respuesta y juntos se dirigieron a la recámara de ella, Mauricio la dejó en la puerta y se alejó para ir a la suya, ella se le quedó mirando hasta que desapareció, prometiéndose aclarar todo de una buena vez.
Cuando entró a su recámara, se encontró con su madre sentada en la cama con una revista en la mano.
—¿Te siente mejor, cariño? —preguntó Concepción, dejando la revista a un lado.
Alma abrió la boca, pero la volvió a cerrar al instante, miró a su madre con el ceño fruncido que se aguantaba una risita, luego, ella se encaminó al baño.
—¿Vas a salir, cariño? —Volvió su madre a cuestionar.
—¡Sí, mamá! —respondió Alma, a viva voz.
Concepción sonrió viendo el nerviosismo de su hija, ese hombre en verdad le gustaba y se sintió contenta al pensar que podría brindarle a su pequeña un poco de sosiego antes del día que ella no quería que llegara.
Unos minutos después, Nico entró en el cuarto sin hacer mucho ruido dejando algunas cosas sobre la cama y junto con Concepción, desaparecieron juntos luego de acomodar todo sobre el lecho; se refugiaron en la recámara del rubio para así darle espacio a la joven para prepararse para su cita.
Después de su ducha, Alma salió del baño con una toalla alrededor de su cuerpo tapando su desnudez, al mirar a la cama se encontró con un precioso vestido rosa junto a unas sandalias del mismo color, todo acompañado de lencería fina que combinaba con el atuendo. Se quedó mirando observando todo, pensando en que Nico tenía mucho que ver en lo que estaba pasando.
Cuando la joven estuvo lista y a punto de salir de su cuarto, unos golpes en la puerta la hicieron dar un respingo de sorpresa; al abrir se encontró con Mauricio, vestido con un traje de gala negro y una sonrisa en el rostro al verla a ella tan hermosa, él le ofreció el brazo para que avanzaran y se dirigieron al exterior del hotel en donde un auto negro los esperaba, Mauricio ayudó a Alma a subir al mismo para después dirigirse al asiento del piloto, arrancó el auto y tomaron rumbo por las calles de Lima; después de unos minutos llegaron a un restaurante exclusivo en donde fueron recibidos por un valet que tomó el control del vehículo después de que ambos bajaron.
Al ingresar al local, Alma se sintió cohibida porque en esta ocasión ingresaba a un lugar demasiado elegante para su gusto y encima, llegaba del brazo del que antes era su jefe. Después, fueron conducidos a una mesa alejada de las miradas curiosas, que fue reservada con anticipación.
Como si todos supieran que era lo que debían hacer, empezaron a aparecer camarero tras camarero en cuanto Alma se sentó en la silla, el primero dejó la carta, el siguiente que llegó trajo consigo una botella de vino que vació en su copa y en la de Mauricio, Alma se quedó mirando la carta, Mauricio le hizo una seña al camarero dando a entender que su pedido lo harían después.
—¿Ya decidiste qué pedirás? —cuestionó Mauricio, cerrando la carta y mirando a Alma a los ojos.
—Claro.
Mauricio llamó al camarero, ambos hicieron sus pedidos y se quedaron el silencio cuando estuvieron solos.
—Estás hermosa —dijo Mauricio, rompiendo el hielo.
—Gracias —respondió Alma, avergonzada—, ¿por qué viniste? —cuestionó—. Pero que preguntas, tonta —balbuceó así misma, acongojada.
—Ya te lo dije, viene para verte y buscar respuestas —respondió él, alargando la mano hacia ella.
Alma se retrajo en su asiento, no sabía cómo explicarlo todo, no sabía cómo Mauricio se tomaría lo que ella tenía para decir.
—¿Por qué te fuiste, Alma? Así, sin decir nada, ¿acaso te di a entender que solo te quería para una noche? —consultó Mauricio, serio.
—No, no lo hiciste, pero tampoco me iba a quedar para que me lo dijeras, ¿cierto? —respondió ella, mirándolo fijo.
—Eres una tonta, ¿lo sabes?
Alma se quedó boquiabierta ya que no esperaba aquella afirmación.
—No tienes por qué hablarme así, Mauricio —protestó la joven.
—Tengo todo el derecho de decirte eso y más —refutó el hombre, serio—, creo yo, que me conoces lo suficiente, en todos los años de trabajar juntos me he mostrado reservado con mis asuntos, nunca he creado un escándalo ni dentro ni fuera de Colorato, no soy ningún patán —expuso—, en cuanto a ti, creí que comenzaba a conocerte, creí que ya te conocía, no esperaba amanecer solo en la cama que compartí contigo, no esperaba que me dejaras con solo una carta como despedida, ahora lo que espero es que me expliques lo que sucedió, tenemos toda la noche para eso —anunció, guardando silencio.