La lista de Malena Jal

Capítulo 5

La ventana en la que mi frente estaba apoyada la sentí congelada, mi gorrito de lana no pudo calentarme suficiente la cabeza, eso me despertó.

Fui la primera de las tres en levantarse, y al mirar a través del cristal, quedé boquiabierta mirando lo que había afuera. Escuché la voz amable del conductor.

 

—¿Es hermoso, no?

 

Estábamos dormidas en los asientos del barco camino a un hotel en Ushuaia, tapadas con frazadas prestadas y cuando abrí los ojos ahí estaba. Definitivamente no era igual a la vez que nevó en Buenos Aires. El panorama blanco, esas diminutas bolitas cayendo al agua y desapareciendo, el barco gris se volvió puro. No tengo palabras para explicarlo. Es mágico. Precioso con todas sus letras. Levanté a las demás con tanto entusiasmo que desperté a otros pasajeros pero ellos reaccionaron igual. Pegamos nuestras manos calientes al vidrio de la ventana, nuestro aliento lo empañaba. No dejamos de ver hacia afuera al menos en media hora. Caía con suavidad sobre el todo. Cada cosa simple se sintió magnífica. El frío que hacía era terrible, no se iba con nada, ni con la sensación que este nuevo hábitat nos producía. Teníamos el vello de todo el cuerpo erizado y las extremidades con piel a al menos veinte grados..

 

El barco arribó con niebla casi transparente, bajamos y no podíamos dejar de admirar lo bello que era el panorama, había lugares con un poco de agua congelada. Sacado de uno de mis anhelados sueños, un paisaje transgénico. El hielo ocultaba plantas y rocas, el cielo nublado no ocultaba por completo al sol, me pareció ver un espejismos tornasolado sobre las nubes. ¿Cómo tenía que reaccionar ante ese espectáculo? Era demasiada libertad para una sola persona.

Al llegar a la puerta del hotel, antes de entrar, solté las mochilas y me empecé a reír sin parar. Algo cálido en mi interior me decía que nada era gracioso, excepto la idea de desaparecer de este mundo lleno de sorpresas, no podía parar. Mar y Eli no sabían de qué me reía pero Mar se rió igual, supongo que para acompañarme. Me abrazó y le dije que la amaba, me miró a los ojos y me dijo que ella también a mí, nos estábamos congelando hasta que sentí su amor en cada palabra como la diminuta llama de una vela a punto de apagarse frente a mi cara. A Eli le parecían absurdas las risas, pensé que absurdo es no sonreír después de cumplir semejante meta. Estamos ahí, habíamos logrado cruzar la mitad del país solas.

 

El hotel era una especie de cabaña enorme, una mansión de madera. Anduvimos en hoteles temporales en condiciones espantosas y este era un lugar más lujoso hasta ahora. Llegamos de noche así que al día siguiente salimos a jugar, un par de veinteañeras como niñas haciendo ángeles y arrojándose bolas de nieve. Tonto y divertido, realmente me estaba divirtiendo que a diario, olvidaba que mi intención era cumplir mis anhelos para finalmente morir. Y ahí estaba yo, retractándome y volviendo a reafirmar.

 

Mi hermano me habló varias veces, presentía que algo no estaba bien, pero lo tranquilicé con mentiras. Recordé las veces en que nos peleamos como cualquier hermanos y las veces en que lloré o reí en sus brazos.

 

La nieve adormecía mis dedos. Caminamos con dificultad sobre ella hasta llegar a una reserva, donde al fin, vi pingüinos. Eran justo lo que me imaginaba, pequeñas y torpes aves que no pueden volar. Son completamente adorables de la cabeza a las patas, y sobre todo amigables. Me di cuenta que la vida da cosas que parecen inútiles, pero son diferentes, ¿un pájaro que tiene alas pero no vuela estando en libertad? Se llaman aletas, tienen otra función, y es espléndido. Hay veces en las que ser diferente nos asusta, pero solo tenemos que transformarlo. Acaricié suavemente sus plumas húmedas e intenté regalarle una piedra. Sin querer miré arriba, y vi la luna casi llena, intenté buscar una estrella fugaz aunque era de día, y me di cuenta que por mirar algo que no estaba ahí, me perdí el momento en que el pingüino se fue y me quedé con la piedra en la mano.

 

Sacamos las fotos más divertidas de nosotras y nuestras aventuras, ahora sí era una odisea. En el bar del hotel conocimos un chico que se nos unió. Su nombre era Joshua, el primer encuentro con él fue cuando fuimos al bar del pueblo. Estaba haciendo su viaje en soledad, también desde Buenos Aires y el destino nos encontró. Era un chico amable, la charla con él fue instantánea y cómoda. Las palabras salían de nuestras bocas como el viento sopla y no se detiene. Tengo que admitir que con su gentileza, tenía una virtud sobre mí y percibía que yo sobre él también. Aunque a veces era cariñoso conmigo, jamás se me insinuó, ya pensaba que estaba imaginando algo como aquella vez en la escuela. No me hice ilusiones aunque deseaba realmente enamorarme, hasta el momento no me había pasado ese tipo de amor. Quise darle la espalda a cualquier sentimiento. Busqué un lugar a solas en el hotel, necesitaba pensar, en antes, el cruel pasado, y mi mayor error. 

 




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